Teresa Gurza¹
Mao nadó, Calderón se disfrazó, Maduro silbó, Putin se heló y AMLO se «peluqueó». Toda proporción guardada [hay cierta similitud] entre lo que cada uno ha hecho en su patria.
Son hombres cuyos actos por sentirse superiores han tenido consecuencias nefastas en sus países y, aunque hay entre ellos abismales diferencias, los asemeja su narcisismo.
Mao tenía 73 años cuando el 10 de julio de 1966 brincó al río Yangtsé, el más largo de Asia.
Usando shorts con estampado de flores y fauna de la mitología china, miraba desde la cubierta de un barco el espectáculo de atletas nadando en su honor, cuando ¡pum!, saltó al agua: nadó, flotó y quedó varios minutos inmóvil viendo al cielo, como esperando una nube.
Algunos medios occidentales aseguraron que lo habían sostenido hombres-rana, pero en China alabaron su arrojo y buena salud y su traje de baño se exhibe en el museo de su ciudad natal, Shaoshan.
El 4 de enero del 2007 el diario Reforma publicó una fotografía del presidente de México, Felipe Calderón, disfrazado de soldado.
Se sentía soñado, pero la chamarra verde olivo y el quepis le quedaban tan grandes que recordaban el dicho «el difunto era mayor», y, así vestido, anunció en Michoacán su guerra contra el narco.
Era aún presidente cuando el 10 de febrero de 2012, Reforma publicó otra fotografía suya; ahora trepado en un caballo blanco del tamaño de un burro, sobre el que recorrió pocas cuadras [calles]; el semblante aterrado, la mano tiesa en el cabestro y los zapatos de tacón para alcanzar estribos, hacían fuerte contraste con la gallardía del militar que lo escoltaba en un magnífico ejemplar.
El dos de abril de 2013, la prensa venezolana informó que al candidato a la presidencia Nicolás Maduro, se le había aparecido Hugo Chávez en forma de «pajarito chiquitico», para bendecirlo al iniciar su campaña.
«Lo vi y sentí desde mi alma… como diciéndonos ‘Vayan a la victoria´», relató Maduro fotografiado junto a los hermanos de Chávez y precisando que estaba orando en una capilla católica de Barinas, cuando se le apareció el ave con la que se comunicó, «a silbidos».
El 19 de enero de 2021, el presidente ruso Vladimir Putin, de 68 años, se quitó botas y abrigo y, en traje de baño azul, se sumergió tres veces en el agua bajo cero de una piscina cerca de Moscú para celebrar la Epifanía.
La Iglesia Ortodoxa rusa aclaró que helarse no es norma canónica, pero a Putin le dio lo mismo y celebró el ritual religioso rodeado de camarógrafos, porque le gusta lucir su cuerpo.
Este 17 de agosto de 2021, Andrés Manuel López Obrador fue fotografiado despeinado y con batín de rayas, mientras le cortaban el pelo en el despacho presidencial de Palacio Nacional.
Presumiendo que su peluquero es el único que le toma el pelo, subió su foto a las redes y pagó para que saliera en los medios.
No debiera ser la oficina presidencial sitio para peluquearse; y que yo sepa, solo Clinton había hecho ahí otras cosas fuera de gobernar y firmar decretos.
Pero los mencionados son, o eran en el caso de Mao, afectos a exhibirse utilizando recursos públicos, y López Obrador publicita hasta actividades cotidianas, como desayunar.
Y cómo se sentirá de grandioso, que anunció que su testamento estipula que no quiere calles con su nombre ni estatuas que lo inmortalicen.
Lástima que no todos coincidan que las merece, como queda evidente en los millones de mexicanos contrarios a su gobierno y en su desairada convocatoria a la Celac [Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños], que ignoró el tema migratorio pese a nuestras fronteras en crisis, rechazó su propuesta de desaparecer la OEA y los presidentes de Colombia, Uruguay y Paraguay condenaron a los tiranos de Cuba y Venezuela, sus invitados especiales.
Pero aún sin calles, estatuas o presidentes envidiosos que no lo quieren como líder, su memoria será imborrable para quienes hemos vivido sus ocurrencias y desmanes.
Imposible olvidar los sustos y corajes que nos han causado su manejo de la pandemia, sus insultos y pleitos diarios, sus apapachos [abrazos] a dictadores latinoamericanos, sus excesos al equipararse a Benito Juárez, Francisco I. Madero y Salvador Allende y comparar a Miguel Hidalgo con Jesucristo; y su obediencia de mandilón, a la «historiadora»* que cree que alterar fechas históricas y quitar o poner estatuas, cambiará el pasado.
Será también inolvidable para el cártel de Sinaloa, al que defiende constantemente y ha hecho objeto de atenciones que gobiernos pasados no le rendían; la más notable, liberar al Chapito Guzmán** estando detenido por el ejército.
- *Beatriz Gutiérrez Muller, esposa del presidente.
- **Hijo de Joaquín Guzmán Lorea, El Chapo Guzmán.
- Teresa Gurza es una periodista mexicana multipremiada que distribuye actualmente sus artículos de forma independiente