Deseos

Nos movemos entre numerosos deseos. De unos somos conscientes; de otros puede que no tanto. Lo sentimental y lo espiritual caracterizan y destacan lo que somos, al menos en el medio o largo plazo, donde es más complejo fingir. Los caminos del corazón son los que nos abocan a lo más interesante para nuestra paz y felicidad, pues laboran con lo más auténtico. Seamos, por ende, libres. Nos hemos de fijar en una meta cíclica que alimente el bienestar colectivo.

Sin lugar a dudas, debemos fomentar los fines más loables, los que nos permiten defender los valores solidarios, los que nos hacen construirnos como mejores personas, los que nos atienden desde las ilusiones más positivas. Como la vida es un cúmulo de hábitos debemos apostar firmemente para que las costumbres sean ejemplares; y en todo instante abonemos el afán de que las podamos extender.

Sabemos por experiencia que hay que prepararse para que ocurran las cosas, pero no hemos de perseguirlas a ultranza, puesto que lo que se ansía fervientemente, en exceso, se distancia. Hemos de ponderar y equilibrar las preferencias y los atractivos por los que laboramos. El camino es el reconocimiento de lo que tenemos, en vez de meditar sobre las carencias. La llave está en la alegría, que hemos de incrementar. Recojamos, siempre que podamos, frutos que aprovechen, que otorguen beneficios.

Lo constatamos: las emociones se recuerdan más, saben con más intensidad, nos conmueven, nos conducen entre consecuencias cargadas de devoción por el presente y por el futuro sacando partido a los eventos que hemos protagonizado en el pasado. Los rendimientos son mayores cuando andamos en pos de las dosis que se sustentan en el alma, que hemos de seguir según los consejos de El Principito. El practicismo intuitivo es la base.

Recuperemos los anhelos de la juventud, los que nos justificaron, los que nos dieron coraje y ganas de salir adelante, los que nos interesaron respecto de lo que merecía la pena. La vida se explica si tenemos jovialidad. Ésta se consigue con honestidad y bondad. Debemos procurar entender el porqué de la existencia, que es finita, que ha de pretender la dicha, que ha de compartir las suficiencias “empatizando” con los entornos y respetándolos.

No es aconsejable que guardemos lo que llevamos en el interior sin sacarlo afuera de vez en cuando. Vayamos lentamente, pero marchemos. Debemos proteger lo aprendido, pero también utilizar los valores con los que crecemos. Leamos y analicemos la importancia de cada factor. Ubiquemos, en paralelo, cada cuestión en sus fundamentos, en sus convenientes ubicaciones, siempre relativas. Dispongamos vibraciones maravillosas sin consentir una vulnerabilidad gratuita. La cosecha es la suma de labores sucesivas, que hemos de complementar y hasta hacer coincidentes.

Ser feliz

Traigo a mi mente también aquella película de hace muchos años en los que un ángel de la vida, y creedme que siempre hallamos alguno en nuestro entorno (otra cosa es que los advirtamos), concedía tres peticiones a unos niños excelentes. El último rechazó solicitar un anhelo. Con los años ese infante se dio cuenta, ya hombre, que el deseo reclamado para él es que fuera feliz con lo que tuviera en cada etapa. En el fondo, y en la forma, en eso consiste la dicha: en no pedir más de lo que la existencia nos otorga, aunque luchemos más y más por lo que precisamos en justicia.

La historia está llena de deseos, de todo género y pelaje, con gustos variados, en función de las ópticas, circunstancias y condicionantes en los que nos movemos, que son plurales como el propio devenir humano. No siempre estamos contentos con lo que obtenemos. Las personas suelen perseguir, por naturaleza, más y más, intentando cosechar lo merecido y aquello que quizá no se gana tanto. Es lógica la pugna por avanzar.

Como reseñamos, es normal que así sea, pero también conviene hacer el esfuerzo para mirar donde proceda. Hay que llevar cuidado con lo que uno pide, que, a veces, se cumple, y, entonces, no sabemos muy bien qué desarrollar. En todo caso, cuidemos los deseos. Mi elucubración es que éstos también cuiden de ustedes.

Juan Tomás Frutos
Soy Doctor en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid, donde también me licencié en esta especialidad. Tengo el Doctorado en Pedagogía por la Universidad de Murcia. Poseo seis másteres sobre comunicación, Producción, Literatura, Pedagogía, Antropología y Publicidad. He sido Decano del Colegio de Periodistas de Murcia y Presidente de la Asociación de la Prensa de Murcia. Pertenezco a la Academia de Televisión. Imparto clases en la Universidad de Murcia, y colaboro con varias universidades hispanoamericanas. Dirijo el Grupo de Investigación, de calado universitario, "La Víctima en los Medios" (Presido su Foro Internacional). He escrito o colaborado en numerosos libros y pertenezco a la Asociación de Escritores Murcianos, AERMU, donde he sido Vicepresidente. Actualmente soy el Delegado Territorial de la Asociación de Usuarios de la Comunicación (AUC) en Murcia.

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