Partiendo de la frase atribuida al filósofo existencialista danés -y en la práctica “inventor” del concepto de angustia como preocupación intelectual- Soren Kierkegaard: “Si te casas lo lamentarás. Si no te casas, lo lamentarás también”, Mi primera boda, comedia argentina romántica y de adoradores de Lacan, híbrido entre lugares comunes y humor de salón, realizada con ganas de gustar al público al que sin embargo no consigue arrancar la carcajada pese a intentarlo sin cesar porque , inexorablemente, una narración con el label de argentina termina por explorar, con mejor o peor fortuna, el lado oscuro y las angustias de sus protagonistas. Se estrena en España el 4 de octubre de 2013.

En mi opinión, los fallos hay que buscarlos en el guión, que avanza como a saltos entre gags y momentos vacíos. Entretenida, aunque muy lejos de las comedias románticas inglesas y estadounidenses que parecen ser el modelo perseguido por el director Ariel Winograd (Cara de queso), Mi primera boda cuenta con dos protagonistas solamente discretos (la guapa uruguaya Natalia Oreiro, procedente de series televisivas de éxito, y el argentino Daniel Hendler, un novio infantil e indolente al que dan pocas ganas de tener siempre cerca), un secundario Imanol Arias malo de solemnidad (a quien el crítico del diario argentino Clarín calificó, en su estreno allá, de “desangelado” y es lo menos que puede decirse), y otros dos secundarios apreciables: los miembros del grupo musical Les Luthiers, Daniel Rabinovich y Marcos Mundstock, en el rabino judío y el cura católico.



