Por favor, no molesten al Presidente con asuntos de poca relevancia. Este fue el mensaje trasladado por los emisarios del Departamento de Estado norteamericano a la cúpula de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en vísperas del viaje de Joe Biden a Oriente Medio.
Nada de efusividad ni de discursos inutiles, rezaban las instrucciones de la Casa Blanca. La foto de Biden con Mahmúd Abbas no tiene que desencadenar reacciones negativas en Israel ni muchísimo menos en Riad, última etapa de la peregrinación del inquilino de la Casa Blanca por tierras de Oriente.
En resumidas palabras, el amigo israelí tiene que sentir el apoyo de Washington; el hasta ahora paria del desierto, el príncipe Mohammed Bin Salman, heredero de la Corona saudí, tiene que comprender que el octogenario político norteamericano viene en son de paz.
No, en este caso concreto, tampoco se trata de exigir responsabilidades por el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi, la oveja negra del régimen de Riad, que halló refugio en las páginas del Washington Post. Sí, es cierto; la muerte de Khashoggi provocó la ira de la prensa libre de Occidente, de los políticos estadounidenses, del propio Biden, quien se comprometió durante la campaña presidencial de castigar a Bin Salman.
Pero en estos momentos, la Casa Blanca tiene otras prioridades; se trata de convencer a los señores del reino de las dunas de la necesidad de compensar, con un anhelado excedente de exportaciones, la pérdida de los hidrocarburos rusos, vetados por las restricciones impuestas por Occidente tras la invasión de Ucrania. Entre el oro negro y la honorabilidad de Bin Salman, Washington se decanta por… el crudo saudí.
Lo malo es que el príncipe se comprometió con Rusia – primera potencia productora de petróleo – a no adoptar políticas susceptibles de perjudicar los intereses de los países petroleros y, con China, de incrementar ostensiblemente las exportaciones de oro negro. Bin Salman tiene que retractarse, sugieren los asesores económicos de Biden. ¿Renunciar a la palabra dada? Un autentico desafío para el Presidente. ¿La contrapartida?
Joe Biden tiene que convencer a los palestinos que el moribundo, véase difunto proceso de paz, se reanudará aceptando los compases de la música propuesta por los saudíes, un ritmo que no es del agrado de la plana mayor de la Autoridad Palestina.
Por su parte, los políticos israelíes, preocupados por el escaso interés de Washington por sus inquietudes – amenaza nuclear iraní, avance de los grupúsculos integristas hacia las fronteras del Estado Judío, recrudecimiento de los ataques de Hamas -, necesitan el espaldarazo de Biden para consolidar su actuación en la zona. El posible reconocimiento por parte de Arabia Saudita y las ansiadas oportunidades de negocios con el país de las dunas abran nuevos horizontes para Israel.
Los palestinos, simple moneda de cambio en este regateo, tendrán que aceptar la tutela de la monarquía saudí y los no siempre agradables ukases de la Casa Blanca. Norteamérica les está exigiendo no molestar a Joe Biden con el espinoso asunto de la apertura de un Consulado General estadounidense en Jerusalén este, no reclamar la reapertura de la oficina de la OLP en Washington, cerrada por la Administración Trump y renunciar a la investigación sobre el asesinato de la periodista palestino-norteamericana Shireen Abu Aqleh, quien falleció posiblemente debido a un impacto de bala israelí.
El termino posiblemente figura en el informe elaborado recientemente por las autoridades estadounidenses encargadas de dilucidar las condiciones de la muerte de Shireen. Obviamente, hay una diferencia abismal entre la vida de un periodista saudí y la de una palestina empleada por una cadena de televisión árabe. Obviamente, la paz en Oriente Medio no figura entre las prioridades de la Administración Biden.