En circunstancias normales la vida transcurre en un devenir más o menos monótono, con las alteraciones comunes que la existencia depara a cada cual. Sólo cuando interfiere una circunstancia extraordinaria las personas pueden protagonizar episodios que ni ellas mismas hubiesen imaginado.
Ocurrió durante la guerra civil española, en esas circunstancias en las que todas las normas morales están abolidas. Gentes anónimas, dedicadas a desempeñar sus cargos, trabajar en sus profesiones o seguir sus estudios, de pronto se ven arrastradas por la vorágine de no importa cuál bandería, que las colocan en situaciones que a veces hacen emerger lo mejor de sí mismas y otras sus instintos más negativos.
Durante esta guerra, en la ciudad de Madrid, una serie de personajes de orígenes diversos convirtieron sus vidas, a veces al servicio de una causa y otras por intereses personales, en relatos verdaderamente novelescos.
El escritor Fernando Castillo ha escrito sobre algunos de estos personajes en “La extraña retaguardia” (Fórcola), un largo y documentado ensayo de lectura apasionante.
Por sus páginas desfilan delincuentes convertidos en agentes dobles, como Alfonso López de Letona; linotipistas mudados en chequistas sanguinarios, como Agapito García Atadell; técnicos de sonido como Alberto Castilla Olavarría, reconvertido en confidente del contraespionaje republicano y responsable de la desarticulación del POUM y del asesinato de Andreu Nin; intelectuales como Segundo Serrano Poncela, implacable represor de quintacolumnistas, a quien se imputa, con Santiago Carrillo, la responsabilidad de los fusilamientos de Paracuellos; pistoleros como Elviro Ferret, agente de policía detenido en la frontera con Francia cuando huía con un botín de dinero y joyas, quien consiguió ocultarse durante la posguerra bajo el nombre de un comerciante de La Coruña; Ángel Pedrero, compañero de Atadell, quien aprovechó su cargo como responsable del Servicio de Inteligencia para acumular una importante cantidad de joyas y divisas para una frustrada huída de España.
También estaban quienes mantuvieron fidelidad a la República y a sus principios hasta el final, como el pintor Lorenzo Aguirre, jefe superior de la policía, quien siguió al Gobierno en su traslado a Valencia y Barcelona y consiguió instalarse en Francia después de la guerra, aunque la ocupación nazi en este país lo obligara a regresar a España, donde fue detenido y fusilado en 1942.
Al lado de estos hombres estuvieron también algunas mujeres de vida novelesca, como la periodista Cándida del Castillo, madre del novelista Michel del Castillo, periodista de ABC y Unión Radio, casada con un brigadista y amante de algunos de los personajes incluidos en este libro, quien trabajó para el contraespionaje bajo los nombres de Isabel y La Quinientos. O la socialista Regina García, también periodista, quien desempeñó importantes puestos en el entramado republicano mientras mantenía contactos con la Quinta columna y la Falange clandestina y que tras la guerra publicó unas memorias exculpatorias con el título de “Yo he sido marxista”.
El libro de Fernando Castillo rescata del olvido o recupera para la memoria histórica nombres que protagonizaron algunos episodios poco conocidos pero que en su momento influyeron con más o menos trascendencia en la vida del Madrid sitiado por las tropas franquistas.
Castillo ha investigado la amplia picaresca que se instaló durante aquellos años en Madrid. Un Madrid de chequistas y quintacolumnistas en el que se movían sin orden y al margen de toda ley personas que aprovecharon la guerra unas veces para enriquecerse y otras para alcanzar algún poder que pudiera proporcionarles privilegios o deshacerse de incómodos enemigos.
“La extraña retaguardia” es al mismo tiempo la crónica de la guerra en la ciudad de Madrid, desde los sucesos de la víspera del alzamiento hasta la entrada de los franquistas y la represión durante los primeros años de la posguerra.
