La película “Cartas a Dios”, titulada por su distribuidora en España de su original francés “Oscar et la dame rose”, de manera episódica temporiza la narración de un niño enfermo de cáncer. Los elementos episódicos, recuerdan una mística no-propia sobre el enfrentamiento entre niñez y muerte. Presentando una pugna sobresaliente y disruptiva cuando Óscar (protagonista-niño del filme) debe de enfrentarse a su realidad inmediata. Los distintos elementos abstractos soportan una doble narración, la localizable en el entorno del conflicto con el niño y la generada en la huida adulta del conflicto del niño.
El vínculo entre los niños y el espacio viene determinado por el modelo de acceso al mismo. Para el adulto el espacio es conocimiento siempre que éste, el conocimiento, sea adquirido pues queda equiparado a lo cognoscible si regulado por un proceso dota al niño de una visión del mundo determinada históricamente. Fuera de esta categoría cualquier representación de lo cognoscible se entenderá como no-formado, impropio, indeterminado o herejía, llegado el caso. Y cuando se pretendía indicar “…por el modelo de acceso al mismo” se decía exactamente: “se accede así o no es posible acceder”.
La ‘muerte como/por error’ de los niños y niñas no es justificable. De igual manera como ‘la muerte de un niño no tiene porqué, en todos los casos, ser un error’. Deberíamos entender qué elementos conforman el error o no error desde el entendimiento de la apropiación de espacio por la infancia.
Así, en el caso de los asesinatos de niños y niñas en Gaza, el ‘espacio mismo’ se conforma en espacio en abstracto, concebido en un acto de fidelidad de una raza o de un pueblo, y que es conquistado en un procedimiento que lleva a la fe demostrada. Por tanto, este espacio según el modelo de acceso puede ser: éxodo, diáspora, ocupación, expulsión del otro, colonización, etc… pero estas categorías de acceso o de accesibilidad al espacio-otorgado-divino conforman un canon sobre el modelo de conocimiento de ese tipo de espacio, estableciendo un dogma-del-propio-espacio pues es sagrado al contener o haber contenido o poder contener los elementos performativos y/o rituales del conjunto de los episodios históricos relevadores del dogma.
El espacio como dogma es un tipo de conocimiento excluyente que en el caso judeo-palestino lo es del infiel considerando lo propio como revelador frente al otro si entendemos relevar como ‘conocimiento de la verdad dada’. De esta manera el acceso al ‘espacio prometido’ se corresponde con la triada: dogma-conocimiento-espacio.
Entender la muerte en y sobre este espacio-divinizado supone justificar qué es fe, canon, conocimiento, ritual y sus elementos contrarios al generar la inversión del espacio otro-espacio aunque no reconocible, donde han habitado modelos de ser en el espacio no-dogmáticos. Entre estos elementos situamos a quienes, normalmente, no han tenido posibilidad de hacer constar ni nombrar ni expresar su narración-propia, invisibilizándolos del conocimiento. De esta manera, quien no demuestra las competencias debidas en el espacio y concretamente en este tipo de espacio puede ser excluido si excluir es asesinar o matar.
Al niño, víctima de y en este modelo de espacio, se le exige una morfología y sintaxis narrativa para que no cuente y exprese su historia sino otro deseo proporcionado como el suyo porque representa lo cognoscible como tal en el acceso al conocimiento que en el caso del niño y de la niña o para el niño o la niña trata de manera episódica hacia opciones futuribles, al supuestamente concederse en un proceso.
Es indiferente, según este principio de accesibilidad establecido, qué dogma, civilización o cultura gestione este acceso si sólo son estadios diferentes del mismo principio.
El niño o la niña disruptiva es ‘…la inversión del espacio otro-espacio aunque no reconocible’ y, a su vez, herejía que en la tradición judeo-cristiano-musulmana se deberá corresponder con la ‘inocencia’ en el caso de arrogarse el adulto de su asesinato ritualizado como posible (posible infanticidio de Isaac por Abraham ante su dios para la cultura judeo-musulmana y actualización consumada de este mito como muerte/resurrección del cordero-divino como acto de apropiación de la fe para la cultura cristiana). El niño o la niña disruptivo es para la fe la apropiación de la naturaleza-espacio si se comprende el asesinato del hijo o hija como el asesinato parcial de su dios, propio de los ritos y liturgias de las culturas, a su vez, pre-monoteistas en el proceso de renovación del ciclo vital. Y por tanto, como rito, el asesinato del niño o la niña disruptiva se convierte finalmente en medio para la consolidación de la fe colectivizada.
El asesinato de niños y niñas como rito y la manifestación de la consumación del rito es y representa el fervor de su manifestación pública de la fe como verdadera al manifestar, a su vez, la consumación del rito. Esto es lo que se filma y fotografía en Palestina, un ritual en el que el niño y la niña son elementos inermes (al no poderse defender, al carecer del arma de su propio relato) de un relato adulto conservado y renovado, propio de su tradición de asesinatos de niños como inocentes.
El mundo, aún no es un país para niños.