Buster Keaton llenó con filmes el vacío de su vida

El particular “Cara de Palo”, Joseph Frank “Buster” Keaton nació el 4 de octubre de 1895 y desde los cinco años comenzó a actuar haciendo de su vida una constante pirueta.

Al igual que ocurre con otros recintos espirituales, cada vez somos menos quienes incorporamos la ida al cine en nuestra rutina semanal. Me gusta cumplir con la liturgia del cine. Estudiar la cartelera cinematográfica, invitar a alguien, hacer cola frente a la taquilla. Más nunca he podido ver ninguna película de Buster Keaton proyectada en ninguna sala. Al acrobático ‘Pamplinas’ hay que seguirlo en formatos para Home Theater.

Hay quienes padecemos locura cinematográfica crónica y quisiéramos que los filmes se atravesaran en todos los espacios sociales. No nos conformamos con la existencia de un cine móvil o con invitar a la comunidad a un cine foro. Hacemos que la gente se lo encuentre en el camino, se tropiece con él en sus actividades cotidianas, se dé un capirotazo con la profundidad de su ser al ver lo que no quiere admitirse a sí mismo en una escena de La casa eléctrica.

Quisiera poder mudarme cerca de una cinemateca para tener acceso al cine cada vez que requiriese dejarme de lado y vivir por un rato la vida de otras personas escapándome en la locomotora de El maquinista de la general y huir en una mirada de los sótanos habitados por la incertidumbre y el dolor; evadirme en un travelling de las cavernas de seres descompuestos, abandonar esas locaciones tan cargadas de malhumor y violencia inmerecida.

Quisiera aproximarme lo más posible a la pantalla, sumirme en ella; acompañar cada escena, conmoverme con las situaciones absurdas, vibrar con las situaciones satíricas, crecer e identificarme con el sentimiento tragicómico que ‘Cara de Palo’ expone en cada argumento.

Quisiera ser como Keaton, quien sin subterfugios asumió la producción cinematográfica con sus logros y fracasos; aprender de quien particularmente me muestra su sabiduría; corregirme, inventarme, superarme; dar testimonio de los aciertos, dar cuenta de lo perdido en el camino.

Quisiera escindirme de la realidad o, al menos poder tener frente a ella una cara de palo: contemplarme críticamente desde afuera para retomarme luego en primer plano. Quisiera ser audiencia multitudinaria en función de estreno pero siempre terminamos siendo pocos ojos que confluyen en una pequeña pantalla de cristal líquido que sirve de batiscafo para llegar a las profundidades de la auténtica amistad por más absurda que ésta sea y tenga El rostro pálido.

Quisiera que todo llegara a buen término. Pero como en una película de Buster Keaton, los finales no son felices ni fatales: son ambiguos, lo cual nos permite seguir buscando en cada proyección fílmica o vital lo que dicho cineasta nos legara: el placer de la mirada, la incertidumbre perenne.

¿Quién puede inventar sucedáneos a las ausencias que, aunque previsibles, son siempre dolorosas?

Angustia, incertidumbre, dolor, hacinamiento, violencia, hambre, carestía, convivieron con él sin que hubiese refugio válido más allá de sus realizaciones. Un padre que lo trató a golpes, tres mujeres que nunca lo entendieron. Cuando el tiempo se prolonga las condiciones se agravan al sumarse la inestabilidad emocional. Surgen brotes de rabia con fulgor de prisión. Se requiere entonces el refugio de la mordacidad. No existe amistad, lo único posible es la soledad para ruñirla como semilla de aceituna o sorberla como trago de vino. En todo caso, se actúa en defensa propia.

Joseph Keaton pudo ser feliz y no quiso. Estuvo acechado por la inseguridad que le hacía dudar de su popularidad al ver el éxito de otros actores contemporáneos como Charles Chaplin. Optó por desertar del éxito y convertirse en su mismo personaje. Desertar es hacerse a un lado porque no gusta lo que se está haciendo pero tampoco se tiene un plan de trabajo, un sueño futuro, un amor disponible ni grupo de referencia.

Sin embargo, sobre la inercia del pesimismo, sobre la tentación del desánimo, sobre la voracidad de la corrupción a gran o pequeña escala, sobre el dolor de la traición a la confianza, sobre la mentira y excusa insustancial que sustituye al argumento, Keaton supo imponer su pamplinada al asumir con disciplina la acción creativa arriesgándose sin dobles ni máscaras.

Ileana Ruiz
Ileana Ruiz (Venezuela). Activista de derechos humanos, investigadora social y periodista. Asesora en resolución de conflictos, educación popular, participación ciudadana y derechos humanos y profesora de la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad. Articulista en el semanario venezolano “Todosadentro” del Ministerio de la Cultura desde 2006. Premio Nacional de Periodismo de Opinión, 2013. Entre sus publicaciones: De la indignación a la implicación (2006); Pueblo de agua: Cuentos para la educación en derechos humanos sobre la identidad del pueblo warao (2009); Servicio de policía bajo la mirada ciudadana (2010); La clave del acuerdo. Practiguía para la resolución pacífica de conflictos (2011); Pasos dados poco a poco. Memoria y cuentos del proceso de constitución de los Comités Ciudadanos de Control Policial (2012).

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