La actriz y cantante Sara Montiel se nos ha ido hacia ese universo paradisiaco donde marchan los que fueron dioses en la Tierra. Ella ocupará un buen lugar entre las deidades. Es lógico: aquí, en el Planeta Azul, brilló con una luz muy propia, única, celestial por el color y por los sentimientos que expandió.
Fue la primera en muchas cosas, después de una infancia y una juventud donde tuvo, como la gran ciudadanía, que salir adelante en un momento complicado para el país. Cantó, bailó, interpretó, ganó premios, se casó, se divorció, sintió… Fue, ante todo, una persona excepcional, de una gran inteligencia, un ser tocado por la varita de un hada que le dio talento y emociones a raudales.
Se dice que fue la primera española que llegó a Hollywood. Yo creo que fue ella quien nos lo trajo de una manera especial, creando hermosura y magia. Sara Montiel nos regaló el color, la belleza, la armonía, las sensaciones de ser, todos nosotros, algo de valor en un mundo que tenía mucho que progresar y que seguramente encontró en ella una guía de talento, de valor y de entrega por y para salir adelante.
Recuerdo haberla visto en Palma de Mallorca cuando era un niño. Me impresionó por su elegancia, por su forma de hablar, por su cercanía y por sus peculiares ademanes. Parte del entusiasmo que despertó era por esa autenticidad que le hacía ser una persona del pueblo, una emperatriz surgida del mismo lugar del común de los mortales para ganarse, por méritos propios, la eternidad, como así ha sido.
Ella siempre fue muy vital. Experimentó su periplo existencial por todos los costados. Siempre confesó haber saboreado las mieles de lo cotidiano y de lo extraordinario. Reconociendo sus errores, como todos, se mostró feliz y contenta con su periplo histórico. Lo cierto es que su simpatía y su verbo, su belleza inconmensurable, constituyen un ejemplo para el cine, para el espectáculo, y para todos cuantos le seguimos y apreciamos. Nada de ello desaparecerá. Nos quedan sus hechos, sus obras y cuanto aprendimos de ella. Con el tiempo sabremos, quizá ya, que fue mucho. Ha muerto un ser irrepetible. ¡Hasta siempre!