«Adieu les cons», el título de la película de Albert Dupontel que ha conseguido este año el mayor número de premios Cesar de la Academia francesa –que yo traduzco como «Adios gilipollas», con el sinónimo que sin ninguna duda eligió George Brassens para la estrofa en que se sentaba en un banco a verlos pasar, y que además está en el diccionario de la RAE, es malsonante pero existe- me viene que ni hecho a propósito para pedir que se vayan los que están en Madrid y no vengan los siguientes, que bastante teníamos ya con los aborígenes.
Que se vayan los «cons» franceses, mayormente jóvenes burgueses del tipo del «cayetano» nacional, que en el último mes han aumentado en un 74 por ciento la compra de billetes de avión (cifra facilitada en el informativo matinal de La 1 de TVE) para pasar entre un finde y una semana en Madrid y que, con bastantes cervezas de más en el cuerpo y sentados en alguna terraza –sin vacunar, sin mascarilla por supuesto y pasándose un porro a la luz de las farolas, que por cierto fueron una de las grandes bellezas de la capital del reino- confiesan sin tapujos a los micrófonos de todos los canales de televisión que les acercan aguerridos colegas, mal pagados y coleccionistas de horas extras que no aparecen en sus CV, que han venido aquí para hacer lo que no les deja hacer Macron allí.
Lo que significa montar la bronca al aire libre y la fiesta (Oh, la,la, la fête) en un piso castizo –que con suerte ha sido escenario del desahucio de una mujer sin pareja y con hijo- alquilado a 70 euros la noche, donde van a dormir hasta una docena.
«Adieu les cons» franceses que vienen porque la presidenta en funciones de esta Comunidad, a la que no le están yendo bien las cosas y además es de lo peor en materia de pandemia, les da la bienvenida para que sigan «ayudando a mantener la economía» de todos sus amigos «fascistas, que están en el lado bueno de la historia», lo que evidentemente le preocupa infinitamente más que nuestra salud.
Y no digamos nuestra Sanidad desmantelada, con los Centros de Salud cerrados desde hace un año y, en el mejor de los casos, los médicos llamados de familia dando citas a una semana vista para consultas telefónicas, que menos mal que la última vez que lo intenté solo quería una receta y no me había dado un infarto.