El presidente Jair Bolsonaro se enredó en una crisis militar que pone en riesgo su gobierno, al destituir al ministro de Defensa, general Fernando Azevedo, en un intento de obtener apoyo castrense a su política suicida ante la COVID-19, informa Mario Osava (IPS) desde Río de Janeiro.
Los comandantes de las tres ramas de las Fuerzas Armadas renunciaron este martes 30 de marzo 2021 en solidaridad con el al ahora exministro, que dejó la función en la víspera con un mensaje que no podría ser más explícito para un general: he preservado las Fuerzas Armadas como instituciones del Estado.
Desde el inicio de la pandemia hubo varias señales de discrepancias, especialmente entre el comandante del Ejército, general Edson Pujol, y Bolsonaro, en la forma de enfrentar la crisis sanitaria.
Una división que se hizo más aguda en las últimas semanas.
El 8 de marzo, por ejemplo, el presidente de extrema derecha dijo que «mi ejército no irá a las calles obligar el pueblo a quedarse en casa», en oposición a las medidas adoptadas por gobiernos de estados y municipios para restringir la circulación y aglomeraciones de las personas, en un esfuerzo por contener la propagación del coronavirus.
Desde febrero, casi todo Brasil vive una ola pandémica más letal que la de 2020, con el colapso de hospitales en centenares de ciudades, escasez de oxígeno y de medicamentos indispensables a los cuidados intensivos.
Bolsonaro pasó a usar mascarilla en sus apariciones públicas, pero mantiene su oposición al aislamiento social y anunció que no aceptaría el cierre casi total de las actividades urbanas, el llamado confinamiento.
Sus intentos de movilizar a los militares en su respaldo se repitieron con frecuencia desde el comienzo de 2020 y más desde la expansión de la pandemia de covid.
Participó en manifestaciones de sus seguidores que reclamaban intervención de las Fuerzas Armadas, la clausura del Supremo Tribunal Federal y del legislativo Congreso Nacional y la reactivación del Acta Institucional número 5 (AI-5) de 1968, que endureció la dictadura que los militares impusieron al país de 1964 a 1985.
Algunos generales, especialmente Pujol, se manifestaron contra la política en los cuarteles y evidenciaron una forma distinta de actuar contra la pandemia, en oposición a las actitudes y maneras del presidente.
La última gota para Bolsonaro, al parecer, fue una entrevista del general Paulo Sergio de Oliveira, jefe del Departamento General de Personal del Ejército, al diario Correio Braziliense, de Brasilia, el 25 de marzo.
En ella detalló cómo lidió con la pandemia, adoptando todas las medidas de prevención rechazadas por Bolsonaro, como distanciamiento interpersonal y el uso de mascarillas.
En el universo de unas setecientas mil personas, sumando soldados y oficiales, activos o retirados, más sus familias, la mortalidad por COVID-19 fue hasta ahora de 0,13 por ciento de los infectados. En la población en general fue de 2,5 por ciento.
Además, el general alertó sobre una tercera ola que demanda preparación y medidas especiales. Son datos que por sí solos suenan como una condena de lo que dijo e hizo Bolsonaro desde el inicio de la pandemia. Menospreció su letalidad, previó su fin varias veces, promovió actos callejeros sin mascarilla y recomendó tratamientos polémicos.
Actualmente concentra su prédica contra medidas de confinamiento, el toque de queda adoptado por muchos municipios y que él considera un componente del estado de sitio que solo el presidente puede implantar. En realidad la Constitución y las leyes reconocen el poder de restringir la circulación de personas a gobernadores y alcaldes.
Otro episodio de molestia entre los militares fue el nombramiento de un general activo del Ejército, Eduardo Pazuello, como ministro de Salud, en mayo de 2020, cuando los muertos por COVID-19 se acercaban a quince mil en el país.
Pazuello asumió la misión de suceder a dos médicos que fueron titulares del Ministerio de Salud y que Bolsonaro descartó porque insistían en promover el confinamiento y la distancia física y se negaban a recomendar la cloroquina y otros medicamentos ineficaces para prevenir o tratar la covid.
La gestión del general fue un desastre y dejó el Ministerio el 19 de marzo, cuando los muertos ya sumaban más de 298.000, es decir más de 283.000 en su periodo. Eso desgastó la imagen de las Fuerzas Armadas, ya que Pazuello se mantuvo como general activo, sin retirarse como planteaban los comandantes militares.
