La historia no tiene nada de especial: son un hombre y una mujer enamorados que quieren estar juntos.
El contexto es lo que añade ese toque que hace tan especial la película: ella es novicia y él monje en los impresionantes conventos ortodoxos de Meteora, en la región griega de Tesalia, emplazados ambos en lo alto de sendos picos inexpugnables, aislados, separados del mundo, tan cerca y tan lejos en el espacio al mismo tiempo.
Y la plástica es de las que dejan sin aliento: Meteora es una película bellísima, un placer visual que mezcla imagen real con animación. Aupados sobre inverosímiles columnas de piedra y arenisca que tienen millones de años, suspendidos entre el cielo y la tierra, los monasterios de Meteora presiden el valle donde el ciclo vital del mundo campesino de abajo convive y contrasta con el austero mundo religioso de arriba.
La atracción mutua que sienten el monje Theodoros y la monja Urania es algo que sucede al margen de la dedicación de sus vidas a dios y a la religión.
En ese decorado grandioso y austero, en el que la geografía juega un papel primordial (arriba/abajo, lo divino/lo humano, la jerarquía social), en perfecto equilibrio entre el cielo y la tierra, se sitúa el cuento de Meteora, una historia que lo mismo ha podido suceder hoy que en el medioevo: místico y muy carnal, mezcla de fe y pasión, amor prohibido y amor liberador, casi mudo, casi pantomima, en el que los sueños del realizador se confunden con los sueños de los amantes y es entonces cuando la animación –hermosísimo imaginario que tiene su origen en los iconos bizantinos- se apodera del relato y nos sirve escenas inolvidables, de posibles y muy diversas interpretaciones, como la de la sangre que mana del cristo inundando ese pedazo de mundo soñado, o la de los cabellos de la novicia, liberados del velo ritual, creciendo hasta alcanzar la ventana del amado en la roca de enfrente, que es lo mismo que decir en la otra punta del mundo.
Una obra transgresora, onírica, primitiva e intemporal con dos protagonistas únicos y en la que los restantes personajes aparecen como formando parte del decorado, como figuras -dotadas de poco movimiento y casi ninguna expresión- de un belén anclado en un tiempo que atraviesa los siglos y un lugar donde hace 500 años que no se mueve una piedra.
Meteora es el segundo largometraje del realizador greco-colombiano Spiros Stathoulopoulos. El primero, inédito por estos pagos, se titulaba PVC-1 y contaba la historia de una mujer colombiana, víctima de un chantaje y prisionera de un collar de explosivos.
Meteora se estrena en las salas españolas el 13 de junio de 2014.