Existe una reacción casi antropológica de conservación de todo cuanto albergamos, sea lo que sea, interese más o menos, tengamos mucho o poco, sea necesario de manera inmediata o en la distancia. Alguien dirá que no es así. Hay demasiados ejemplos al respecto, aunque la mayoría, silenciosos, sean en contrario. En todo caso, conviene que nos refiramos a ciertas “distorsiones” con el fin de enderezarlas.
No sé ciertamente el porqué, pero más frecuentemente de lo que quisiéramos asistimos a hechos en los que hay pugna por mantener lo conseguido, lo heredado, lo que nos pertenece, o debería, o lo que elucubramos como nuestro con garantías y derechos no siempre defendibles. La puesta en cuestión de las supuestas propiedades, al parecer, es lo último, y, a veces, muchas, ni eso. Erramos en este punto.
Siempre he sostenido, quizá porque la suerte me ha sonreído bastante, que compartir multiplica, que el que da recibe mucho más. Así estimo que es: el que brinda su talento o sus dividendos, parte de ellos, o percibe de la vida, o de otras personas distintas a las agasajadas, o de las mismas incluso, o bien por un golpe de fortuna, o en forma de mil hermosos tesoros que no siempre ponderamos, como pueden ser la salud, el bienestar en general y la felicidad. Los “milagros” suelen ser “invisibles”. Quizá por ello en ciertas oportunidades no los analizamos.
La generosidad está muy relacionada con la bondad, con la bonhomía, con el comportarse de la mejor manera posible procurando otorgar un porcentaje de lo que la existencia nos otorga muchas veces sin que merezcamos tanto. Debemos asumir que los intentos han de ser perennes, constantes, reiterados.
La vida es en la medida en que la utilizamos: es cuando la gastamos, cuando la empleamos. Lo que queda sin usar se disipa, como los derechos que no ejercemos. Estamos muy equivocados cuando guardamos todo para tiempos mejores, que a veces llegan, y otras no… Cabe ser ahorrativo, pero no debemos hacer de una virtud un defecto. Intentemos ir consumiendo lo que vamos generando, y así nos fortaleceremos mientras nos actualizamos paralelamente.
Por cierto, hemos de pensar que compartir no siempre es un concepto material. Es más: lo importante es entregar lo que no tiene valor calculable, porque muy reiteradamente es una riqueza mayor. El tiempo y el amor son las joyas más preciadas que tenemos. Por eso debemos saber con quiénes las saboreamos. Parece lógico, ¿no?
Óptica mancomunada
La verdadera astucia reside en calcular nuestros ímpetus, nuestras energías, para ir administrándolas. No debemos perder la perspectiva de cuáles son, o han de ser, nuestros objetivos tangibles e intangibles, resistentes o no, factibles o no.
Si comprobamos todo con una óptica coaligada, mancomunada, seguro que seremos capaces de palpar que en la unión está la fuerza, y que todos juntos somos más poderosos y llegamos mucho más lejos.
Siempre he dicho lo que reseñan muchas religiones: toda persona que reparte obtiene mucho más a cambio, aunque no sea eso lo que pretende. Lo que se persigue obsesivamente, podemos añadir, se suele escapar de las manos. Posee más el que planta en óptimos campos, y los abona y los riega, que quien guarda toda la cosecha en condiciones probablemente nefastas.
Es verdad que hay riesgo de tempestades, de heladas, de calores excesivos, pero, si se dan las circunstancias y ponemos la conveniente guardia y custodia, amén del cuidado preciso, los resultados son espectaculares. Los oteamos cada jornada, si queremos, obviamente.