Los sufrimientos y las miserias de una población sometida al hambre y a los bombardeos conviven con los ambientes de las cafeterías, las tabernas y los restaurantes donde se discutía la marcha de la guerra en tertulias apasionadas, y con los cines, las salas de fiesta y los locales de prostitutas, que siguieron funcionando casi hasta el final.
Un Madrid amordazado por el terror, con detenciones arbitrarias, desapariciones y ejecuciones sumarias provocadas unas veces por falangistas y quintacolumnistas y otras por sus perseguidores, en medio de un ambiente de caos y desorden.
Un miedo agigantado por las noticias sobre el avance de las tropas de África y la represión a sangre y fuego impuesta a su paso por los rebeldes mientras en la Ciudad Universitaria y la Casa de Campo los milicianos hacían frente heroicamente a los ataques permanentes del ejército de Franco.
Los enfrentamientos entre comunistas y anarquistas, la gestación y desarrollo del golpe del general Casado, la desesperación de los republicanos concentrados en el puerto de Alicante para embarcar hacia el exilio… son otros tantos episodios tratados con detalle en este libro de lectura recomendable.
El asedio de Madrid en la ficción
A lo largo de “La extraña retaguardia” Fernando Castillo rescata algunos títulos de la literatura de posguerra que recrearon lo que pasaba en el Madrid sitiado, novelas en las que se identifican, a veces con nombres ficticios y otras verdaderos, algunos de los personajes que protagonizan las historias que se cuentan en su libro.
Una de las novelas a las que alude con frecuencia es “Checas de Madrid”, del escritor falangista Tomás Borrás (1891-1976), que acaba de ser reeditada por Guillermo Escolar en una edición crítica de Álvaro López Fernández y Emilio Peral Vega.
Pensar que esta literatura acentuadamente maniquea ha sido la que ha marcado la orientación ideológica de los lectores españoles de ficción durante varias décadas de la posguerra, obliga a esta lectura crítica desde nuevos presupuestos, como hacen los autores del prólogo y de las notas a pie de página.
Tomás Borrás exagera y caricaturiza con rencor uno de los episodios más vergonzantes de la República, el de las checas que proliferaron en Madrid durante el asedio y en cuyo seno se cometieron algunas de las mayores atrocidades que historiadores como Antony Beevor y Julius Ruiz han calificado de terror rojo. Es sin embargo recomendable su lectura para tener conciencia de lo que pueden hacer en situaciones de desorden, caos y desgobierno quienes aprovechan la autoridad y el poder para la venganza y el enriquecimiento fraudulento.
Dice Andrés Trapiello en “Las armas y las letras”, su gran ensayo sobre la literatura de la guerra civil, que muchos pasajes de “Checas de Madrid” estremecen por demasiado verdaderos.
Narrado en un estilo heredero del romanticismo y a veces influido por la prosa de Valle-Inclán, la novela “Checas de Madrid” está concebida como si se tratase de un montaje cinematográfico (no se olvide la relación de Borrás con la industria de cine y sus cargos en el Sindicato Nacional del Espectáculo, desde donde impuso la obligación, copiada de una ley de Mussolini, de doblar las películas extranjeras), con diálogos que recogen de manera burlesca el habla popular revolucionaria y donde lo grotesco protagoniza las actividades de los chequistas madrileños.
Junto a escenas de ficción, Tomás Borrás recrea otras tomadas de la realidad, como la manifestación que enarbola la cabeza del general López Ochoa clavada en una pértiga tras su fusilamiento, el tiroteo del beaterio de la iglesia de San Ginés, la aniquilación del POUM y el enfrentamiento entre anarquistas y comunistas… y la amplia rumorología extendida por unos y otros en la ciudad de Madrid: caramelos envenenados, moros que se alimentan de carne de niños, legionarios violadores, curas carlistas con sacos llenos de cabezas de republicanos…
La que se ofrece en esta edición crítica es la primera versión de “Checas de Madrid”, la de 1939, pero al final se incluyen los párrafos y los añadidos de la versión posterior de 1940 y la definitiva de 1963, que reorientan el sentido de la original.