Esto es una carta de amor, amor a una ciudad a la que uno regresa siempre como si fuera la primera vez y a la que ya le dediqué uno de los primeros artículos[1] que publiqué en este periódico digital cuando ya alcanzo la cifra del medio millar.
La verdad es que mucho ha cambiado Oporto, Porto para los del lugar, desde que pisé sus calles por primera vez. Ahora, si se le ocurre viajar en temporada turística, o sea, desde las fiestas de la ciudad a finales de junio, por San Joao, hasta casi octubre prepárese para guardar cola en todos esos lugares que figuran en todas esas guías turísticas.
Hay que guardar fila, e inmensa, si usted quiere visitar la definida como librería más bella del mundo, Lello Irmán, para entrar en el café Majestic, -numerosos turistas haciendo fotos ante su fachada-, para subir los 600 escalones de la Torre dos Crérigos, -símbolo de la ciudad- para pasear o entrar en cualquier local de la Ribeira, sea el que aparece en guías o los más humildes, o para recorrer la Sé o Catedral. Ya no hablamos de las caves, en la otra orilla en Vila Nova de Gaia, abarrotadas o incluso de la estación de Sao Bento con indicaciones si se quieren hacer fotos a sus azulejos para dejar a los pasajeros que llegan y entran poderlo hacer sin problemas.
El turismo ha cambiado la ciudad, por un lado masificando todo, cambiando tiendas tradicionales para ahora estar dedicadas a recuerdos y souvenirs de todo tipo pero por otro, ha motivado que se emprendan obras y reformas de todo tipo en edificios, cafeterías, tiendas, mercados –como Bolhao– e incluso en museos.
El portugués es respetuoso y con educación exquisita, baste leer algunos de los letreros de las obras: ‘Pedimos disculpas pelo sua incomodo, prometemos ser breves’, o si sales de un local, ‘Obrigado pela sua preferência, volte sempre’.
Siempre regreso al Museo de la Santa Casa de la Misericordia, ya reformado y bien reformado, por cierto, y que abarca también su iglesia. Además de deleitarme con ese cuadro tan inmenso que uno no se cansa de ver, Fons Vitae, han tenido la idea de hacer una extensión del Museo de Serralves en pleno centro con muestras temporales.
Otro centro todavía no masificado es el Centro Portugués de la Fotografía, antigua cárcel, donde entre los presos estuvo el escritor Camilo Castelo Branco (1825-1890), -por adulterio, nada menos,- de visita obligada para todos los amantes de este arte donde podrá recorrer desde sus inicios hasta la actualidad. Actualmente expone hasta el día 16 de septiembre una muestra de Frida Kahlo (1907-1954). También, siempre insisto, el Museo da Impresa, de obligatoria visita para los periodistas.
Y es que Porto son sus barrios, Miragaia, Antas, Cedofeitia –su iglesia romanica, la más antigua de la ciudad- Boavista –con su equipo ajedrezado-, Sé… todos ellos unidos junto con las localidades cercanas del área metropolitana por un moderno y limpio metro. En algunos de ellos aún quedan rincones que no figuran en las guías. Son tasquinhas, paseos, rincones y cafés donde aún no ha llegado –ni espero llegue- esa gran masa de turistas de los cinco continentes, y donde uno puede seguir disfrutando de cierto silencio y sosiego con una bica y un trozo de Pão de Ló.
Lógicamente además de turistas españoles, abundan anglosajones, ingleses, estadounidenses, australianos, así como franceses e italianos. Muchos vienen, hacen fotos y fotos y siguen los lugares de las guías de turismo para ya nunca volver y decir, ‘yo he estado ahí’.
Si me permiten muchos hacen de sus vacaciones, teatro. Y ciertamente que hay teatros en Porto, citemos el Sa Bandeira, el Nacional de San Joao, en la plaza Batalha, donde está el recomendable y más que centenario café Java– y el Coliseu con su art-decó de la portada y que acogió décadas atrás un concierto, grabado para la posteridad, con la dulce voz de Dulce Pontes. Y en Porto, no se olvide, también se escucha fado.
Otros detalles, son los numerosos turistas que lucen camiseta azul y blanca del Porto y que visitan el Museo del club, en el estadio do Dragao, donde la presencia del portero español Iker Casillas, ha hecho tanto por el peregrinaje de aficionados españoles.
Siempre me gusta recorrer la zona de la Foz do Douro, muy cerca está el monumento del Homem do Leme, que da nombre a la cercana playa –por cierto, con Bandera Azul- y a varios locales. Se trata de una escultura en bronce del timonel, en homenaje a los pescadores, por lo que, por todas mis raíces familiares, me llega tan profundo. La imagen es contemporánea al Palacio de Cristal, de hecho se expuso en la Exposición Colonial Portuguesa de 1934 y por su buena acogida en 1938 se trasladó al Paseo Marítimo.
También destacar el Consejo de Vinhos Verdes cuya sede en Oporto pude ver en su día, ahora que se cumple el 110 aniversario de la publicación de la denominación como región de los Vinhos Verdes, el acto central será el día 18 en el magnífico Palacio de la Bolsa de la ciudad y donde acudirá el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa.
Y es que Porto es sinónimo de un vino exquisito para el paladar, ya sea en sus tres variantes, tawny, ruby y LBV (latte botteld vintage), todos los que pasan por allí se llevan como recuerdo una botella, da igual el tamaño.
Ya toca despedirse, pero siempre me voy esperando de nuevo volver. Por eso y para terminar me digo: Eu gosto do Porto.
- enlace