El libro «A Dangerous Delusion» (Una ilusión peligrosa), de Peter Oborne, uno de los analistas políticos más destacados de Gran Bretaña, y del físico irlandés David Morrison, quien profundizó sobre el engaño al parlamento y la sociedad británica antes de la guerra de Iraq de 2003, explica por qué ahora se considera a Irán como el malo de la película, informa Peter Jenkins (IPS) desde Londres.
El texto pondrá de malhumor a los neoconservadores, a los integrantes del israelí Partido Likud y a los miembros de la familia real de Arabia Saudita, pero es una ayuda para todos los que no saben qué pensar sobre que el programa nuclear iraní es una amenaza para la supervivencia de Israel, la seguridad de los estados árabes del Golfo y la paz mundial.
Con un estilo enérgico y conciso, así como con la indignación que caracteriza a la buena crítica desde la época del poeta Décimo Junio Juvenal (entre los siglos I y II), los autores evitan al lector detalles que podrían resultar tediosos y el libro se devora en cuestión de horas.
El argumento central es que el enfrentamiento de Estados Unidos y de Europa con Irán por sus actividades nucleares es irracional e innecesario.
La preocupación por las intenciones de Irán es y seguirán siendo legítimas, pero se pueden apaciguar con medidas a las que el gobierno de ese país ya accedió en 2005 y mediante un control internacional más invasivo.
Un instrumento legal internacional como el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) tiene un papel protagónico.
Este acuerdo, resultado de la distensión que siguió a la crisis de los misiles con Cuba, en 1962, tuvo un éxito notable en disuadir la propagación de armas nucleares. Irán es un estado parte del TNP desde su entrada en vigor en 1970.
Un funcionario estadounidense testificó ante el Senado en 1968 que el TNP no prohibía la adquisición de tecnologías nucleares que sirvieran para fines militares y civiles (de doble uso).
El documento asumía que las partes tendrían interés en respetar los términos pensados para limitar la propagación de estas armas devastadoras y que la frecuente supervisión internacional del uso de material nuclear disuadiría a quienes se vieran tentados a desviarse.
Los problemas de Irán comenzaron con los ensayos nucleares de India en 1974.
Nueva Delhi ni siquiera firmó el TNP y ha usado plutonio como combustible, pero Estados Unidos y Europa interpretaron la explosión que ese país ha hecho como una prueba de que los responsables de redactar el documento se equivocaron en no prever que se prohibiera a los estados no nucleares adquirir tecnologías de doble uso como las que permiten el enriquecimiento de uranio.
Luego crearon el Grupo de Suministradores Nucleares (NSG, por sus siglas en inglés) e hicieron que fuera cada vez más difícil para los estados emergentes adquirir ese tipo de tecnología, en definitiva, modificaron el TNP sin el consentimiento de las partes.
Posteriormente, en la década de 1990, autoridades israelíes comenzaron a denunciar, sin mostrar pruebas, que Irán tenía un programa de armas atómicas y que le faltaban pocos años para dotarse de ojivas nucleares.
Cuando en 2002 la oposición comenzó a decir que Irán construía en secreto una planta de enriquecimiento de uranio, muchos miembros de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estaban preparados para creer que violaba el TNP o estaba por hacerlo.
Fue tal la sensación de peligro que generaron Estados Unidos y algunos de sus aliados que la gente obvió el hecho de que no había ninguna evidencia que indicara que Irán había tratado de mantener la planta de enriquecimiento de uranio en secreto.
En cambio, el reconocimiento de Irán de que científicos e ingenieros habían desarrollado investigaciones nucleares no declaradas llevó a pensar que Teherán hubiera informado sobre la planta de enriquecimiento 180 días antes de introducir el material nuclear (y no antes), como era su obligación, de no ser porque la oposición iraní denunció el hecho.
