¡Larga vida a Ezequiel!

Un día Ezequiel dijo que no quería navegar. Me llamó la atención, y más en un enamorado del mar como él. Me extrañó, pero entendí su hastío en este mundo que ya no comprendía.

Estela-de-barco-©PES-IA-900x600 ¡Larga vida a Ezequiel!
Larga vida a Ezequiel!: fe, ética y legado frente a la derrota moral

Ezequiel siempre sopló para que su barco emprendiera singladuras cantando ante el roce del viento. Supo siempre la ruta que debía tomar aunque saliera sin hoja planificada.

En verdad, Ezequiel siempre fue un iluminado. Tenía un don. Todo lo sabía, aunque fuera su primera vez. Quizá por eso me sorprendió. Siempre supo qué hacer, y, esencialmente, intuyó el cómo.

Sin embargo, algo pasó, algo le pesó. Me decía que ya no dormía igual, y que incluso ya no aparecían sus sueños de siempre en pos de la lealtad, de lo genuino y de la honestidad. Algo le arrancó el destino, que siempre pensó que podía mudar. Puede que ya no fuera de su guisa sempiterna.

Sus recuerdos se convirtieron en losa por la ingratitud de los desaparecidos en combate. Algunos se fueron, cayeron en sus vanguardias, y otros, los más, cambiaron de territorio y de huestes, es decir, de bando. Eso, quizá, le derrotó del todo, lo que más, puede que por única vez.

Su ilusión ya no quería volar. Las falsedades le rompieron, a él, que tenía un escudo de alegría y de buen hacer. Sucedió, sin duda, como siempre previno: un coronel, por bueno que sea, si sigue en el campo de batalla, hay un día en que le derrotan. Lo apuñalaron sin piedad, a bayoneta calada. No fue en lo físico: diluyeron su espíritu. Aconteció lo peor de lo peor.

Y se vio caído, como un héroe sin dioses que se le apiaden. Ezequiel era puro colorido, y principió a no ver explicaciones. Era difícil para él seguir sin estrellas y lunas. Su locura se convirtió en cruda realidad, y ahí diezmaron a nuestro Quijote.

Nunca vio enemigos ni adversarios, aunque los tuvo. Por eso fue capaz de navegar por tempestades y entre relámpagos, que nunca le hirieron con sus férreas garras. Fue imbatible. Ahora, no obstante, todo se había caído, y sólo esa idea, firme últimamente, le había vuelto mortal, o, al menos, eso se reseñaba.

Había brincado por doquier con la soltura de un felino, dispuesto a pelear por los vulnerables, el primero él, y por la justicia para los más desvalidos. A mi juicio, siempre fue un bienaventurado.

Ahora, harto de tanta hipocresía y maldad, con la cansera del que se sabe inoperativo ante el fatum infernal, se ha esfumado de esta dimensión. Lo que lamento es que yo no interiorice su mensaje para haber tomado alguna medida. No supe otearlo. El silencio y la detención nunca son rentables. Lo admito.

Ya no está, mi Ezequiel, ese titán invencible. Nos ha dejado solos. Pero sí os digo que será imborrable, porque en algo se equivocaba, sí, mi amigo, y también yo, Nos ha enseñado un óptimo camino. Los parajes de la ilusión y de la esperanza no caerán. Esas penúltimas torres nos darán confianza para proseguir la mejor de las estelas: la de la dicha compartida, en la que también estará Ezequiel.

Sus malditos y malnacidos enemigos piensan que se pueden declarar victoriosos, y yo les digo que han errado. Nada ni nadie puede contra la fe en la Humanidad, que, en todo caso, brotará de la inocencia de personas como Ezequiel, sacrificado, presto, roto pero entregado, embriagado de buenas acciones, con la fortuna de la mirada limpia.

El ejemplo de este marchador silencioso, humilde, anónimo, solitario en sus postreros días, abandonado a una suerte recreada en dolor, pena, desasosiego y fragmentación, no quedará en vacío. La bandera de las estelas en un océano hondo y vasto ya tiene que la sostenga.

Sus rientes y envidiosos y viles contrarios ya pueden comenzar a cambiar sus faces. La vida sorteará antes o después sus boletos en forma de porvenir. Ya les anticipo que el karma es más rápido a la hora de optar.

De momento, en la falta, en la huida, en el destierro, en la franja de incertidumbres, subrayo y me gloso, que únicamente recordaremos de Ezequiel su soberbio poderío cuando surcaba elucubraciones de conquista personal y colectiva, de placer, de aprendizaje, de pura fuerza, la que nos ha legado con sus modélicos ejemplos.

¡Larga vida a Ezequiel! ¡Larga sea! En ella poso mi fe.

Juan Tomás Frutos
Soy Doctor en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid, donde también me licencié en esta especialidad. Tengo el Doctorado en Pedagogía por la Universidad de Murcia. Poseo seis másteres sobre comunicación, Producción, Literatura, Pedagogía, Antropología y Publicidad. He sido Decano del Colegio de Periodistas de Murcia y Presidente de la Asociación de la Prensa de Murcia. Pertenezco a la Academia de Televisión. Imparto clases en la Universidad de Murcia, y colaboro con varias universidades hispanoamericanas. Dirijo el Grupo de Investigación, de calado universitario, "La Víctima en los Medios" (Presido su Foro Internacional). He escrito o colaborado en numerosos libros y pertenezco a la Asociación de Escritores Murcianos, AERMU, donde he sido Vicepresidente. Actualmente soy el Delegado Territorial de la Asociación de Usuarios de la Comunicación (AUC) en Murcia.

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