No hay nada como descansar bien. La paz interior contribuye a un viaje estelar por los mejores sueños. Luego queda que los cumplamos, para que el ciclo (tan normal, como percibimos) se renueve un día tras otro. Los balances, cercanos, en trechos perfilados con sosiego, nos ofrecen la óptica de si vamos por la senda que elegimos verdaderamente, o si, por el contrario, es la historia la que nos lleva con obligaciones no controladas. Es conveniente que, con recurrencia, hagamos acopio de energías desde la valoración de cuanto llevamos a cabo e incluso teniendo presente aquello que omitimos.
El equilibrio supone disciplina. Hemos de dominar aquellas situaciones que nos hacen daño: las hemos de realizar precisamente así, esto es, procurando asirlas, para mejorarlas o bien apartarlas. No valen juegos que nos conduzcan a la desdicha. No hay tantas oportunidades existenciales. Eso debemos tenerlo claro. La vida pasa muy deprisa para perderla.
Por eso la calma, el alto en el camino, es tan preciso, con el propósito de tener capacidad de análisis, y, sin procede, de enmienda. En paralelo, hemos de emplear el valioso tiempo, el nuestro, el de todos, en discernir lo que hacemos y el porqué. Los días, aunque no siempre lo creemos, son irrepetibles, y por esa cualidad tienen un don especial que hemos de cultivar incluso en lo más anecdótico, para poderlos aprovechar, y, de este modo, salvarnos a nosotros mismos.
Como línea de aprendizaje, que dejará el mejor sabor, tengamos en cuenta lo siguiente, que hemos de interpretar y seguir de la mejor manera: estar con los amigos y seres queridos, apostar por un deambular del modo más pleno posible, aprender de todo y de todos, no vivir en los excesos permanentes, mirar al de al lado, pensar en el futuro pero desde la perspectiva de exprimir el presente, no romper, sí arreglar, consensuar, buscar la armonía, tocarnos con los demás en un permanente baño de humanidad, descubrir la belleza en lo que existe y en el milagro de poderlo contemplar, asegurarnos con presencia y devoción de contribuir al progreso, ceder y avanzar en las relaciones intentando ver al otro como es, mirándole a los ojos…
En definitiva, hemos de ser nosotros mismos reconociendo que el supremo logro está en aseverar que nos conformamos con esas circunstancias que nos definen sin agobios ni pretensiones vacías. Aceptar lo que albergamos, cuando nos permita experimentar con dignidad, puede ser, es, la base de ese impulso que con frecuencia pretendemos en el inicio de la jornada.
Por lo tanto, oteemos en el interior, tomemos dosis de energía, y emprendamos la singladura cotidiana a la que desde ya le hemos de dar los buenos días. Lo son si los miramos con esa inclinación. Es cuestión de probar, claro, y de ser testarudos en conseguir lo bueno: los beneficios aparecerán en cuestión de tiempo.