La convocatoria a elecciones marca el inicio formal del proceso electoral. En condiciones normales y en sociedades con democracia es un momento de expectativa sobre las ofertas de quienes pretenden relevar a los que han estado al mando del país.
Pero en esta coyuntura no representa, para gran parte de la población, ningún aliciente para el cambio. Un sector representativo de la sociedad, mayoritariamente urbano, clase media, alta y algunos trabajadores, se manifestaron de manera explícita. Era tal vez su primera vez bajo el sol, pero la reivindicación lo ameritaba. Ese sentimiento de repudio hacia quienes han lucrado con dinero del Estado valía la pena.
Diferente en su composición fue el desfile tradicional del primero de mayo, trabajadores que históricamente han tomado las calles en demanda de sus reivindicaciones laborales, esta vez también sumaron el rechazo a la corrupción, a los ilícitos de los funcionarios implicados y exigieron la renuncia de la vicepresidenta y cada vez más también la del presidente.
Otros grupos repitieron con su presencia frente al Palacio su voz de indignación; eran personas de diversos estratos sociales.
Los Cantones de Totonicapán, caracterizados por sus altos niveles de organización, representatividad y legitimidad, se sumaron a la repulsión de la descomposición. Se están multiplicando las expresiones sociales ante lo que desveló la Cicig.
Desde el Ejecutivo no se han dado las respuestas que se exigen; el presidente ha reaccionado de manera superficial, con un mensaje sin contenido idóneo para la magnitud de la crisis que enfrenta. Lamentable, pareciera que está encapsulado en una burbuja que lo mantiene distante de la realidad, pareciera que está a la espera de que baje la presión y que todo siga igual.
El escenario no puede ser más complicado. Inconformidad y falta de perspectivas a la vista. La ausencia de los tres presidentes de los poderes del Estado en el acto de convocatoria a elecciones, así como de otros invitados especiales, entre ellos magistrados y diputados, es una señal negativa ante la legitimidad que debe tener el proceso que ya está en marcha.
Ante el desánimo popular generalizado, la diferencia con campañas anteriores en las que nos han abrumado con slogans y mensajes frívolos y sin contenido, debería ser la motivación a votar. Deberían desaparecer las pretensiones de engatusarnos con sus falsas promesas, ofrecimientos y regalos. Es preciso que renuncien a la superficialidad del simple clientelismo electoral.
Persiste en el ambiente la preocupación de que el ganador sea el abstencionismo y/o el voto nulo, lo que colocará a quien resultare ganador en una posición de debilidad, con falta de legitimidad y en medio de demandas de grupos de presión que difícilmente podrá atender. No hay tiempo, urge una salida que satisfaga de inmediato el descontento popular, cada vez más en ascenso.