Son las 20:00 horas del miércoles 18 de junio de 2014. Mientras me sobrevuelan los helicópteros reales –uno de los cuales, me han explicado en la tele, va repleto de geos encargados de operaciones rápidas, que es algo que pone los pelos de punta- y cuando ya he visto como Juan Carlos firmaba su renuncia entre aplausos de propios –Sofia, Felipe, Letizia- y extraños -160 “escogidos invitados”-, y ante la mirada interrogativa de las dos nietas (adorables, pronunciado en francés por la presentadora de i-Télé) situadas estratégicamente a la izquierda del padre y a la vista de la madre, me sirvo un zumo de tomate preparado, me estiro en la chaise-long y empiezo a disfrutar de mis “quince horas sin rey” hasta mañana, a las 11:00, cuando se produzca la proclamación. Para entonces tengo pensando meterme debajo del edredón y dejar pasar las horas hasta el viernes.
Con un ojo en la pantalla del televisor –no vaya a ser que en el mundo ocurra algo que no sea este circo real, ni tampoco el partido de fútbol con Chile donde, me han explicado también los perros guardianes nacionales de la opinión patria, “tenemos que borrar la humillación”, “sacar el orgullo” y alguna que otra perogrullada más- y el otro en la del ordenador, donde me voy riendo a medida que paso las página de Orgullo y satisfacción, el comic digital que han publicado como “homenaje al rey nuevo” los humoristas que se fueron del semanario El Jueves hace unos días, cuando su editor, RBA, les censuró una portada sobre la abdicación (puede comprarse en orgulloysatisfacción.com, al irrisorio precio de 1,50€)- me aparece de pronto un mensaje de mi amiga Patricia: viene de la calle y ha grabado con su telefonino esta entrañable imagen del balcón con la enseña republicana desestructurada, compuesta por tres polos de pijo rojo, amarillo, y azul-morado.
Me emociono pensando en la maruja que ha sido capaz de tal alarde de creatividad e ingenio, que ha desafiado las iras de la suegra lectora de Hola, la indiferencia de un marido armado de un pack de cervezas-con y una bolsa gigante de patatas fritas preparado, listo, ya, para otro partido del siglo, y los tabúes de un vecindario monárquico -“como todos los españoles menos los separatistas” según el registrador de la propiedad Rajoy-, que a partir de mañana la va a poner de hoja de perejil cuando se la encuentre bajando la basura.