El asedio que sufrió Irán desde 2004 incluye una condena de la Junta de Gobernadores de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) y del Consejo de Seguridad de la ONU, el endurecimiento de las sanciones, las amenazas de ataques de Estados Unidos y de Israel, una violación a la Carta del foro mundial.
Todo eso habría sido lógico y sería una forma de hacer justicia si hubiera pruebas de que la República Islámica trataba de dotarse de armas atómicas. Pero no es el caso, sostienen Oborne y Morrison.
En cambio, la inteligencia estadounidense remarca desde 2007 que no existe una decisión de Irán de usar las plantas de enriquecimiento para fabricar combustible para armas atómicas.
La AIEA ha reiterado que el material nuclear iraní sigue siendo de uso civil. De hecho, la única actividad armamentista de la que se tengan pruebas es el tipo de investigación que se presume hicieron todos los estados parte del TNP.
En un intento por explicar el manejo irracional del caso iraní, los autores señalan a la determinación de Estados Unidos de impedir que Irán se convierta en una gran potencia en Medio Oriente.
Ese puede ser el argumento más cuestionable del análisis, ya que hay otras explicaciones como el intenso lobby que hacen Israel y Arabia Saudita en Washington, Londres y París porque consideran a Irán como su rival en la región y necesitan justificar la demanda estrategia que hacen a Estados Unidos.
Pero no solo eso, también la influencia de los expertos que se oponen a la proliferación y que están obsesionados con tapar un vacío imaginario en el TNP, los antecedentes de Irán en materia de terrorismo y derechos humanos y los antagonismos originados en recuerdos amargos.
La hipocresía de las autoridades es, con razón, el blanco de la indignación de los autores.
En 2010, la entonces secretaria de estado (canciller) de Estados Unidos, Hillary Rodham Clinton, defendía así la imposición de sanciones contra Irán: «Nuestro objetivo es presionar al gobierno iraní, sin contribuir al sufrimiento de los iraníes de a pie».
Dos años después, el presidente Obama, quien apuntaba a la reelección, presumió así: «Implementamos las sanciones más fuertes de la historia y están diezmando a la economía iraní».
Pero a quienes más cuestionan los autores es a los grandes medios de comunicación, a los que acusan de meter en el discurso público la idea de que Irán tiene armas nucleares o busca dotarse de ellas, pero ignorando hechos y sirviendo como vehículo de la propaganda antiiraní.
Al apoyar la idea de que hay que frenar las ambiciones nucleares de Irán mediante sanciones o el uso de la fuerza, esos medios corren el riesgo de repetir sus propios errores como el de no cuestionar el caso Bush/Blair (el gobernante estadounidense George W. Bush -2001-2009- y el británico Tony Blair -1997-2007-) sobre la guerra contra el régimen iraquí de Saddam Hussein (1979-2003).
A Dangerous Delusion se escribió antes de las elecciones presidenciales de Irán, de junio pasado, y plantea si el resurgimiento de una diplomacia pragmática en Teherán serviría para que Occidente escuchara el «llamado a la sensatez», al que adhieren sus autores.
«Es tiempo de que (en Occidente) nos preguntemos por qué sentimos esa necesidad de estigmatizar y castigar a Irán. Una vez que lo hagamos, nos sorprenderemos con lo fácil que es lograr un acuerdo que satisfaga a todas las partes».
Peter Jenkins fue diplomático de carrera durante 33 años tras cursar sus estudios en la británica universidad de Cambridge y la estadounidense de Harvard.
Estuvo en misión en Viena (dos veces) así como en Washington, París, Brasilia y Ginebra. Su último cargo (2001-2006) fue embajador de Gran Bretaña ante la AIEA y la ONU en Viena.
Desde 2006 representó a la Asociación de Energía Renovable y Eficiencia Energética, asesoró al director de la IIASA (siglas en inglés del Instituto Internacional para el Análisis de Sistemas Aplicados) y creó con otros colegas la Ambassadors Partnership, que ofrece soluciones al sector corporativo para la resolución de disputas por problemas trasfronterizos.