Rosa Montero se hizo eco en Avaaz hace unos días sobre un triste record que nos afecta y refleja los sentimientos hacia los animales domésticos en España. Un abandono cada tres minutos, sobre todo en estos días de vacaciones de verano, días de terror para estos desdichados animales.
Como el Congreso ha aprobado una propuesta que urge al Gobierno a legislar contra el abandono y maltrato de animales de compañía, quiero llamar la atención hacia otro hecho generalizado y realmente terrorífico, que afecta principalmente a cánidos y felinos.
Es muy bonito tener en casa un perro o un gato pero antes de adquirir tal responsabilidad, debería tenerse en cuenta, como prioridad absoluta, el bienestar del animal en todos los aspectos. Cuando llegan a una casa deberían ser asumidos como un miembro más del conjunto familiar, sin condiciones. Y como parece que está muy generalizado tener estos animales en pisos, para que resulten ‘cómodos’ se los castra, los perros salen un ratito dos veces por día para que hagan sus cosas, pero hay gatos que no salen jamás a la calle, como mucho a una terraza, y más aún no vuelven a ver jamás un animal de su especie. Es decir para poderlos tener en casa, se los mutila cruelmente, se los encierra de por vida y no vuelven a ver otro gato jamás. Los perros castrados pueden ver en sus salidas a otros perros pero sin la oportunidad de socializar.
¡Y algunos de estos son también abandonados cuando la familia se cansa de ellos, por no buscar a alguien que los cuide!
Esto demuestra una tal falta de amor, no ya por los animales, no. Falta de amor en general, falta de respeto por unos seres entrañables, que son ‘utilizados’ muchas veces para satisfacer caprichos infantiles. Los niños sin duda se encariñan con ellos, juegan con ellos, son como peluches vivos. Ellos son inocentes del maltrato que supone la castración, el encerramiento y la falta de sociedad con los suyos y esta falta de información por parte de los adultos es también una terrible falta de respeto a los niños, que seguramente no consentirían tener un animal en tales condiciones. Y cuando los adultos toman la decisión de abandonarlos, los niños sufren, a algunos se los ocultará el hecho brutal, pero todos necesitarán dotarse de una ‘coraza’ limitadora de sentimientos que quedará ahí para el futuro.
Es tremendo. Vamos a ver, ¿qué humano soportaría vivir castrado, encerrado de por vida, sin ver jamás a otro humano? ¿o salir rutinariamente dos veces por día y volver a la prisión? Volviendo a los animales, esos casos, más frecuentes de lo que pueda parecer, de dejar al animal encerrado en la terraza cuando se ausentan los ‘amos’, para que ‘no estropee nada’. El elevado número de animales domésticos neuróticos, incluso psicóticos, en España es más que un síntoma de nuestra miseria afectiva y moral. ¿Cómo estaría cualquiera de nosotros viviendo en esas condiciones inhumanas?
En el caso de los humanos –algún caso se da de prisión forzada durante años- el o los responsables de tal prisión terminan en la cárcel, porque mantener a alguien encerrado contra su voluntad es un delito. Pues un animal, sufre igualmente, no hay diferencia de grado en el maltrato.
No se trata de que no se puedan tener ‘mascotas’ en un piso, aunque los perros grandes no pueden encontrar ‘su sitio’ en ese espacio cerrado. Pero si pueden crearse círculos o asociaciones de encuentros de animales de compañía; no es tan difícil. Hay quien lo consigue, con un sencillo boca-a-boca. O tener una pareja en casa. Si se tiene un animal hay que por lo menos respetarle, mejor también quererle. Si no se puede ofrecer esto, mejor no tenerle, no es obligatorio. Pero el bienestar del animal debería ser una prioridad, una condición necesaria para tenerle.
No sé si estas formas de maltrato están incluidas en esa propuesta del Congreso al Gobierno. Pero deberían.
No estaría mal tampoco que el proyecto de ley impusiese castigos severos de verdad a los maltratadores. Pero no cabe la esperanza, es un gobierno de cazadores, es decir de asesinos que a veces confunden venados en un coto con galgos en un árbol o subsaharianos en una playa.