Por allí hay una huerta agroecológica y un vivero, más allá hay corrales para la cría de cerdos y gallinas y muy cerca, en una vieja casa de una planta y techo de tejas, doce mujeres cosen pantalones y blusas. Todo eso sucede en un trozo de un parque público, cerca de Buenos Aires, donde las cooperativas populares enfrentan la larga crisis socioeconómica de Argentina, informa Daniel Gutman (IPS) desde Buenos Aires.
«Vendemos la ropa en ferias y la ofrecemos a comerciantes. Nuestro gran sueño es montar un negocio propio para vender al público, pero es difícil, especialmente porque no podemos conseguir un crédito», cuenta a IPS Soledad Arnedo, una mujer que es madre de tres hijos y que trabaja todos los días en el taller textil.
Las prendas que fabrican las diseñadoras y costureras llevan la marca «La Negra del Norte», porque el taller está en el municipio de San Isidro, en el norte del Gran Buenos Aires.
Así se llama comúnmente al conglomerado suburbano formado por los 33 municipios que rodean a la capital de este país sudamericano, en el que viven once millones de personas y la pobreza alcanza a 45 por ciento de la población.
Así, supera el promedio nacional, que es de 39,2 por ciento, según el último dato oficial.
La Negra del Norte es solo uno de los varios emprendimientos autogestionarios que cobran vida en las cinco hectáreas que, dentro del parque municipal Carlos Arenaza, utiliza la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (Utep).
Se trata de un gremio sin patrones, que agrupa a quienes están excluidos del mercado laboral y cada día buscan sobrevivir con ocupaciones precarias e informales a la brutal inflación que castiga especialmente a los sectores vulnerables de la sociedad argentina.
«Son emprendimientos que nacen con la voluntad del esfuerzo y el objetivo es ser parte de una cadena de valor, en el que las cooperativas textiles sean vistas como un agente económico y su producto sea valorado por el mercado», afirma a IPS Emmanuel Fronteras, quien recorre los talleres cada día para prestar apoyo en nombre del gubernamental Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (Inaes).
El Inaes tiene hoy 20.520 cooperativas populares registradas. El organismo promueve el cooperativismo en medio de una delicada situación social, pero en el que, paradójicamente, el desempleo está en los niveles más bajos de los últimos treinta años en este país de 46 millones de habitantes: 6,3 por ciento, según el último número oficial, correspondiente al último trimestre de 2022.
Tener trabajo y ser pobre
El drama para millones de argentinos no es la falta de trabajo, sino que el trabajo no alcanza: el poder adquisitivo de los salarios ha sido devastado en los últimos años por una inflación desbocada, que este año se aceleró hasta niveles impensados.
En marzo los precios subieron 7,7 por ciento y la inflación interanual (entre abril de 2022 y marzo de 2023) trepó hasta 104,3 por ciento. Los pronósticos de los economistas indican que este año podría finalizar con un índice de entre 130 y 140 por ciento.
Si bien los trabajadores de algunas actividades pueden cubrir en buena parte o en un todo la inflación con sus aumentos salariales, la mayoría queda retrasada y esto les sucede muy especialmente a los trabajadores informales.
«En la Argentina de estos últimos años, tener trabajo no saca de las personas a la pobreza», dice a IPS la economista Nuria Susmel, experta en cuestiones laborales de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (Fiel).
«Esto es así incluso para muchos que tienen empleos formales», agrega.
El Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) estima que una familia tipo (integrada por dos adultos y dos menores) necesitó en marzo un ingreso de 191.000 pesos (834 dólares) para no ser pobre.
Sin embargo, el salario promedio en Argentina es de 86.000 pesos (386 dólares), incluyendo tanto al empleo formal como al informal.
«El salario promedio ha crecido muy por debajo de la inflación. En consecuencia, para las empresas el costo laboral se ha licuado. Esta baja real de los salarios es lo que ayuda a mantener la tasa de empleo en bajos niveles», explica Susmel.
«Y es también la razón por la que hay muchísimos hogares donde una persona tiene trabajo e igual son pobres», concluye.
Valor social de la producción
La Negra del Norte es una de 35 cooperativas textiles que funcionan en la provincia de Buenos Aires y donde trabajan 160 mujeres.
Están apoyadas y sostenidas no solamente desde el Estado por el Inaes, sino también por el Movimiento Evita, una agrupación social y política de izquierda que lleva su nombre en homenaje a Eva Perón, la legendaria líder popular argentina fallecida en 1952, con apenas 33 años.
El Movimiento Evita formó una mesa de cooperativas textiles y colabora con distintas necesidades, como el reacondicionamiento de máquinas y la capacitación de las costureras.
«La mesa fue formada con el objetivo de unir a estos talleres, que en muchos casos eran pequeños emprendimientos aislados, para intentar formalizarlos e insertarlos dentro del circuido productivo y económico», afirma Emmanuel Fronteras, que forma parte del Movimiento Evita, fuertemente vinculado al Inaes.
«Además del valor económico de las prendas apostamos que haya un valor social de la producción, que permite pensar no solamente en la ganancia de los dueños sino en la mejora del ingreso de cada cooperativa», agrega en diálogo con IPS.
En el trabajo del sector textil argentino hay una elevadísima informalidad que ha sido documentada, facilitada por una marcada atomización de la producción, ya que muchas marcas tercerizan la fabricación de su ropa en pequeños talleres.
Muchas de las trabajadoras de las cooperativas complementan su ingreso en la actividad textil con otro a través del plan social Potenciar Trabajo, por el cual el Estado paga la mitad de un salario mínimo, a cambio de una contraprestación laboral.
«Económicamente nos va como al país. La inestabilidad es enorme», cuenta Celene Cárcamo, diseñadora que trabaja en otra cooperativa, que lleva el nombre de Subleva Textil y funciona en una fábrica de tapas para las típicas empanadas argentinas del municipio de San Martín que fue abandonada por sus propietarios y recuperada por los trabajadores.
Allí también funcionan otras cooperativas del rubro gráfico y de alimentos, en lo que es un verdadero polo productivo de la economía popular.
En Subleva Textil trabajan seis mujeres que tuvieron y tienen que enfrentar obstáculos todos los días. Uno de ellos es el permanente aumento de los insumos de trabajo, como el de la mayor parte de los precios de la economía argentina.
Subleva empezó a operar poco antes de la pandemia de covid-19, por lo que tuvo que adaptarse a esa compleja realidad. «Como dicen que crisis es oportunidad, decidimos hacer tapabocas», recuerda Cárcamo, quien apunta a las dificultades llevar adelante una cooperativa en estos tiempos de Argentina y reconoce: «Necesitamos un respiro».