«La irracionalidad es un espasmo, la racionalidad volverá, pero la travesía es muy dolorosa», se quejó el embajador jubilado Marcos Azambuja al hablar sobre el desplome de la credibilidad internacional de Brasil, informa Mario Osava (IPS) desde Río de Janeiro.
El proceso de deterioro de la imagen brasileña, iniciado con los escándalos de corrupción que estallaron en 2014, se agravó con la elección del presidente ultraderechista Jair Bolsonaro en octubre de 2018 y se aceleró con sus acciones antiambientales y la gestión temeraria de la pandemia de la COVID-19.
«Una tempestad perfecta produce un descrédito sin precedentes de Brasil en el mundo, al juntar la crisis sanitaria, una gravísima recesión económica, un deplorable comportamiento ambiental y humanitario y el servilismo a Estados Unidos que rompe una larga tradición diplomática», evaluó Azambuja en diálogo con IPS.
La deforestación amazónica en expansión, el desmantelamiento del sistema ambiental y la erosión de las relaciones brasileñas con sus dos principales socios, Argentina y China, son algunos síntomas de políticas desastrosas, especialmente en la externa, destacó.
«No veo luz al final del túnel», lamentó el embajador (rango diplomático que en Brasil es independiente a conducir una embajada), quien con 85 años dice «no tener tiempo para esperanzas».
Pero reconoció, en entrevista telefónica desde su casa en Río de Janeiro, que hay «posibilidades de agotarse el ciclo actual y volver la racionalidad», si Donald Trump no es reelegido como presidente de Estados Unidos en los comicios del 3 de noviembre 2020.
De todos modos, antes que eventualmente desaparezca el gran impulsor de gobiernos de extrema derecha en el mundo, ya Bolsonaro enfrenta una opinión pública adversa en el exterior, además del paulatino hundimiento en el ámbito interno.
Un conjunto de veintinueve fondos de inversiones, principalmente de Europa, solicitaron al gobierno brasileño abstenerse de aprobar nuevas leyes que podrían aumentar la deforestación amazónica, dañar otros ambientes y violar derechos indígenas.
De eso dependerían nuevas inversiones en Brasil, ya que las violaciones podrían involucrar a las empresas con «riesgos de reputación, operacionales y regulatorios para nuestros clientes», señalaron los fondos en la carta entregada a ocho embajadas brasileñas en Europa, Estados Unidos y Japón.
Sus gestores identificaron las medidas que podrían afectar los negocios, como un proyecto de ley que legalizaría propiedades rurales obtenidas ilegalmente, otro que permitiría actividades depredadoras en tierras indígenas y las intenciones del ministro del Medio Ambiente, Ricardo Salles, de debilitar las reglas ambientales aprovechando la distracción de la opinión pública por la pandemia.
«Instamos el gobierno de Brasil a comprobar un claro compromiso con la eliminación de la deforestación y la protección a los derechos de los pueblos indígenas», reclamaron los fondos que gestionan cerca de 3,75 billones (millones de millones) de dólares.
Los incendios forestales en la Amazonia en el segundo semestre de 2019 despertaron la preocupación de los inversionistas, ante presiones crecientes de los ambientalistas, los consumidores y de los eventos climáticos extremos.
Pero el menoscabo brasileño en la escena internacional se alimenta de otras actitudes del actual gobierno.
Bolsonaro entorpeció el combate brasileño al coronavirus, al oponerse al confinamiento de la población adoptado por alcaldes y gobernadores de estado, estimuló el uso de la cloroquina, forzó la salida de dos ministros de Salud y los sustituyó por un general, que nombró una veintena de otros militares, ninguno médico, para enfrentar la pandemia, en explosivo auge este mes.
Ese y otros actos de boicoteo al esfuerzo nacional contribuyeron a la previsión de muchos epidemiólogos de que Brasil superará a Estados Unidos como el país con más muertos de covid en agosto. Alcanzaría entonces entre 137.500 y 165.000 muertos, según distintas proyecciones.
