Partiendo de la frase atribuida al filósofo existencialista danés -y en la práctica “inventor” del concepto de angustia como preocupación intelectual- Soren Kierkegaard: “Si te casas lo lamentarás. Si no te casas, lo lamentarás también”, Mi primera boda, comedia argentina romántica y de adoradores de Lacan, híbrido entre lugares comunes y humor de salón, realizada con ganas de gustar al público al que sin embargo no consigue arrancar la carcajada pese a intentarlo sin cesar porque , inexorablemente, una narración con el label de argentina termina por explorar, con mejor o peor fortuna, el lado oscuro y las angustias de sus protagonistas. Se estrena en España el 4 de octubre de 2013.
La historia sucede en un día, el de la boda en uno de esos lugares que se alquilan con el lote completo de rito nupcial, en este caso doble, judío y católico, habitaciones para novios, familia e invitados, fotografías y vídeo recordatorio y banquete al aire libre, y la anécdota es la pérdida de uno de los anillos de boda en lo que prometía ser una ceremonia de sueño, calcada–allí como aquí- de tantas bodas vistas en la pantalla hollywoodiense. El novio, causante de la pérdida en uno de esos ataques de pánico prenupciales tan frecuentes en el cine, decide no confesarlo e intentar retrasar el enlace mientras se dedica a buscar la alianza. Mientras transcurre el tiempo y los asistentes al enlace se preguntan, sin mucho interés es verdad, qué ocurre, la narración va deteniéndose en los habituales problemas de índole psicológica relacionados con el momento preciso del matrimonio: el compromiso, las huellas dejadas en los novios por anteriores relaciones amorosas, el desconocido futuro que les espera… la incomprensión de lo que está ocurriendo genera en la novia momentos de angustia, e incluso de histeria; la manera de intentar resolver la situación que ha creado, lleva al novio al mayor de los pesimismos…, a los dos celebrantes a iniciar una amistad dejando de lado las divergencias de sus respectivas creencias, y al espectador a la sensación de que estar asistiendo a una fiesta que es solo el principio del fin.
En mi opinión, los fallos hay que buscarlos en el guión, que avanza como a saltos entre gags y momentos vacíos. Entretenida, aunque muy lejos de las comedias románticas inglesas y estadounidenses que parecen ser el modelo perseguido por el director Ariel Winograd (Cara de queso), Mi primera boda cuenta con dos protagonistas solamente discretos (la guapa uruguaya Natalia Oreiro, procedente de series televisivas de éxito, y el argentino Daniel Hendler, un novio infantil e indolente al que dan pocas ganas de tener siempre cerca), un secundario Imanol Arias malo de solemnidad (a quien el crítico del diario argentino Clarín calificó, en su estreno allá, de “desangelado” y es lo menos que puede decirse), y otros dos secundarios apreciables: los miembros del grupo musical Les Luthiers, Daniel Rabinovich y Marcos Mundstock, en el rabino judío y el cura católico.