Luis González Carrillo
Vigésimo primer día del octavo mes. Un fallo en las telecomunicaciones ha hecho que estuviéramos a punto de perdernos la final del campeonato mundial de fútbol femenino celebrado en tierras australes.
Ha sido un mes de chanzas en la nave, ya se pueden imaginar ustedes las risas y pullas que nos hemos ido metiendo las seguidoras de uno u otro equipo de cada país a medida que nos enfrentábamos, penas para las que iban quedando y alegrías para las que pasábamos de ronda, bueno pasaba el equipo, el país, pero las victorias, ya se sabe, son de todos, si se pierde, la culpa de ellas que son unas mantas. Y así sin esperarlo, aunque sabíamos que había un buen equipo, las nuestras se plantaron en la final jugando un fútbol que para sí quisieran muchos equipos de hombres.
Ha sido un gustazo a la hora de las cañas disfrutar de un grupo de mujeres jugando primorosamente al fútbol, plantando cara a las mejores del mundo hasta ese momento, y reglándonos una alegría inmensa. Los hombres que amamos a las mujeres nos sentimos como ellas, en femenino, campeonas del mundo, disfrutamos y nos angustiamos con su fútbol como cuando juegan ellos, pero esta vez lo hemos disfrutado más si cabe, por la sencilla razón de ser un fútbol que no sólo han debido pelear en la cancha, también debieron hacerlo en los despachos y fueron despechadas, ellas, que tan solo pretendían un trato digno y profesional, ellas que lo dan todo por sus equipos y la selección y apenas reciben un diez por ciento de lo que reciben sus compañeros hombres.
Ellas han conquistado el cielo rompiéndolo en mil pedazos a pesar de tanto machirulo que todavía anda suelto, cavernícolas con corbata o chandal. Somos campeonas del mundo con mucho orgullo, gracias por darnos este momento de alegría tan grande, vaya por vosotras, vaya por nosotras (femenino genérico, inclusivo), las Campeonas del Mundo!
- Texto escrito antes de iniciarse el «caso Rubiales»