Juan de Dios Ramírez-Heredia[1]
Internet ha revolucionado nuestras vidas. A través del espacio circulan no solo todo tipo de noticias sino, incluso, nuestras biografías. Cuando Herbert Marshall McLuhan publicó en 1968 el libro Guerra y paz en la Aldea Global se adelantó tanto a su tiempo que posiblemente ni él mismo sería capaz de intuir hasta qué punto sus palabras eran proféticas y cuanto alcance tendría su definición de “aulas sin muros”.
La educación del individuo, puso magistralmente de manifiesto, ya no tendría su epicentro en la escuela sino que la información, como torrente de difusión de los conocimientos, tendría su principal sede en los medios de comunicación a través de revistas, periódicos, películas, blogs, chats en línea, programas televisivos y documentales y, sobre todo Internet.
Personalmente creo que la mayoría de la gente culta, o que tiene un mínimo de formación, no cree que sea verdad todo lo que aparece en las Redes Sociales. Más bien son las personas ignorantes, incultas o llenas de prejuicios las que dan por ciertas las noticias que le complacen al tiempo que repudian aquellas que van en contra de sus convicciones o de sus intereses particulares. Las noticias falsas proliferan por la predisposición a creer lo que refuerza nuestras opiniones. Los medios difícilmente cambian las opiniones de las personas, pero sí las refuerzan.
Cuando la RED se convierte en una fuente de calumnias y falsedades
Las mentiras en Internet se han convertido en una epidemia a nivel global. Noticias falsas, fake news, posverdades o como las queramos llamar, son un tema serio que preocupa cada día más a los internautas en todos los continentes. Hay una página en Internet, aprendercompartiendo.com, que demuestra hasta qué punto los ciudadanos pueden verter con absoluta impunidad insultos, calumnias, maledicencias y toda sarta de mentiras contra cualquiera.
En la Red, engañar es la regla, no la excepción. De demostrarlo científicamente se encargaron investigadores de la Universidad de Indiana-Universidad Purdue Fort Wayne (EE UU). Según publicaban este verano en la revista Computers in Human Behavior, sólo un 16 % de las personas son completamente honestas en internet.
El que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad
Si alguien escribe y publica en las Redes Sociales que “fulanito” es un miserable personaje que engaña a sus semejantes, que se apropia de los recursos que no le pertenecen, y que su vida es un fraude para quienes en alguna ocasión creyeron en él, esa falsedad encontrará rápidamente eco en quienes internamente odien a esa persona, le envidien o no les inspire confianza.
La posverdad es una falsificación de la verdad, dándole una importancia secundaria. Se resume diciendo que “el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad”. Para algunos sociólogos la “posverdad” es sencillamente una mentira (una falsedad) o una estafa encubierta con el término políticamente correcto de “posverdad”.
Los bulos o las fake news (noticias falsas) han incitado a las universidades y centros de investigación a hacer estudios muy enjundiosos que han dado como resultado que la transmisión de falsedades en Twitter ―investigación efectuada entre 2006 y 2017― tienen un 70 % más de probabilidades de ser retuiteadas que las verídicas. La muestra estuvo conformada por 126 000 noticias tuiteadas por tres millones de personas que a su vez retuitearon las noticias que resultaron falsas cuatro millones y medio de veces más. Así lo ha manifestado la Investigación del Massachusetts Institute of Technology (MIT) y la Sloan School of Management. Contrariamente a lo que se creía, el análisis constató que las noticias falsas se difunden más rápido que las verdaderas porque los humanos, no los robots, tienen más probabilidades de propagarlas.
Cuando leemos alguna noticia que nos impacta, bien por su trascendencia o simplemente porque no la esperábamos, en las personas inteligentes o simplemente limpias de prejuicios, la primera cosa que afluye a su cerebro es el concepto de credibilidad. Las personas utilizamos la credibilidad para decidir si creemos o no lo que estamos leyendo o escuchando porque no hemos sido testigos directos de lo que se dice. Necesitamos tener fe en quien afirma que “fulanito” es un ladrón si nosotros no tenemos noticia de que nunca haya robado nada.
Por experiencia personal hemos sido testigos de acusaciones absolutamente calumniosas emitidas por personas con quienes no hemos tenido ninguna relación. La reacción inmediata ―recuérdese lo que hemos dicho anteriormente de la velocidad con que las noticias falsas se propagan en Internet― ha sido la de complacencia de quienes comparten esas acusaciones y de rechazo absoluto, en este caso comunicado de forma directa a la persona ofendida. En el caso que nos ocupa el rechazo a las acusaciones falsas ha sido de rechazo en una proporción del 92 por ciento.
Es la grandeza de las nuevas tecnologías. Antes de la existencia de las Redes Sociales los creadores de falsas noticias o propagadores de infamias contra otras personas lo tenían más difícil. Tenían que acudir a un periódico o a una emisora de radio y por lo general, los dueños de esos medios se lo pensaban antes de difundir noticias de dudosa credibilidad por la responsabilidad penal en la que pudieran incurrir frente a una reclamación de la persona ofendida. Hoy esa limitación no existe. Basta con tener un teléfono y acceso a Internet para escribir y propagar lo que se quiera. Tanto es así que la propia Comisión de la Unión Europea ha elaborado una legislación en la que se define a Internet como “una herramienta barata y efectiva para que los grupos difundan ideas censurables a millones de personas”.
Rafael Torres Ortega ―que es un escritor mejicano, buen conocedor del fenómeno moderno que supone Internet y todos sus derivados― afirma que “La posverdad o mentira emotiva es un neologismo que describe la distorsión deliberada de una realidad, La Red de Redes propone un modelo horizontal de generación de información, donde los usuarios seleccionan lo que leen, reelaboran los mensajes, contrastan opiniones, comparten experiencias y participan en la producción de los contenidos”. Queda ya muy lejos el viejo Gutenberg. Ahora el protagonista está en el ciberespacio y sus terminales encima de nuestra mesa o en nuestro bolsillo.
Los difamadores y las difamadoras tienen la nariz muy larga y las piernas muy cortas. Y tanto ellos como ellas debían saber la gran verdad que encierra el aforismo inglés que dice: “Se puede engañar a mucha gente durante algún tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo durante todo el tiempo”.
A pesar de todo, a pesar de que el racismo encuentra en internet una autopista libre de obstáculos para atacarnos despiadadamente, nosotros decimos con el firme convencimiento de quienes ya hemos sufrido un largo periodo de ausencia de libertades, que el periodismo es uno de los pilares fundamentales de la democracia. Y que la libertad de prensa es un derecho constitucional en España. Por tanto, cuando hablamos de información estamos hablando de un derecho fundamental de los ciudadanos libres.
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Juan de Dios Ramírez-Heredia es abogado y periodista. Presidente de Unión Romaní