Nueva York es una ciudad fascinante porque siempre hay algo para descubrir. Muchos artistas, intelectuales, escritores y actores la hicieron su casa o viven en esta gran metrópoli, como hizo Marc Chagall para huir de la guerra en Europa.
Manhathan, isla rocosa, rodeada de los ríos Hudson y Este, es la Babilonia moderna con la concentración más alta de rascacielos, puentes y túneles, corazón comercial y cultural de Estados Unidos.
300 museos y galerías de arte, mas de 1000 restaurantes y bares, 150 teatros y cines la pueblan y un hervidero humano donde se escuchan las lenguas de todo el mundo, hacen de Nueva York una verdadera cosmopolis, donde todo sucede, vive y se agita, una urbe que no duerme. Y ahora para las fiestas se engala con su gigantesco árbol de Navidad y las luces de Hanuka.
Cuando vivía en Nueva York, podía encontrarme con Botero saliendo del edificio Fulher en la avenida Madison, o cruzarme con el actor De Niro, (muy simpático por cierto) o ver a Kennedy Junior en el barrio del Soho, o sorprenderse con Woody Allan tocando jazz en algún bar, como me sucedió durante esos años; porque Nueva York, a pesar de haber sufrido después del 9/11, seguirá siendo la ciudad gótica de Batman, la Babel contemporánea, el pulso del mundo y, que me perdone el lado europeo que llevo en la sangre, pero aun no encontré una ciudad que reuna tantos aspectos y sea tan energética. No en vano el poeta Walt Whitmann le cantó odas mientras el poeta andaluz García Lorca la amo y la odio, en su libro Poeta en Nueva York, y los pintores Mondrian, Max Ernst, Picasso, George Rouault, Kooning, se inspiraron y la hicieron su morada.
Quise seguir la ruta de uno de los pintores más famosos del siglo XX, Marc Chagall, quien vivió en Nueva York durante siete años.
Chagall nació en 1907 en la aldea Vitebsk, de Bielarrusia. Estudio arte en Rusia y vivió los primeros años del comunismo. En sus obras tempranas ya se revela su inconfundible personalidad plástica, y aunque participo de las vanguardias, impuso su estilo. Por presiones políticas abandona Rusia y se radica en Paris. Al estallar la Guerra, se embarca para América.
Llega a Nueva York en l941 y comienza una etapa muy distinta en su vida. Acompañado de su mujer Bella se aloja en Hampton House, en la calle 57, lo que llaman la Gran Manzana de Nueva York. Luego, se mueve a 28 East de la calle 70. El conserje me comenta que años atrás el edificio había sido un hotel y que ahora es un condominio. Chagall, se traslada luego al Hotel Plaza, en la 55 West de la calle 77. Comprobé que en ninguna de las casas donde vivió el artista tiene una placa de su paso, algo que la ciudad debería considerar con sus ilustres habitantes, pero lo descarta por guardar la privacidad de sus actuales vecinos.
Chagall ya tenía fama en Europa cuando llego a Nueva York. El hijo de Matisse, lo invito a exponer en su galeria, exhibieron entonces: “La Noce” y “Les maries de la Tour Eiffel”. La crítica lo elogio y el mundo artístico acogió, con gran éxito, su estancia en la ciudad.
“Nunca fui rico pero vivía confortablemente”-confesaba Chagall a sus amigos, aunque en verdad, Nueva York lo acredito comercialmente y comenzó a cotizar sus obras a muy buenos precios.
Finalmente, se instala en un apartamento de la calle 74. Una calle encantadora, arbolada, a un paso del Museo Metropolitano. Intenté averiguar en qué piso el artista tuvo su taller pero nadie sabía que en uno de esos departamentos había estado el estudio del maestro Chagall.
El artista no se adapta a la vida americana pero tiene un selecto grupo de amigos, Alexander Calder, Henri Moore, Andre Masson, Jacques Maritain, con quienes comparte intereses artísticos.
Fue en Nueva York donde Chagall pintó los decorados y vestuarios del ballet “Aleko”, con música de Tchaikovski. Chagall estudió, en Rusia, con el famoso decorador León Baskt. El ballet se estrenó en México, en 1942, y fue un suceso.
En busca de un paisaje familiar, recorre el estado de Nueva York. Se muda a una casa cerca del lago Cranberry porque los bosques nevados le recuerdan su aldea. Sorpresivamente, Bella enferma y muere en 36 horas. Chagall retorna a la ciudad de Nueva York, devastado, con su hija Ida y decide instalarse en 43 Riverside, donde vive varios años.
Son años de soledad y tristeza, pinta “Los arlequines”, “Luces de casamiento”, “la Liberación” y los decorados del ballet “El pájaro de fuego” del músico ruso Igor Stravinski.
Su hija Ida preocupada porque su padre no hablaba inglés, consigue una estudiante, Virginia Haggard, quien lo ayuda con las traducciones y en el taller. Finalmente, forman una pareja, compran una casa en Catskill y vive con Virginia y con su hijo David. Trabaja en las ilustraciones de “Las mil y una noche”. Virigina cuenta en su libro “Mi vida con Chagall”, estos años con el maestro.
En 1946 el Museo de Arte Moderno-MOMA, le organiza una gran retrospectiva. En el MOMA, me mostraron los archivos de esta exposición que incluía diseños y decoraciones de ballet. El Museo, su director Sweenly, Chagall y su hija trabajaron mucho y la exposición fue un éxito que lo consagró internacionalmente.
Su hija Ida le organiza otra muestra en Francia. En 1948, Chagall vuelve a Paris, con Virginia y David, al poco tiempo Virginia se separa del maestro, llevándose a su hijo.
Adriana Bianco: arriba murales de Chagall en naciones Unidas; abajo, cartel con pintura de Chagall en la Opera de Nueva York
Su estancia de siete años en Nueva York evoca muchas situaciones en la vida de Chagall: la pérdida de su mujer, el nacimiento de su hijo David, el trauma de la lengua, el reconocimiento artístico y la cotización de sus obras. Chagall sintió agradecimiento por Estados Unidos, pero nunca se “enamoró» de Nueva York. Sin embargo, Nueva York se enamoró de Chagall, le encomendaron los grandes paneles para la Opera Metropolitana y los bellos vitrales de Naciones Unidas, que hoy apreciamos.
La presencia de Chagall en Nueva York vagabundea en las casas que habitó y brilla con todo esplendor en las obras que su genio creador entregó a la gran ciudad.