De estreno esta semana en Francia, «L’ile rouge» (la isla roja), cuarto largometraje de ficción del director francés Robin Campillo, al que se debe el gran éxito de «120 pulsaciones por minuto» que recibió múltiples premios en 2017 (Gran premio en Cannes y César a la mejor película del año).
Con «La isla roja» nos ofrece ahora Campillo una película mucho más íntima y poética, que sin ser estrictamente autobiográfica se inspira en sus recuerdos de infancia, y se alimenta de anécdotas vividas con su familia cuando Madagascar era todavía una colonia francesa.
Su guion escrito en colaboración con Gilles Marchand (brillante colaborador también de Dominique Moll y de Laurent Cantet), se construye a partir de la mirada infantil de Thomas, un niño de ocho años, cuya mirada de «voyeur» sobre esa realidad que no comprende, es algo así como el alter ego de la mirada poético fantástica del cineasta, al mismo tiempo sobre la infancia y sobre ese pasado colonial.
Campillo reconstruye con sus elaboradas imágenes la imaginación de ese niño en una base militar francesa en Madagascar en los años años setenta, cuando en ese país ya independizado se anuncia el fin de la presencia del ejército francés.
Un niño frágil y tímido, al que su padre militar machista de origen español califica de «danseuse» (bailarina) o de «gonzesse» (una mujer en argot machista), muy apegado a su madre, observa a menudo escondido a través de los resquicios de un baúl, detrás de un árbol o de una puerta los comportamientos de los adultos.
En sus correrías con una niña de origen asiático, como un eco de la indochina colonial francesa, Thomas se disfraza de Fantômette, personaje femenino de una niña aventurera, un personaje de tebeo de la biblioteca rosa creado en 1961 por Georges Chaulet y adaptado también en una serie televisiva muy conocida en Francia.
La mirada infantil restituye con gran autenticidad y fantasía la atmósfera de ese huis-clos en una base militar, la promiscuidad en tan tórrido clima, las fiestas entre las familias aisladas de la población y de la sociedad malgache, cuyos ecos nos llegan solo a través de las prostitutas que atacan la guarnición para denunciar el abuso de los milicos, o en las relaciones entre los militares y las jóvenes. malgaches, acusadas de brujería por el capellán del regimiento.
La pérdida de la inocencia en la mirada por momentos ausente o soñadora de Thomas (excelente el niño actor Charlie Vauselle), se produce paralelamente a la pérdida del poder colonial y a la propia y anunciada emancipación de la madre (Nadia Tereszkievicz) que rechaza el comportamiento autoritario y machista del padre (el actor español Quim Gutiérrez).
Con pinceladas muy sutiles y con esos fragmentados diálogos escuchados por Thomas, el «paraíso colonial» aparece aquí en su verdadera realidad como una pesadilla para las poblaciones autóctonas. La conclusión con la última foto de familia en esa base militar y la llegada al país de los independentistas malgaches liberados del presidio, restituye en pocas palabras la memoria histórica y toda la brutalidad de la absurda leyenda del poder colonial.
Recordemos que Madagascar obtuvo la independencia en 1960, con la proclamación de la república malgache, pero la presencia militar francesa perduró hasta mediados de los años setenta.