Acaba de publicar «Prontuario para orientación de opinantes», su aportación a un frustrado «Diccionario de la Política» que lleva medio siglo inédito desde que en 1969, por encargo de Enrique Tierno Galván y Ramón García Cotarelo, Xosé Soto Rodríguez (Xosé de Arxeriz) comenzara, junto a una docena de colaboradores, el trabajo de poner por escrito los términos políticos que entonces empezaban a ser utilizados por la gente. Puestas al día las entradas y añadiendo nuevos términos, el prontuario ya es una realidad que viene a enriquecer la literatura política.
Entre otras obras de Xosé de Arxeriz destacan también el poemario «Xerfas de Mallante», el estudio «Cara unha poética ecoloxista: Noriega» y los seis volúmenes de «Luzada de vagalumes». Y sobre todo su autobiografía, de título «Sombras, ecos, olgas».
Xosé de Arxeriz es uno de los personajes vivos más fascinantes de la cultura gallega, por su vida y también por su obra, que publica la Fundación que lleva su nombre, Xosé Soto de Fión.
Activista político y músico de vocación (fue gaitero en las formaciones del Ballet Gallego Rey de Viana y del Ballet de Luisillo, en el que trabajó también como tramollista), hablamos con Xosé de Arxeriz en Madrid, donde vive con su esposa, la escritora Milagros Mondéjar, para hacer un recorrido por una vida llena de incidencias y anécdotas.
Paco Pastoriza: A lo largo de su vida sobresalen dos aspectos o dos actividades a las que dedicó la mayor parte de su tiempo: la política y la música. ¿No pensó en ningún momento dedicarse a la música como profesional, siendo usted desde muy joven uno de los gaiteros gallegos más valorados?
Xosé de Arxeriz: Me gustó la música ya desde niño. Hacia 1943 escuché la primera gaita en Arxeriz y recuerdo que me encariñé con su son, muy intimidante. Pero en seguida me encariñaría con su sonido seductor. Decidí aprender a tocarla en el Centro Gallego de Madrid en 1961, bajo la batuta de un joven, zapatero de oficio, de nombre Moncho Bermúdez, que había nacido en Viveiro. Entonces los gaiteros eran carpinteros, albañiles, herreros… que en su tiempo libre ganaban un plus tocando en celebraciones diversas. Yo fui el primer universitario que cobraba por tocar en plan profesional, pues el abogado ourensano don Faustino Santalices y el boticario pontevedrés don Perfecto Feijoo (muy superiores a mi) tocaran en solemnidades notorias y sin cobrar nada. Yo cobré siempre o toqué a gastos pagados.
En el verano de 1964 me contrató la compañía del Ballet de Luisillo como «instrumentista regional», para actuar en los Festivales de España. También me contrató a lo largo de los dos años siguientes para tocar en varios países de Europa: mi gaita fue la primera en sonar dentro del Vaticano. En 1967 hice con el Ballet Gallego de Rey de Viana una tournée por Hispanoamérica, poniendo así fin a mi currículo: dejaba la etapa bohemia de mi vida para terminar la carrera de Derecho y hacer la de Periodismo. Gracias a la gaitiña conocí muchos países de Europa y de América mientras ganaba dinero al mismo tiempo que lo gastaba. También conocí a gente ilustre en el ámbito de las artes y de la política… y entre los grandes gaiteros, a Basilio Carril, de Santiago; o Leonardo y el Paradela, de A Coruña; los hermanos Garceiras, de Melide, y al gran Avelino Cachafeiro.
PP: Usted estudió en Alemania cuando era muy joven. ¿Cómo influyó la cultura alemana o centroeuropea en su vida?
XA: En el año 1955, al terminar el curso preuniversitario, mi padre tomó una decisión que iba a tener una gran trascendencia positiva para mí: me envió a Alemania por consejo del tío Xan de Forcados (conocido en Galicia por doctor López Suárez). Pasé alrededor de un año en Alemania entre nativos y sin utilizar casi nunca el idioma español. Luego aprendí alemán y me hice el germanófilo que aún sigo siendo.
PP: A lo largo de su vida atravesó usted una serie de situaciones políticas que fueron conformando su ideología, desde el Frente de Juventudes y la Acción Católica de su niñez hasta el marxismo-leninismo, incluso el estalinismo, el independentismo radical, y finalmente el socialismo democrático. Hasta tuvo relación con la masonería. ¿Cómo se definiría en la actual situación?
XA: En relación con mi evolución ideológica, diré que hice mis primeras armas en el Frente de Juventudes de Lugo, sin que mi familia lo supiese, porque no simpatizaba con semejante «tropa». Me movía el ansia de hacer deporte y jugar gratis al ping-pong. Cierto que le tomé cierto apego a la idea básica y la confirmé en Alemania con una dosis módica de nazismo. Pasaron los años. Estudié, reflexioné y admití la conveniencia de aplicar el leninismo a las sociedades ancladas en un autoritarismo clerical paralizante. Mi inspirador de los años setenta era Fidel Castro. No me molestaba que me tildasen de estalinista.
