¡Souviens-toi!..!
El sábado 10 de junio de 1944, los habitantes del apacible pueblo de Oradour-sur-Glane, en la región francesa de Lemosín, se dedicaban a sus tareas habituales.
Era una agradable mañana de primavera, en la que el aire tibio y perfumado llegaba a ráfagas desde las colinas.
A las 14:15 horas, acabado el almuerzo, las mujeres lavaban y tendían ropa al sol, los niños jugaban cerca de sus madres y los hombres, mientras esperaban el reparto semanal de tabaco, aprovechaban para comentar las noticias que llegaban sobre el avance aliado desde las playas de Normandía.
De pronto se oyeron los roncos motores de una caravana de vehículos blindados. Más de 150 soldados alemanes de la 2ª División Panzer de las SS “Das Reich” descendieron rápidamente, rodearon el pueblo y ordenaron a los pobladores reunirse en la plaza.
Los separaron en dos grupos, los hombres por un lado y por el otro, las mujeres y los niños.
Los primeros fueron repartidos entre cuatro graneros locales y las casi 500 mujeres y niños, encerrados en la iglesia del pueblo. Después, comenzó el horror.
Los hombres fueron ametrallados y rematados a punta de pistola. En la iglesia, donde gemían de pánico las madres abrazadas a sus hijos, los cobardes verdugos, incapaces de mirar a los ojos a sus inocentes víctimas, arrojaron por las ventanas bombas de humo tóxico para envenenarlas.
Cuando vieron que ésto no bastaba y que se sucedían los gritos de dolor, arrojaron granadas de mano, ametrallando a los que intentaban escapar. Por último, incendiaron el edificio de madera, que ardió como una gigantesca pira.
Los soldados completaron su siniestra obra prendiendo fuego a los 328 edificios del pueblo y reduciéndolos a cenizas.
En la masacre de ese día murieron, de una forma atroz, un total de 642 personas: 189 hombres, 240 mujeres y 213 niños.
Sólo unos pocos vecinos lograron salvarse, menos de una decena. Un niño llamado Roger Godfrin, alertado por su instinto infantil, se había escabullido de la plaza y había corrido hasta un bosque. Una mujer, Margueritte Rouffanche, había logrado saltar de una ventana de la iglesia y había huído a una huerta, donde un soldado la había ametrallado y dejado por muerta. Algunos hombres, malheridos, se habían quedado quietos debajo de las pilas de cadáveres en los graneros…
Contó Margueritte, días más tarde, que una joven vecina suya había intentado pasarle su bebé de siete meses para que lo salvara, pero que ambos habían sido alcanzados por las ráfagas de ametralladora…
Después de la liberación, el general Charles de Gaulle ordenó que los restos de Oradour-sur-Glane se conservaran tal como habían quedado el día de la tragedia.
Nueve años más tarde, en 1953, se iniciaron los Procesos de Burdeos, en los que 65 soldados (la mitad de ellos franceses alsacianos de etnia alemana) fueron encausados por la carnicería. Los juicios provocaron una profunda tensión en Francia, dividida entre los que condenaban la matanza y los ciudadanos de Alsacia, proalemanes. Dos de los acusados fueron condenados a muerte (aunque sólo pasaron por la cárcel), el resto fue absuelto o cumplió penas leves.
Ninguno de los 21 oficiales nazis que declararon ante el Tribunal logró dar una explicación para tamaño castigo colectivo, aunque se supone que de esta manera el régimen nazi había pretendido vengar su derrota en el Desembarco de Normandía.
Durante la guerra, no sólo Oradour sufrió la crueldad de los SS. También la conocieron la villas de Kortelisy (actual Ucrania), Lídice en Checoslovaquia (actual República Checa), el pueblo holandés de Putten y los villorrios italianos de Sant’Anna di Stazzema y Marzabotto, así como innumerables aldeas soviéticas…
A finales de los años 80 surgió la iniciativa de convertir las fachadas ennegrecidas, los coches calcinados y los restos de objetos cotidianos que permanecían entre las ruinas de Oradour-sur-Glane en un Memorial que recordase para siempre a la humanidad el horror de la guerra y la inhumana barbarie nazi.
A 70 años de esa atrocidad, el presidente alemán Joaquim Gauck y su homólogo francés François Hollande han visitado las ruinas.
Ambos recorrieron, tomados de la mano, las desoladas calles y, juntos también, inclinaron la cabeza y rezaron ante el destruído altar de la iglesia, escenificando la reconciliación franco-alemana después de la Segunda Guerra Mundial.
“Francia y Alemania han entendido que el horror de la guerra puede volver en cualquier momento. Frente a ello, han querido construir una Europa que avanza apoyada en la libertad, la dignidad y la solidaridad”, ha señalado el presidente alemán, antes de fundirse en un emocionado abrazo con Hollande.
Desde su inauguración en 1999 más de medio millón de personas han visitado el Memorial de Oradour, convertido en lugar de recogimiento y reflexión.
Y todos ellos, sin excepción, se han estremecido ante las palabras escritas en el cartel situado a la entrada del pueblo:
“Souviens-toi!..” (¡Acuérdate!..).
Lo peor es contemplar hoy cómo no faltan quienes relativizan las masacres del tipo Oradour-sur-Glane, con el pretexto que les da el tiempo transcurrido. Sus ideólogos actuales levantan la cabeza desafiantes, como si ya hubieran purgado su condena y su derrota.