No sé cuándo fue, pero sí sé que sucedió. Me recuerdo viendo a este chico en la tele cuando apenas despuntaba entre un montón de personas que todas hacían gracia contando monólogos hace poco tiempo, y dije en voz alta; este chico llegará lejos y hoy me sonrío cuando compruebo que bajo esa mirada pilla de no sé qué voy a decir ahora pero os vais a partir de risa, está un ser humano excepcional.
Tampoco sé si 8 apellidos vascos diera para tanto porque como película, aparte del topicazo andaluz y de las vascongadas, no daba mucho más de sí, pero hacer de la nada una película hacía ver que detrás de ese muchacho que hablaba del tupper ware, que luego a base de decirlo, el español acabó diciendo, fiambr, ha hecho que en un día como hoy se lleve el Goya a la improvisación, a las tablas, a los recursos, a los discursos, al baile, a las gracias, a los chistes, en calzoncillos o en traje en un escenario dispuesto para ser un bombardeo al ministro Wert que él tan acertadamente ha llamado Nacho, sugiriera a propios y a extraños algo más que una sonrisa cada vez que aparecía en escena.
Los temidos premios de la Academia que más de uno han aprovechado para verter las miserias que probablemente son ciertas, ha sido del todo eclipsado por la grandeza de alma de este muchacho que aún sigue siendo el que era.
Y me consta. Su abrazo al chico que competía con él, la sinceridad de sus palabras y cada vez que ha roto el hielo actuando, las sinceras dedicatorias a su gente ha verificado su verdadera personalidad. Ahí estaba él, con el nudo en la garganta, agradeciéndole a sus padres el haberle metido en un tren, el haber hecho de él el que es, y a toda su gente; esa que sigue ayudando en su Málaga natal, porque la gente auténtica lo sigue siendo a pesar de la grandeza de sus actos. Ni el IVA ha tenido cabida por mucho que lo han nombrado y ante la tensión del discurso del presidente él ha sabido devolver la frescura de la juventud y la alegría a la escena del todo necesaria.
Ya no habrá un sabor agridulce ni un recuerdo incómodo cuando alguien hable de los Goyas porque éstos han sido invadidos por el halo de una persona que además de cómico, ha resultado ser actor; un todoterreno de la escena que lo mismo pincha, que corta, que dice, que tose, y en todo siempre guarda el mismo gesto; una sonrisa inmensa de la que brota después una carcajada. Un Almodóvar que nadie recuerda ya, un Antonio Banderas que ha vuelto como las oscuras golondrinas y ha dedicado su premio y su vida a su hijita que apenas ha podido disfrutar y una Penélope Cruz, una que se fue para no volver, nos han recordado aquellas otras galas en donde sucedieron otras cosas que nada tenían que ver con el cine; eran otros tiempos y el cine español solamente tenía una cara. Ahora hay caras nuevas, actores revelación, personajes anónimos que han aparecido en la escena gracias a su trabajo cuidado y ahí estaban todos sonriendo por Dani y expectantes cuando han sido nombrados una y otra vez.
Preciosas dedicatorias a las madres y a las familias que han hecho recordar a propios y a extraños que al final, todos tiramos del mismo carro que es nuestra gente, y unas miradas llenas de agradecimiento por los años trabajados y el premio reconocido con La Isla Mínima. Músicos, Productores, guionistas, attrezzo, castings, etc, etc, etc hacen posible que el mundo del celuloide siga siendo mágico.
Gracias a la Televisión Española por hacer accesible la gala aunque ha habido un fallo cuando El Langui; otro grande, ha salido y no podía bajar la escalera. El comentario de los escalones es el que se encuentra cualquiera que tiene dificultad para andar pero nunca se piensa, y lejos de prepararlo se nos ha olvidado; no todo puede ser perfecto, dejémoslo para el año que viene. Al menos los ciegos y los discapacitados visuales han podido ver qué sucedía mientras los sordos leían los créditos. Una televisión para todos hará que alguna vez, el país se convierta en uno accesible y todos podamos sonreír también al poder cruzar una calle, leer un cartel grande o escuchar que sucede en una película cuando la escuchemos porque no podamos verla.
Gracias a Dani Rovira por tu grandeza de alma y por la generosidad de espíritu que ha hecho que en una tarde de febrero, todas las personas se sintieran premiadas y el cine español fuera único de verdad. Enhorabuena por tu Goya, gracias por tu gala; eres un grande de la improvisación y esto si que es ser una persona revelación.
¡Mira tú por dónde!