Pasaron más años. Estudié, viajé y me di cuenta de que una dictadura puede colapsar la revolución. Percibí estos elementos en la URSS, en China y en Corea del Norte. Opté por un sistema democrático y socializante y ponerme a las órdenes de Tierno Galván y de Felipe González. Con ellos llegaría a colaborar a alto nivel. A día de hoy y siendo ya octogenario, sigo en la intención de votar y apoyar al PSOE.
Hubo un tiempo en que milité en la UPG (la independentista Unión do Pobo Galego), gozando de la amistad de líderes como Méndez Ferrín y Bautista Álvarez, pero a nivel político aguanté poco allí. Nunca fui separatista y ya en los años críticos definía lo futurible deseable como una «Unión Ibérica Socialista Soviética» incluyendo a Galicia y Portugal. Sabedor de que todo aquello no pasaba de ser una visión sonambúlica, dejé los trastos y entré en el PSOE, en cuya comisión internacional valoraron mis puntos de vista y a veces los tuvieron en cuenta, sobre todo en lo referente a los países árabes y del Tercer Mudo en general.
PP: Su vida alcanzó un punto de inflexión cuando llegó a Madrid como estudiante. ¿Cómo fue que decidió quedarse definitivamente en la capital?
XA: La decisión de matricularme en la Universidad Central, única existente entonces en Madrid, fue tomada en su día por mi padre, por considerarla más prestigiosa que la de Santiago. Mi intención entonces era licenciarme en Derecho para seguir la carrera diplomática, en parte gracias a mi capacidad para los idiomas. Actualmente son muchos quienes me consideran un políglota por hablar una media docena de lenguas vivas. Mi distanciamiento del franquismo me apartó de la eventual diplomacia y me llevó a la docencia universitaria.
PP: Dos instituciones fueron fundamentales para usted en Madrid: el Centro Gallego y el Ateneo. Hábleme de su relación con ellas
XA: Mi entrada en el Centro Gallego fue consecuencia de la afición musical que me vinculó a la Agrupación Rosalía de Castro, de la que llegué a ser gaitero. Entonces actuábamos en diversos teatros de Madrid, en el Palacio de Deportes y en los pabellones de la Casa de Campo. El Ayuntamiento de Madrid nos invitaba siempre a participar en las fiestas de San Isidro y de Santiago. El Ateneo lo frecuentaba para seguir de cerca la vida cultural. Allí conocí un montón de celebridades… desde Gironella y Delibes hasta Carmen Martín Gaite, al filósofo francés Gabriel Marcel…
PP: Durante la guerra fría usted fue becario de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, los dos imperios enfrentados. ¿Cómo se dio esa circunstancia?
XA: Es cierto que disfruté de becas de estudio de los dos imperios, superando eventuales investigaciones de la CIA y del KGB. Aproveché al máximo la estancia tanto en uno como en el otro imperio. Fue mucho lo que aprendí aparte de dos idiomas universales. Conocí a un montón de personajes de primera línea. Entre ellos puedo citar los que más me interesaron: Pablo Neruda, con quien hablé largo y tendido en Santiago de Chile. Ernesto Cardenal, aprovechando su estancia en Madrid; incluso llegué a presentarle a Tierno Galván. A Raimón lo invité a cenar y toqué la gaita para él; quedó muy complacido, pero me díjo: «Ché, tienes que aprender a afinarla mejor». A Juan Ramírez de Lucas, último amante de García Lorca, a quien visité varias veces en su casa. A Ramón Piñeiro lo visité también más de una vez en su confesionario doméstico. A Ben-Cho-Sey, a Bautista Álvarez y a Tierno Galván los traté muchísimo. A Seoane también, aunque menos, igual que a Tino Grandío. A Laxeiro apenas lo traté. Con Cubillo compartí dos cenas en Trípoli, igual que con Buteflika cuando aún era poco importante. A Jiménez de Asúa y a Sánchez Albornoz (presidentes da República Española y del Consejo de Ministros respectivamente, en el exilio) los entrevisté en sus domicilios de Buenos Aires. A Muammar El-Ghadafi lo saludé en Tripoli varias veces. A Kim Il-sung y a Mijail Gorbachov les escuché sendos discursos presenciales. Ni uno ni el otro me convencieron. Cierto que yo ya no era leninista.
A Yaser Arafat lo oí por primera vez en Varsovia; me saludó marcando mucho la distancia; me pareció engreído y superficial. En cambio me gustaron mucho Clinton y Willy Brandt. También Olof Palme, con quien estuve por última vez un mes antes de su asesinato. Y un tipo que me cayó muy bien, cuando ya él era un don nadie, fue Hegedüs Andras, expresidente del gobierno húngaro cuando la célebre insurrección anticomunista de 1956. Hablamos en una mezcla de inglés, ruso y alemán a lo largo de una cena fraternal, y terminamos brindando por Atila! el bárbaro de tiempos idos que sigue siendo un héroe para los pueblos transurálicos.