James Ellroy o la novela negra americana

«Una historia burlesca y conmovedora sobre la dificultad de ser adulto»

En octubre de 1992 enterraron a Fred Otash en el cementerio de Forest Lawn, Glendale. El Departamento de Policía de Los Ángeles encargó a uno de sus agentes que vigilase el desarrollo de los oficios y diese cuenta de los asistentes al sepelio: estrellas de cine, políticos importantes, personas relacionadas con la mafia.

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Freddy Otash había sido un policía corrupto expulsado de cuerpo, investigador privado, drogadicto y tramposo, que en sus pesquisas utilizaba métodos al margen de la ley y de todo control.

A pesar de todo, en «Los seductores» James Ellroy lo convierte en un personaje fascinante y atractivo, que un día recibe del capo de la mafia Jimmy Hoffa el encargo de investigar las relaciones del presidente John Kennedy y de su hermano Bob, fiscal general del estado, con la actriz Marilyn Monroe.

Hoffa quería encontrar pruebas de sus encuentros íntimos para presionar a los Kennedy en el nombramiento del nuevo jefe del FBI. Edgar Hoover iba a ser sustituido en ese cargo y Hoffa pretendía que fuese ocupado por uno de sus amigos, Bill Parker, entonces jefe de la policía de Los Ángeles: «Conseguidme Jack y sexo, Jack y droga, Jack y menores de edad, Jack y todas esas actrices de televisión con las que Peter Lawford lo pone en contacto» (p. 191).

Poco después de que Otash iniciase su trabajo encontraron muerta a Marilyn Monroe en su casa de Fifth Helena en Brentwood, Los Ángeles. Fue el 4 de agosto de 1962, un año en el que ocurrieron otras muchas cosas.

La muerte de Marilyn va a cambiar el objetivo de las investigaciones y ahora se trata de borrar toda huella que pudiera vincular a la actriz con los hermanos Kennedy, un encargo personal que el propio Bob pone en manos de Otash cuando sus servicios secretos descubren el trabajo que estaba haciendo para Hoffa.

El escritor norteamericano James Ellroy escribió «Los seductores» para contar el caso de la muerte de Marilyn Monroe desde un punto de vista al margen de la versión oficial de los hechos.

A través de una exhaustiva narración en la que cuenta minuciosamente las prácticas de investigación de un detective experimentado que utiliza procedimientos desaprensivos e inmorales, que van desde el asesinato al allanamiento para pinchar teléfonos, colocar micrófonos y cámaras ocultas, llega a conclusiones que pueden sorprender al lector familiarizado con la historia, hasta el punto de que por momentos se hace difícil separar la realidad de la ficción.

Ellroy atribuye a Otash relaciones estrechas con personajes del ámbito cercano a Marilyn Monroe, algunas incluso muy íntimas, con las que pone a prueba la credibilidad del relato, sobre todo en sus vínculos con el actor Peter Lawford y su esposa Pat, hermana de los Kennedy; y del productor de la Fox Darryl F. Zanuck, a quienes muestra involucrados en episodios delictivos.

La muerte de Marilyn Monroe coincidió con el secuestro de Gwen Perloff, una actriz de reparto a quien el novelista presenta como amiga íntima de Marilyn. Otash está convencido de que hay un vínculo entre los dos sucesos y encamina sus pesquisas a encontrar las claves que los relacionen, en el curso de las cuales se topa con otro secuestro de hace veinte años, el de la niña Mitzi Perloff, una hermana de Gwen, cuyo cadáver nunca apareció, y con el caso del otro suicidio, el de la actriz Carole Landis.

En paralelo a la investigación sobre la muerte de Marilyn Monroe y de su relación con los Kennedy, Ellroy se sumerge en el mundo complicado y corrupto de Hollywood, del que expone escándalos ocultos, desvela intimidades insospechadas de estrellas (Rock Hudson, Rex Harrison, Liz Taylor, Richard Burton) y denuncia el desastre económico que supuso para la Fox el rodaje de «Cleopatra».

Para sus conclusiones son fundamentales las investigaciones a los siquiatras que trataron a Marilyn, a sus amantes, y desenmascarar a un obseso sexual que la acosaba y a quien quieren atribuir su asesinato: «Usted y Jack están limpios como los chorros del oro –le dice Otash a Bob Kennedy- el obseso sexual mató a Marilyn Monroe. Esa es la versión oficial. El público estadounidense se lo tragará» (p. 418).

En efecto, una de las teorías conspirativas que surgieron tras la muerte de la actriz tenía como protagonista a un personaje así. Personalmente Fred Otash está empeñado en descubrir el paradero ignorado de una baraja con fotos sexuales de John Kennedy y Marilyn Monroe cuya autoría se atribuye a Orson Welles en los años cincuenta, para destruir una prueba decisiva que pueda involucrar al presidente con la actriz.

El gran número de personajes que intervienen en la trama y sus complicadas relaciones con los hechos que se investigan convierte por momentos en laberíntica la lectura de «Los seductores».

A pesar de que al final de la novela se incluye un «dramatis personae», conviene ir anotando las peculiaridades de cada uno de ellos a medida que aparecen en la narración, para no perderse en el enredo.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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