Surge el día con esperanza, y, como mínimo, le hemos de dar la ocasión de una dicha compartida. La bondad y el amor han de caminar de la mano. Los resultados, buscados o no, nos regalarán, deben, esperanza en el mañana, aunque, de momento, pensaremos en el hoy. Nos tenemos, los seres humanos, como base de ese contento que nos procura explicaciones a lo que no siempre entendemos. Validemos esta reflexión y todo marchará un tanto mejor. La paciencia, la tolerancia y las buenas intenciones son virtudes para no vivir atosigados en un contexto de dificultades.
Pensemos un poco en la actitud que tenemos, y hagamos lo posible por unos logros no estereotipados que nos permitan brincar hacia el éxito personal. Hemos aguardado este instante de quietud y de perspectiva, que ahora exprimimos, durante mucho tiempo. Nos ayuda a mirar de otra guisa. No siempre advertimos las importancias de lo cotidiano, seguramente por las prisas, porque damos todo por entendido, sabido o cosechado sin más. La relevancia de cada jornada, de cada fruto conseguido, es tan sustancial que a menudo no caemos en la cuenta de que, sin pasar antes por determinadas veredas o sendas, nunca estaríamos en amplias autopistas. Todo suma, y, en oportunidades más o menos visibles, lo más sencillo es la llave para lo más grande.
Procuremos, por ende, la disciplina suficiente (no tiene que ser la máxima) para adquirir el hábito del agradecimiento, de la fe en lo que hemos de realizar para dar con las opciones sin batallas, para abrirnos a las libertades y formaciones que nos faciliten un poco de garantía respecto del futuro, que lo querremos con sapiencia y consideración, con admiración hacia los eventos óptimos y con las promesas cumplidas para recuperar ese impulso al que tenemos derecho. Breguemos por los más estupendos fines, que lo serán si llegan a amplias mayorías.
Corren tiempos complicados como para no mirar al de al lado, como para no superar los obstáculos con un formidable optimismo solidario, que adquiere grados, que ha de suponer reconocimiento de las circunstancias de las que disponemos. Nuestro compromiso ha de ser el aprovecharlas. No perdamos el tiempo con las actividades o con las personas equivocadas, que quizá no lo serán por ellas mismas, sino porque no hemos acoplado de modo conveniente los condicionantes, que diría el filósofo.
Administremos nuestro tiempo
El tiempo discurre, como sabemos, con suma prontitud y celeridad. Lo aprendemos constantemente, pero no siempre caemos en la cuenta de manera que experimentemos cada segundo en toda su profundidad. Se escapan las horas como si fueran repetibles, que no lo son. Estar vivos y dinámicos es una riqueza finita que hemos de disfrutar con moderación, sí, pero sin pausa. Administremos las dosis oportunas para que luego no nos culpemos de no haber visto lo que sucedía en el entorno.
No olvidemos que ya viene esa jornada de encuentros, si la anhelamos, en los que los tonos y los colores los podemos poner nosotros. Sí, hace falta esfuerzo, pero, en realidad, ¿para qué queremos las energías? Vamos a felicitarnos por estar: saquemos igualmente rendimiento a lo que somos y a cuanto albergamos. La base para la jovialidad, y puede que algo más, reside ahí. Lo intuimos. Toca comprobarlo. ¿Nos brindamos los buenos días y nos felicitamos por adelantado?