En presidente galo, Emmanuel Macron, inauguró la semana pasada en Praga un proyecto que lleva el prestigioso sello de la República Francesa: la Comunidad Política Europea. Un proyecto destinado a ampliar el espacio de la Unión a los países que no cumplen los requisitos para el ingreso en el exquisito club de Bruselas, pero que debería convertirse en foro de debate para una cuarentena de Estados europeos y mediterráneos que, por su situación política y ubicación geográfica, no encajan en los actuales esquemas de la UE.
La Comunidad nace sin ideario concreto y carece – al menos por ahora – de Reglamentos internos. Su principal objetivo consiste – según la presentación hecha por el propio jefe de Estado francés – en fomentar el diálogo político y la cooperación y reforzar la seguridad, la estabilidad y la prosperidad del continente europeo. Lo que pretende París es proyectar un bloque europeo amplio que incluya a países extracomunitarios que debatan temas relacionados con el cambio climático, la energía, las migraciones, la paz o la seguridad en la zona.
A los 27 miembros de la Unión Europea se sumarían otros 17 Estados europeos, el Reino Unido, Turquía, los eternos candidatos a la adhesión de los Balcanes occidentales, Ucrania, Azerbaiyán y Armenia. Una agrupación ideada para acentuar el aislamiento político de los nuevos enemigos del Viejo Continente: Rusia y Bielorrusia.
Obviamente, la Comunidad no sustituirá a las políticas actuales de la UE, en particular la ampliación, y respetará plenamente la autonomía decisoria de Bruselas. Sus diálogos y, ante todo, sus conclusiones, no tendrán carácter vinculante.
La Comunidad Política se propone analizar numerosos asuntos pendientes, como, por ejemplo, las relaciones del Continente con el Reino Unido después del Brexit, la fluctuante situación de Turquía, la problemática de Serbia o los conflictos de Nagorno-Karabaj, Transnistria, Osetia del Sur y Abjasia.
La idea de Macron se basa en el proyecto de la Confederación Europea, lanzado en 1989 por otro jefe de Estado francés, François Mitterrand, partidario de organizar Europa tras la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética. Sin embargo, Mitterrand era partidario de integrar a Rusia en la famosa Casa Común ideada en su momento por Mijaíl Gorbachov. Pero los tiempos cambian: la Federación Rusa de Vladímir Putin desempeña – con éxito – el triste papel de enemiga.
Cabe preguntarse si Macron sueña con tomar las riendas de Europa, una posición que ha ocupado durante lustros la canciller alemana Angela Merkel.
Difícilmente lo podríamos imaginar liderando el cada vez más disonante concierto europeo, donde los fastuosos tonos de su adorada Marcha del Emperador tropiezan (y tropezarán) con los festivos acordes de una Giovinezza.
No, lo cierto es que Emmanuel Macron sigue el ejemplo de sus ilustres predecesores: Mitterrand, Chirac y Sarkozy, estadistas dedicados a elaborar grandiosos proyectos dedicados a la mayor gloria de Francia.
A finales de los años 80, François Mitterrand apadrinó un proyecto muy parecido a la Casa Común de Gorbachov. A mediados de la década de los 90, Jacques Chirac se empeñó – sin éxito – a adueñarse del Proceso de Barcelona, para convertirlo en el… Proceso de Marsella. Su sucesor, Nicolas Sarkozy, aprovechó el dramático estancamiento de la Declaración de Barcelona para convertir el moribundo proceso en la Unión por el Mediterráneo, herramienta diplomática casi desconocida y muy desaprovechada.
Emmanuel Macron, asiduo lector de sus clásicos, encontró un texto de François Mitterrand que rezaba: Francia no lo sabe, pero estamos en guerra con América. Sí, una guerra permanente, una guerra vital, una guerra económica, una guerra sin muerte aparentemente. Sí, los estadounidenses son muy duros, son voraces, quieren un poder indiviso sobre el mundo. Es una guerra desconocida, una guerra permanente, aparentemente sin muerte y sin embargo una guerra a muerte.
De ahí la idea de crear un Ejercito europeo. La OTAN – afirmó Macron en noviembre de 2019 – tiene el encefalograma plano; es un signo de muerte cerebral. Pero bastó con la amenaza de Trump de retirarse de la Alianza Atlántica para que los políticos europeos vuelvan a cantar las loas del paraguas nuclear estadounidense. Emmanuel Macron tuvo que rectificar el tiro, hallar un nuevo concepto llamado a brillar a la mayor gloria de Francia.
Así se engendró la Comunidad Política Europea.