La existencia está llena de presentes. El estar vivo y con salud es uno, el principal. El aprovechar lo que tenemos, el tener raciocinio para ello, es otro. Dar con amigos, contar con una familia, poder disfrutar de lo nimio y de lo importante, viajar, querer, ser amado, aprender… son opciones, conceptos y oportunidades que nos brindan felicidad, si interpretamos que ésta aparece cuando estamos preparados, buscándola cotidianamente, sí, pero sin perseguirla.
Cada jornada es una elección, una ocasión más, un anhelo, la proyección de objetivos, que, cuando menos, hemos de intentar desarrollar. El regalo mayor que podemos otorgarnos es tener voluntad de superación, el no venirnos abajo, el progresar desde la perspectiva de que todo puede mejorar, así como fermentar hacia una dimensión más óptima. Observar esta realidad desde el silencio y sin obsesiones nos puede alimentar el corazón, tan fundamental para un perenne impulso.
Hemos de intentar ser fuertes interiormente, sabiendo de nuestras metas y capacidades, desarrollando las habilidades que ostentamos, potenciando cuanto somos. Hay numerosos porqués que nos pueden ayudar a seguir en paz. Hemos de fomentarlos.
Así, pues, un flamante amanecer es un tesoro con el que hemos de nutrir el espíritu y fortalecer el cuerpo desde la convicción de que querer es poder. Recordemos que en muchos momentos y etapas de nuestras historias personales nos salva la confianza en nuestras posibilidades.
Por las buenas acciones
Hay pocos valores absolutos en la vida. Uno de ellos es, sin duda, el amor. Todo significa, todo lo puede, todo lo aporta, unas frases que también podemos poner en contrario. Depende de nuestra actitud. Expandamos, por ende, el cariño.
Una pregunta que nos hacemos desde la infancia es qué vale el amor, o, dicho de otro modo, cuál es, o sería, el peso de éste. No es fácil responder, pues se trata de un intangible. De esta guisa lo hemos de valorar periódicamente.
Recordemos que a veces hay que transformar el orden de los elementos de una frase, o su sentido, para dar con lo que alberga ciertamente en su interior, en su estructura profunda. A menudo, y ello lo hemos contrastado todos, sabemos lo que vale algo importante cuando no lo tenemos. Por lo tanto, no esperemos más: veamos con ojos genuinos lo que somos, lo que poseemos, lo que nos puede deleitar, y, claro está, disfrutemos.
No hemos de esperar a que se produzca una ausencia para demostrar, para demostrarnos, que el cariño y lo que nos aporta, esto es, la felicidad, son ese todo por el que luchamos, o debemos, incluso sin saberlo. Divisemos constantemente las esencias. En paralelo, rememoremos que, para dar con una clave, debemos conocer lo que buscamos. En eso consiste la existencia, en saber, en aprender.
Justifiquemos cada evento, en consecuencia, dotándonos de la suficiente dosis de confianza en nosotros mismos, para fortalecernos, para aprovechar una nueva lección, y, cómo no, para compartir, para entregarnos, que aquí se sustenta el amor. En este sentido, no importa el peso específico, que dirían los expertos, del cariño. Lo que es verdaderamente crucial es su extraordinaria capacidad para afrontar el día a día y para generarnos dichosos. Podríamos decir que su consistencia es infinita.
Si el amor que experimentamos es verdadero, no nos equivocaremos, sobre todo si es un modelo de vida al que procuramos llegar en los hechos en los que participamos. Cuanto más cerca de esta divisa, mejor. Así lo hemos de tener presente.