Durante muchos años, hemos vivido en una sociedad que consentía; que aceptaba el maltrato como algo cotidiano; que veía la violencia sexual como algo habitual; que permitía que los abusos y las agresiones a las mujeres quedaran impunes.
Recuerdo una imagen que pertenece a mi adolescencia. Yo regresaba del colegio y vi a un hombre masturbándose apoyado en una pared, con su pene al aire. Le vi desde la acera de enfrente. Nadie se lo recriminó. Yo, muerta de miedo, eché a correr. Lo comenté al llegar casa. Solo escuché silencio. Ni un sonido salió de la garganta de los adultos. Se dieron la media vuelta y continuaron con sus cosas.
Años después, supe de un caso cercano: un adulto acosaba a sus propias sobrinas, menores de edad. La familia dejó de hablarle, pero nadie le denunció. Hubo otro silencio alrededor del asunto. Nunca se volvió a mencionar.
Todo esto debería ser parte del pasado, pero, aún hoy, en pleno siglo XXI, tenemos que vivir con ello. Porque el trato que recibe cualquier mujer que denuncie acoso, violación, tocamientos indeseados… se tiene que preparar para sufrir, además, las dudas de la gente, el interrogatorio desmesurado, el relato escabroso, los pormenores repetidos una y otra vez, por si hubiera algún detalle que “evidenciara” que está mintiendo, que quiere vengarse, después de haber “gozado”.
Que quiso pasárselo bien y que luego se arrepintió. Que primero dijo sí y luego que no, pero ya había “calentado” al macho y, por lo tanto, éste tenía derecho a acabar la faena. Ella se lo buscó. Una frase repetida hasta la saciedad, porque llevaba minifalda, porque su camisa era transparente, porque iba “pidiendo guerra”. ¿Y qué?
Si en algún momento dijo NO, era que no. Y se acabó. Estoy de acuerdo con Mónica Costa, responsable de Campañas en Amnistía Internacional en que las relaciones sexuales sin consentimiento constituyen violación. Y no hay más cera que la que arde.
Pero los mitos y estereotipos de género en relación con la violación y el consentimiento están generalizados en nuestras sociedades, incluso en las salas de los juzgados. De hecho, solamente hay ocho países europeos con leyes en las que se define la violación como tener relaciones sexuales con alguien sin su consentimiento. Pero hay mujeres valientes en toda la región que están luchando para cambiar esto.
Hace unos días, Oltra escribió un artículo en el que ponía de relieve cinco verdades sobre la violación.
1. La mayoría de las violaciones son cometidas por personas a las que la víctima conoce
Un supuesto habitual es que la mayoría de las violaciones son cometidas por desconocidos. Pero, en realidad, la mayoría de las violaciones son obra de personas a las que la víctima conoce. El perpetrador puede ser un amigo, un colega, un familiar, una pareja o ex pareja. El “mito del desconocido” transmite el mensaje erróneo de que una agresión sexual cometida por alguien a quien la víctima conoce no es violación. Un alarmante 11 % de personas encuestadas en 2016 sobre actitudes acerca de la violencia de género en la UE dijeron que no debería ser ilegal obligar a tener relaciones sexuales a una pareja.
2. A menudo, las víctimas de violación no se resisten físicamente
No debe suponerse, ni en la ley ni en la práctica, que una persona presta su consentimiento porque no se ha resistido físicamente. Sólo porque una mujer no tenga lesiones visibles, no dijo NO o no mostró resistencia no significa que no fuera violada. A pesar de la expectativa de que una víctima “prototipo” de violación se resistirá a su agresor, el bloqueo al hallarse ante una agresión sexual ha sido reconocido como respuesta fisiológica y psicológica habitual que deja a la víctima sin capacidad para oponerse a la agresión, a menudo hasta el punto de la inmovilidad. Por ejemplo, un estudio clínico publicado en Suecia en 2017 reveló que el 70 % de las 298 mujeres supervivientes de violación evaluadas experimentaron “parálisis involuntaria” durante la agresión.
3. Las denuncias falsas de violación no son habituales
No hay datos que fundamenten que las denuncias falsas sean habituales. Las cifras de denuncias de casos de violación están muy por debajo de la realidad debido a la desconfianza en el sistema de justicia o al miedo a no ser creída. La realidad es que, para denunciar una violación, hace falta mucha valentía y determinación. Y cuando denuncian, muchas veces se culpa y humilla a las mujeres al preguntarles una y otra vez qué hicieron para provocarlo o por qué se colocaron en determinada situación. Las supervivientes merecen ser creídas, sus denuncias deben investigarse exhaustivamente y ellas deben recibir el apoyo al que tienen derecho.
4. No se puede culpar a la ropa que llevan las mujeres
El supuesto de que lo que lleva una mujer puede provocar a un hombre para violarla tiene su origen en estereotipos arraigados sobre la sexualidad masculina y la femenina. Sin embargo, en la realidad, a las mujeres las violan o agreden vistiendo cualquier tipo de ropa. Ningún tipo de ropa es una invitación al sexo o implica consentimiento. Lo que vestía una mujer cuando fue violada es sencillamente irrelevante. La violación no es nunca culpa de la víctima. Y comprender que las relaciones sexuales sin consentimiento constituyen violación es el primer paso para cambiar las actitudes sociales que dañan aún más a las víctimas de violación.
5. El alcohol y las drogas nunca pueden ser excusa para justificar una violación
Igualmente, es violación tener relaciones sexuales con una persona que carece de capacidad para prestar consentimiento debido al alcohol o las drogas.
Estoy segura de que, si a alguno de los jueces, fiscales, o abogados que pululan por los juzgados, les hubieran puesto alguna vez mirando a Cuenca en contra de su voluntad, y penetrado a conciencia, otro gallo nos cantaría a las mujeres.