Aprendo en la Breve historia de la música escrita por el músico y musicólogo Javier María López Rodríguez, que para que naciera el rocanrol en los años cincuenta tuvieron que darse una serie de características previas, causales, la principal de las cuales fue la concurrencia de distintas culturas musicales afanosas en la sociedad estadounidense.
Una cultura juvenil nacida con la revolución hedonista de toda una generación: el country, “la música de las poblaciones rurales blancas con origen en el folclore traído por los emigrantes europeos”; el rhythm and blues, “animado y electrificado estilo de blues practicado principalmente por músicos y cantantes negros de las ciudades”; y el boogie-woogie excitante “de las orquestas de swing”.
El ritmo y la armonía del rhythm and blues y del boogie-woogie bailan sobre el rocanrol, no hay más que embeberse de las canciones de los pioneros. Ahí están las primeras grabaciones de Elvis Presley (1935-1977) y casi la carrera completa de Chuck Berry (1926-2017) para demostrarlo.
Elvis es un verso por sí mismo. Elvis es baile y es ya muerte. Elvis es rocanrol, también siglo veinte: es un aroma y es sudor, tiene algo de invención sexual, de monarquía juvenil, de batidos y alcohol, es Elvis excitante, un brillo brioso y un bramido, una caricia en una balada, es descenso y es altura. Elvis canta desde la eternidad y ella le escucha.
El también músico y musicólogo Bob Stanley dejó claro en su portentosa historia de la música pop que “nadie ha causado tanto impacto en la cultura popular como Elvis Presley”.
Hablo contigo, ELVIS, no necesito rezarte, tengo ese privilegio o esa facilidad, sé que estás muerto pero me da igual, te escucho cantar, puedo olerte incluso, verte también, por supuesto: te hablo a menudo, menudo chollo, sin venir a cuento, así por la cara. Te sigo adorando, Elvis, más que nunca… Ahora sé por qué: es muy simple, eres una idea, un alarde dorado, mi reflejo matinal, una invención mía, eres lo que yo quiera, el rocanrol, un suspiro, mis caricias, eres sus palabras, eres mis sueños, una juventud.
Elvis, nunca estuviste aquí en Madrid, eso creo, no importa, al revés, mejor: Elvis en Madrid soy yo, recuérdamelo, te lo diré pronto porque, no olvides, hablo contigo, Elvis, no necesito rezarte, tengo ese privilegio.
Declan Patrick MacManus no se puso a sí mismo el glorioso epónimo ELVIS en vano.
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