Visité Letonia en 1984 cuando viví en Moscú y volví en 2013 con la Marga, hija de Matías, su esposo Marcelo y sus cuatro hijos, y en ambas ocasiones quedé fascinada por su bella capital, Riga, que hoy es Patrimonio de la Humanidad.
Letonia, Latvia en letón, es una de las tres repúblicas bálticas y está en el Golfo de Riga entre Lituania y Estonia.
Fue fundada por vikingos, sus primeros habitantes fueron tribus dedicadas a la pesca y lleva siglos haciendo artesanía de hueso, madera, ámbar y hierro y preciosa mantelería y ropa de lino.
Su gente me pareció guapa, amistosa, alegre y muy rica su comida de carnes, sopas, quesos y pescados; ahí se originó el delicioso Kvas, kali en letón, bebida fermentada elaborada con centeno, que en verano vendían en pipas en los parques moscovitas.
Al principio de nuestra era, Letonia abarcaba de Escandinavia a la Rusia de Kiev y hasta el mar Negro y Constantinopla.
Su estratégica situación geográfica y motivos religiosos, políticos y económicos, la convirtieron en presa codiciada por papas y países vecinos y fue dominio de arzobispos y de los imperios sueco, alemán y ruso.
Y aunque hubo letones que colaboraron con los invasores, su historia se caracteriza por su lucha para sacudirse el poder extranjero y su nacionalismo logró que el letón y el lituano sean las dos únicas lenguas bálticas que persisten y ser la primera república en desprenderse de la URSS.
En 1158 llegaron misioneros como el monje Meinhard de Segeberg, con la misión de cristianizarla.
No conseguirlo enfureció el papa Inocencio III, organizador de cuatro cruzadas entre 1198 y 1216, que emitió una bula contra Letonia y en 1200 fue invadida por quinientos cruzados que llegaron en veintitrés barcos haciendo de las suyas, con permiso celestial.
Siguieron decenas de años de combates entre eclesiásticos y señores feudales.
Es de entonces la estatua que, en el centro de Riga, representa a San Ronaldo; símbolo del empeño de Lituania por la libertad, desde el medievo.
Fundada en 1201 en la rivera el río Daugava, Riga fue paso de vías comerciales de vikingos y griegos y corazón de la Ruta del Ámbar, resina fosilizada muy abundante en sus costas y que hasta la Edad Media valía más que el oro.
Su adoquinado centro histórico y edificios, castillo, casas de gremios, templos y monumentos, algunos de madera y todos muy coloridos y con esculturas en fachadas, puertas, esquinas y ventanas, le dan una característica especial.
En 1211 acuñó su primera moneda y se benefició de ordenes papales que obligaron a los alemanes que mercadeaban en el Báltico, a hacerlo a través Riga.
Su ayuntamiento conserva documentos de 1210, y una placa colocada en el piso de entrada indica que en diciembre de 1510 se colocó y decoró ahí por primera vez en el mundo, un arbolito de navidad.
Tuvo constitución desde 1221 y tres años después, dejó pagar impuestos al obispo y pudo elegir magistrados y concejales.
En 1522 acabó el dominio arzobispal y Letonia se fue trasformando en una nación culta, unida y desarrollada y para 1710, Riga era la ciudad más importante del imperio sueco, que vivía de su trigo.
En 1793 el zar Pedro el Grande se la apropió y en 1900 Riga era la tercera ciudad más grande del imperio ruso, tras San Petersburgo y Moscú.
Cuando la Primera Guerra Mundial y la Revolución de Octubre arruinaron a Rusia, Letonia aprovechó y en 1918 proclamó su independencia, que le fue reconocida hasta 1929.
En 1939 la Unión Soviética invadió Polonia, Estonia, Letonia y Lituania y presionó para instalar bases militares.
Accedió Letonia en octubre y le costó caro, porque el siguiente junio los rusos arrestaron a su presidente, Kārlis Ulmanis, quien murió en camino a una prisión en Turkmenistán, y se la anexó, como República Socialista Soviética de Letonia.
En 1941 Riga fue ocupada por tropas alemanas, que en nueve días asesinaron veinticuatro mil judíos y cientos de comunistas y gitanos.
En 1944 los soviéticos derrotaron a los alemanes, ocuparon Riga y empezó la lucha de los partisanos letones por quitárselos de encima, pero 160.000 tuvieron que huir a Alemania y Suecia para no ser detenidos; cinco años después la URSS envió 43.000 campesinos a Siberia y 120.000 a campos de concentración.
En marzo de 1953, con la muerte de Stalin y el ascenso de Nikita Jrushev, bajó algo la represión, pero fueron cerradas escuelas de bielorrusos, judíos, polacos, estonios y lituanos, para enseñar literatura, historia, idioma y música rusa.
Los dirigentes comunistas letones fueron despojados de sus puestos, se instalaron fábricas electrónicas y llegaron 400.000 personas de otras repúblicas soviéticas para disminuir la población de letones, que cuando estuve ahí, llegaba apenas a poco más de la mitad de su millón y medio de habitantes.
Todo lo anterior, incrementó el descontento contra la URSS y provocó en 1986 protestas callejeras, que al ir aumentando en popularidad fueron prohibidas y detenidos cientos de sus participantes.
En 1988 el Movimiento por la Independencia de Letonia exigió partidos políticos, libertad de prensa y fin de la «rusificación».
Y el 23 de agosto de 1989, más de millón y medio de personas se tomaron de las manos para formar una cadena de seiscientas kilómetros de longitud que cruzó las tres repúblicas bálticas y el libro Guinness inscribió, como la más larga de la historia.
Esa Cadena de Manos se hizo para exigir la «retirada de las fuerzas de ocupación» y denunciar el protocolo secreto del pacto Molotov-Ribbentrop, firmado por la Unión Soviética y la Alemania Nazi; que dividía Europa del Este y entregaba la mayor parte a Moscú.
Los líderes de Letonia y Estonia se juntaron en la frontera para enterrar una cruz gamada con la estrella roja en el centro.
A los pocos días, la URSS admitió la existencia del protocolo insistiendo en que las repúblicas bálticas se le habían adherido voluntariamente.
Erich Honecker y Nicolae Ceauşescu, dirigentes de la República Democrática Alemana y de Rumanía, ofrecieron a Gorbachev tropas para aplacar las protestas, que él rechazó.
El 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín; en diciembre las nuevas autoridades alemanas firmaron una declaración de condena al pacto Molotov-Ribbentrop.
Y el 11 de marzo de 1990, ocho meses antes del referéndum que en noviembre de 1991 decidió la disolución de la URSS, Letonia declaró su independencia.
Siguieron Estonia y Lituania y las tres Repúblicas Bálticas son desde 2004, parte de la OTAN.