De vez en cuando caigo en la cuenta del milagro de estar vivos, de existir, de conocer, de poder compartir segundos con gentes maravillosas. El corazón suele ser muy selectivo, y nos distancia de quienes nos hacen daño, o, al menos, lo intentan.
A mi juicio, ha de darse un punto intermedio entre quienes no creen en milagros y aquellos que los ven en todas partes. No obstante, es una gran verdad que la Naturaleza en sí y la vida humana en particular son muestras de la excepcionalidad de la Creación. Nos tenemos, y eso, como reiteramos, es la suprema dicha. Debe serlo.
Reparemos en lo cotidiano, que también es transcendental en multitud de ocasiones. Miremos con ganas de comprender. Comienza un nuevo día, con perspectivas, con normalidades, con desayunos y meriendas, con intenciones, con trasiegos, con conocimientos e ignorancias: hay un poco de todo. Hoy, especialmente, echaré de menos a los que viajan por otras dimensiones, con seguridad hacia la luz. En ella nos veremos algún día. De momento seguiremos sus ejemplos en lo bueno, que fue mucho, y nos apartaremos de quienes demostraron, y aún ejemplifican, que el ser humano también puede ser incivilizado. Me quedo con la sistematización positiva.
Entretanto, valoro la gracia de seguir adelante, de poder aprender más lecciones, de poderme enfrentar a lo óptimo y también a lo pésimo desde la convicción de que todo sucede por algo. El mundo que hemos generado se ha vuelto complejo, pero el ecosistema de las cosas que importan son más sencillas de lo que a veces nos parecen.
Surge, por tanto, el día, y trato de apreciarlo sin peso. Bueno, brota con los elementos y obstáculos de siempre, pero me esfuerzo en que parezcan y sean más livianos. Es cuestión de perspectiva, y a ella (a la brillante óptica) os animo para que la jornada cobije verdaderas soluciones. Ganar es una actitud. Conviene, según constatamos, trabajar de manera natural, sin bajar la guardia, saboreando los cafés, aunque sean solos. Ya vendrán «combinados» y resaltados en y de las mil modalidades que nos oferta la vida. Si nos fijamos, si los conocemos, seguro que daremos con el «cortado» adecuado hasta que lleguemos a nuestros empates, a nuestros «capuchinos», o a nuestras opciones más generosas y/o convenientes. Las hay.
Con entusiasmo
No estemos en cautelas excesivas, que nos hacen perder segundos, minutos, días, meses, años esenciales que ya no retornarán. Las pretensiones loables nos han de llevar a consecuencias nutrientes y edificantes. Marquemos parámetros de entusiasmo sin aspavientos ni figuraciones excesivas. Reclamemos interiormente el milagro de la normalidad.
Si reflexionamos, nos sabemos con victorias relativas, que pueden acontecer o no. Nos mostramos, en nuestra humildad, sobrados de recursos. No nos hacen falta demasiados. Comenzar con pasión y tranquilidad es la base para afrontar un trecho que nos puede brindar todo. Busquemos la cosecha sin prisas, pero también sin demora.
Tenemos la suerte de estar bien, de querer aprender y de sabernos en relación a los demás, con muchos que nos estiman. ¡Qué tesoro! Hallamos por delante una existencia luminosa. Aprovechemos, por favor, sus posibilidades. Vamos (lo sabemos) en la dirección correcta. ¿Nos acompañas? Depende de ti.
Las cosas simples parecen ser las más complejas.
El universo infinito, la vida y nuestra propia existencia simplemente pueden ser, están. De la muerte, que en realidad es parte de la vida, su término de ciclo, tenemos conciencia tan impactante de su existencia, que la mitigamos o la explicamos de diversos modos desde lo más antiguo. Me siento interpretado por una expresión de un prócer de la Independencia de Chile, José Miguel Carrera, que cuando supo que lo iban a fusilar dijo: «No le temo a la muerte, porque es una sombra que pasa».
Me conmueven el ejemplo y vida de Francisco de Asís (santo católico), me remece la quietud del budista Dalai Lama, me emocionan las odas de Pablo Neruda (ateo absoluto), y múltiples otras circunstancias de orígenes contrapuestos.
Me alegra la vida de todo ser humano y me apena su muerte. Me siento unido en hermandad a todos las personas buenas que han existido, o que solamente lo hayan intentado, y a los que hoy existen; no soy superior ni inferior a ellos, sencillamente igual, aunque no idéntico. Sueño, con que los adversarios y enemigos se troquen en amigos y hermanos. Me alejo de la soberbia espiritual autoerigida en «superioridad», que deriva en intolerancia o sencillamente en que una se considere por encima de las otras o de todos; tanto como del escepticismo y negativismos extremos.
Y como una vez pidió el sabio Linneo a su hijo, intentaré vivir mi vida como si cada día fuera el último, pero labrando mi campo como si pudiera vivir eternamente.