Jugar al límite, llegar lejos, ir con todo. Infinitos infinitivos y fines y finales. El otro día pensé unos momentos en si podría haber llegado más allá profesionalmente de donde he llegado. Mejor dicho, pensé en si merecería haberme ganado un compromiso y unas responsabilidades profesionales mayores. Más altas.
Hace unos años, un amigo mío historiador, al que le publiqué algún libro y muchos artículos en una revista que yo dirigía, me dijo algo que hizo mella en mí. No me molestó. Me tocó. De lleno. No me lo dijo realmente a mí directamente, pero conmigo hablaba cuando pronunció algo parecido a “todo el que se despierta antes de las ocho de la mañana es un fracasado”. La frase fue algo así. Pudo decir otra hora, tal vez las siete. Creo que dijo las ocho. Yo me despierto, todos los días de la semana, de lunes a viernes, ambos incluidos, a las seis. Las seis de la mañana. Como empezaba la canción. ¿Qué canción? Dejemos la canción para otros instantes.
No jugar al límite. Conformarse. No arriesgar. No forzar. Acomodarse. Saber. Intuir. Creer. Las seis de la mañana es lo de menos. Conocerse uno a sí mismo supera todo. Todo lo puede. Si hay un truco en este tipo de asuntos, ese es el mío. Saber con quién me las tengo que ver. Conmigo.
No llegar lejos. Llegar. Ir con todo. Ir. Llegar con todo.
La canción. Ahora sí. Era del primer magnífico disco elepé de un grupo madrileño de rhythm and blues, Mermelada, que aún sigue haciendo buena música con otro nombre (J Teixi Band), pues aquello fue el pistoletazo de salida de Teixi (Javier Teixidor), un bluesman blanco para quien el rocanrol es un caballo pura sangre que te impide quedarte quieto y ser un hombre muerto.
Las seis de la mañana: por fin vuelvo a casa.
Las calles están vacías aunque empieza el día.
Atrás quedarán risas y alcohol: ¡las seis ya otra vez más!
Recoge las botellas: no pienses más en ellas.
Llegas a tu casa: no puedes con tu alma.
Atrás quedarán risas y alcohol: ¡las seis ya otra vez más!
Caes en la cama sin pensar en nada,
mañana te levantas con una gran resaca.
Atrás quedarán risas y alcohol: ¡las seis ya otra vez más!
1979, cuando yo no podía ser todavía un fracasado, porque no madrugaba. Tanto. Cuando yo no sabía que me iba a convertir en un tipo que se conoce a sí mismo. Conócete a ti mismo. Un eslogan, una máxima, un flechazo. Algo que aprendí en aquellos tiempos. Me contaron que era una frasecita de esas molonas de Sócrates. Ahora sé que la pudieron decir antes otros, pero que era un dicho muy de pensador griego fundador de la filosofía occidental: gnóthi seautón (γνωθι σεαυτόν). Jugar con límite(s), llegar hasta donde se pueda, ir con todo lo que no incomode.
Al final la vida es aceptar los límites,
es afrontar el deseo y forjar la memoria,
y nosotros ser seres que conocen los límites,
todos los límites,
seres atentos a las siluetas,
a las fronteras y a las tapias,
seres insertados en una celda,
seres de piedra amurallados;
al final somos poco más que oteadores,
poco más que avistadores de vallas,
Rodrigos de Triana del nopasar,
siempre alerta de las rayas,
ajenos al desafuero y al delirio,
embotados y acotados seres,
limitados a limitarnos,
suscritos a lo sucinto y esencial;
al final somos reacios a lo imposible,
somos sombras que sueñan sombras,
memoria y deseo
y límites.
Ese poema es mío. No es de Teixi.