Premio Donostia a Danny DeVito y Kore-eda
La 66 edición del Festival de Cine de San Sebastián prosiguió este fin de semana en su vena de no tomarse las cosas demasiado en serio, con la ceremonia de entrega del Premio Donostia a Danny DeVito, gran actor de baja estatura, al que le entregó el galardón con buen sentido del humor un gran director español, tan bajito como él: Juan Antonio Bayona. “Es la primera vez, dijo Bayona que me piden que de un premio a un director de mi estatura”.
Otro premio Donostia fue recibido el domingo con visible emoción por el director japonés Hirokazu Kore Eda, ganador de la Palma de Oro en Cannes en mayo pasado con “Un asunto de familia”, cuya película se proyectó en sesión especial.
En la competición oficial he podido ver « Yuli », que podría figurar de una forma u otra en lo alto del Palmarés. Se trata a mi juicio de la mejor y más ambiciosa película de la directora y actriz española Iciar Bollain, desde su excelente “Te doy mis ojos”.
Prosigue aquí Iciar Bollain su colaboración con el guionista británico Paul Laverty (compañero de la actriz y fiel cómplice de Ken Loach), después de películas como “También la lluvia” o “El olivo”. En esta ocasión para adaptar al cine el libro de memorias del bailarín afro cubano Carlos Acosta, que interpreta en la ficción su propio papel a la edad adulta.
Un bailarín afrocubano descendiente de esclavos
La narración transcurre en varios niveles, empezando por la infancia del personaje, enfrentado a los prejuicios machistas de la sociedad cubana y a la obstinación de su padre, un viejo camionero que le obliga a avanzar en esa vía, no obstante su ausencia de vocación. Un padre descendiente de los esclavos negros que poblaron la isla y que mantiene en la familia la tradición oral de viejos ritos santeros.
En un brillante montaje que alterna la infancia con la edad adulta, mediante una serie de flash backs, y con magnificas imágenes del ballet de Rafael Acosta, asistimos a su juventud y sus comienzos en la danza profesional, su definitivo triunfo mundial, llegando a ser el primer bailarín negro del Royal Ballet de Londres y su regreso a Cuba constituyendo su propia compañía.
No se trata pues de un biopic tradicional, sino más bien la puesta en escena de los recuerdos del propio bailarín ante la cámara, interpretado en ciertos momentos por el bailarín Keyvin Martínez. La siempre brillante pluma de Laverty ofrece a su personaje un contexto social y humano muy apreciable, en las relaciones conflictivas con su padre, con su familia, su hermana enferma, pero también con su profesora de baile Ramona de Saa, interpretada por la actriz Laura de la Luz.
“Tú eres un guerrero, descendiente de tu abuelo que fue esclavo en Cuba, y serás el mejor el mejor bailarín del mundo” así le dice su empecinado padre a Acosta niño y joven, quien con mucho sufrimiento y trabajo, pudo estudiar danza en Cuba, pese a las dificultades económicas en que vivía la Isla caribeña.
En rueda de prensa Acosta rindió homenaje en San Sebastián al sistema educativo cubano que le permitió ese recorrido, aunque en el relato la mirada crítica de Laverty muestra que solo una élite del régimen lograba acceder a esa escuela de danza, en una situación de grave crisis, embargo económico y miseria, mas allá de las declaraciones oficiales de Fidel Castro, lo que provocó el éxodo de los balseros que buscaban escapar peligrosamente para buscarse la vida en Miami. Las frustradas y traicionadas ilusiones revolucionarias del régimen castrista tienen su expresión también metafórica en la filmación de un teatro inacabado y al abandono, un gran proyecto cultural en la Habana, que nunca fue culminado.
La muy cuidada dirección artística confiere gran autenticidad a este relato en sus localizaciones de exteriores en la ciudad de la Habana, en sus calles y en su célebre malecón, pero también en Londres, en donde culmina la triunfante carrera de Carlos Acosta y su definitivo regreso a Cuba.