El nuevo ministro de la Defensa, el general Walter Braga Netto, divulgó la renuncia del general Pujol, el almirante Ilques Barbosa, comandante de la Marina, y del brigadier Antonio Carlos Bermudez, de la Aeronáutica, como una decisión superior normal.
Pero resultó evidente que se trata de una protesta sin precedentes en el país.
Braga Netto era antes el jefe de la Casa Civil de la Presidencia, con rango de ministro encargado de coordinar el gobierno, una especie de primer ministro. Es amigo personal de Bolsonaro y uno de los cinco generales retirados que componían el núcleo central del poder en Brasilia.
El grupo se redujo a cuatro e incluye el vicepresidente Hamilton Mourão, hace mucho alejado de Bolsonaro quien, al parecer, le perdió la confianza después de varias declaraciones que discrepan del pensamiento presidencial.
La diferencia entre los dos es casi la que existe entre barbarie y civilización, según el gobernador del estado de Maranhão, Flavio Dino, del Partido Comunista del Brasil y opositor gobierno central. Lo dijo para defender la apertura de un proceso de inhabilitación legislativa de Bolsonaro.
Será difícil para el presidente y su nuevo ministro de Defensa nombrar un nuevo comandante del Ejército dócil a los designios presidenciales. Por lo menos cuatro de los generales que por tradición serían los primeros aptos a sustituir a Pujol sufren alguna restricción de Bolsonaro por actos del pasado u opiniones sobre la pandemia.
Son los llamados generales de Ejército, de cuatro estrellas. La antigüedad cuenta como criterio para asumir el comando, el nombramiento de uno más joven o con menos años de generalato obliga al retiro de los más antiguos, por cuestión de jerarquía. Un general con más experiencia no puede quedar bajo la jefatura de otro menos calificado.
La crisis militar agrega un nuevo y más grave peligro a la creciente pérdida de poder y de popularidad de Bolsonaro.
El flanco diplomático, otro riesgo
Su hasta entonces ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araújo, tuvo que renunciar el 29 de marzo, tras una ofensiva del Congreso para su sustitución, ante una gestión también desastrosa que hizo de Brasil un paria internacional y dificultó el acceso del país a las vacunas anticovid.
Araújo promovió una destrucción de la diplomacia sin precedentes en la historia brasileña, evaluó Paulo Roberto de Almeida, un diplomático con rango de embajador que escribió varios libros sobre la política externa del país y análisis de su actualidad, además de mantener un blog sobre el tema.
El ya excanciller es acusado de retrasar el acceso brasileño a vacunas importadas y a los insumos indispensables a su producción nacional, al acusar China de usar el coronavirus para obtener ventajas geopolíticas y haber defendido una política externa totalmente sumisa al expresidente estadounidense Donald Trump, el «único que puede salvar el Occidente de la decadencia».
El sustituto nombrado por Bolsonaro, Carlos Alberto França, no cambiará el rumbo de la diplomacia, incluso porque es allegado a la familia Bolsonaro y discreto, pero representará un gran alivio para el Itamaraty, la sede de la cancillería brasileña, vaticinó Almeida a IPS por teléfono desde Brasilia.
Es apacible, pacificará la casa, ya que no tiene la agresividad del antecesor y dejará que los diplomáticos trabajen sin los temores de antes, acotó. Estará bajo control del presidente, pero Bolsonaro ya bajó el tono de sus acciones, ahora que solo se dedica a que su gobierno sobreviva hasta 2022, sostuvo.
Bolsonaro nombró también otros cuatro nuevos ministros. El Ministerio de Justicia y Seguridad Pública tendrá como titular un comisario de la Policía Federal, Anderson Torres, lo que apunta la represión policial como prioridad.
Para la Secretaría de Gobierno, encargada de relaciones políticas se nombró a la flamante diputada Flavia Arruda, otra sorpresa porque la tarea requiere mucha experiencia en negociaciones legislativas.
Pero significa más poder al bloque llamado Centrão (gran centro) de legisladores tenidos como pragmáticos y que siempre sostienen gobiernos en canje por ventajas políticas y financieras.