Ya en abril The Washington Post había elegido a Bolsonaro como «el peor líder» entre los que menosprecian el coronavirus y fomentan así las muertes. Ciudadanos brasileños son encarados en diferentes países al ser identificados como una amenaza de contagio.
Además, la diplomacia brasileña, muy respetada en el pasado, cayó en el ridículo. Su jefe, Ernesto Araújo, es un diplomático que nunca logró encabezar una embajada, pero que conquistó el favor de Bolsonaro por sus ideas anticomunistas, contra la globalización y de glorificación de Trump como salvador del Occidente cristiano.
El ministro de Relaciones Exteriores llama «comunavirus» al SARS-CoV-2 y acusa los marxistas, hoy disfrazados de «globalistas», de aprovechar la pandemia como instrumento para imponer el comunismo y «esclavizar al ser humano». Abundan sus expresadas sospechas sobre China y la Organización Mundial de Salud (OMS).
«Itamaraty (la cancillería brasileña, conocida por el nombre de su emblemática sede) es rehén del nacionalismo primitivo del ministro», señaló Azambuja.
¿Cómo es posible que la diplomacia brasileña, un centro de excelencia del pensamiento, reconocido por sus mentes brillantes, haya caído bajo tal conducción?
«Las grandes corporaciones jerarquizadas tienen sus vulnerabilidades», respondió el embajador.
Un jefe, que es nombrado desde afuera, impone sus ideas, aunque extremadamente minoritarias y ajenas al pensamiento desarrollado por la institución. La jerarquía y la preservación de la carrera en un momento pasajero explican la disciplina, explicó.
«Confió en que Itamaraty renacerá, por ahora su inmensa mayoría de diplomáticos está paralizada, perpleja y horrorizada», concluyó.
En otro frente externo, el económico, Brasil también sufre repercusiones por sus acciones.
La propuesta del exministro de Educación, Abraham Weintraub, para representar a Brasil y otros ocho países en la dirección del Banco Mundial, refleja como el mismo gobierno brasileño construye su descrédito.
La indicación, formalizada el 18 de junio 2020, el mismo día de su renuncia al cargo, fue la «salida honrosa» que se le ocurrió a Bolsonaro para sacar del país a un fiel colaborador, sometido a investigación judicial por sus acciones antidemocráticas, como sugerir la prisión de jueces del Supremo Tribunal Federal y difundir opiniones difamatorias, racistas y antiindígenas.
La Asociación de los Funcionarios del Banco Mundial pidió al Comité de Ética de la institución suspender la candidatura de Weintraub mientras se evalúan sus actitudes y pidió comunicarle que «la conducta de que se le acusa es totalmente inaceptable en esta institución».
No se espera un veto a Weintraub. No es función del Comité de Ética seleccionar los directores. La asociación solo quiso manifestar su disconformidad, así como lo hicieron 270 economistas, intelectuales y políticos brasileños en un manifiesto.
Weintraub tampoco podrá ser vetado por los otros países que representará: Colombia, Ecuador, Filipinas, Haití, Panamá, República Dominicana, Suriname y Trinidad y Tobago.
Brasil concentra la mitad de los votos del grupo, que son proporcionales al capital votante de cada país. Pero muchas manifestaciones de repudio pueden forzar al gobierno a retirar su propuesta. Ya ocurrió el año pasado, cuando Bolsonaro intentó nombrar a su hijo mayor, el diputado Eduardo Bolsonaro, como embajador en Estados Unidos.
De todos modos Weintraub solo estaría seguro en el cargo hasta octubre, cuando se renovará su mandato o Brasil elegirá un nuevo director para los próximos dos años.
Economista y profesor universitario, con veinte años de experiencia en el mercado financiero, el exministro cumple los requisitos formales de la función.
Pero sus convicciones similares a las del canciller Araújo no se adecuan a una institución multilateral, que adoptó principios ambientales y reconoce los derechos indígenas y de pueblos tradicionales.
Además el ya exministro colecciona polémicas. La última hasta el momento es que horas antes de su salida el día 18, anuló las cuotas para inclusión de negros, indígenas y discapacitados en cursos de posgrado, una medida que revocó su sucesor interino.