El próximo día 25 de mayo, unos 500 millones de personas tenemos una cita con las urnas para elegir a nuestros representantes en la Unión Europea, con sede central en Bruselas.
Todo ello, en un tiempo en que dicha UE pasa por momentos difíciles, especialmente algunos de sus países miembros, los llamados ribereños o del sur del Continente. Pero un momento también, convendría no olvidar, en que desde la ciudad belga se ventila gran parte del presente y del futuro de las leyes de una comunidad formada por 28 países que, en mi opinión, o sigue adelante o no será nada.
Desde una óptica de europeísta convencido, sigo atento al diario acontecer de lo que está sucediendo en torno a estas elecciones, tanto como ciudadano de una Unión Europea en la que creo como periodista cuya labor es informar, y después que cada cual proceda como crea conveniente. Y observando el panorama, podría decirse que de cara a los comicios del 25 de mayo los europeos nos encontramos con y ante diferentes puntos de vista, si bien deberíamos tener presente que lo que cuenta en democracia es la fuerza de los votos, por lo que convendría no llamarse a andanas y saber lo que todos nos jugamos. Están los europeístas convencidos, los que creen en una Unión Europea unida, fuerte, capaz de hacer frente a gigantes como Estados Unidos o China, más los países emergentes que cada día cuentan más en la escena económica mundial. Junto a ellos, los llamados euroescépticos, es decir, los que piensan que la cosa no tiene futuro, no creen en ella, y por lo tanto no vale pena dedicarle la mínima atención. O los antieuropeístas declarados, que están abiertamente en contra de la Unión Europea porque piensan que yendo por libre, a cada uno de sus países les va a ir mejor. De alguna manera viene a ser una especie de eurofobia atemperada con sordina, para que no suene mucho. Otro grupo estaría formado por los partidos de extrema derecha que rechazan abiertamente o bien pertenecer a la Unión, o bien pretenden imponer sus condiciones; están ahí, son vecinos nuestros y cada día son más fuertes, como ya sucede en Reino Unido, Italia, Francia, Grecia y otros lugares. A todos ellos habría que añadir ciertos nacionalismos, sobre todo de última hornada, defensores de un ideario en el que al parecer el ombligo autóctono es la brújula que debe guiar su destino.
Por eso creo en la importancia del voto del próximo día 25, fecha en la que elegiremos a nuestros representantes, y por tanto gran parte de nuestro presente y futuro. A buen seguro que habrá ciudadanos que no vayan a votar, y están en su perfecto derecho, pero deberían tener en cuenta algunas cosas: en primer lugar que si no votan, otros van a hacerlo por ellos, porque las urnas son las que hablan en democracia. Además, si uno se abstiene voluntariamente de participar en un proceso democrático se está autoexcluyendo voluntariamente de su resultado y consecuencias, por lo que si algún día algún mameluco o bestia malhadada le hace marcar el paso de la oca no debería quejarse, ya que él podría haber impedido con su voto que semejante individuo llegase al poder. La Historia es testigo.
Democracia viene del griego demos, pueblo, y kratos autoridad. Es decir, una forma de gobernar en la que el pueblo ejerce la soberanía. Ya en tiempos de Pericles, éste organizó la democracia en Atenas, y miles de años después, los ciudadanos, hombres y mujeres libres de una Unión Europea tenemos la posibilidad de elegir a nuestros representantes.
La vieja Europa de los griegos es la nueva Unión Europea que estamos creando los nuevos europeos. Desde el embrión de la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero) de 1951, que diera paso a la creación de la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1956 mediante el Tratado de Roma han pasado muchas cosas y de los primitivos seis países hemos pasado a 28. El futuro es de todos, aunando voluntades mediante el poder del voto. El poder de elegir.