No sé si a menudo miramos el cielo cuando surge el día, pero, si no lo hacemos, deberíamos. El alba, con sus variopintos mantos de colores y con tonalidades muy particulares, y en sintonía con cada época del año, nos distrae con sus atractivas apariencias, con sus dichas, que le acompañan, y también con los dones que nos regala a cada oportunidad, esto es, cada 24 horas.
Presentarnos, como señala un amigo pintor, es un hecho milagroso. Nos debemos corresponder, ante tamaño presente, con un aprovechamiento claro, diáfano, no distraído. La existencia se ha de saborear en todos sus términos y principios, cumpliendo con el compromiso, que no obligación, de alcanzar el deleite, de potenciarlo y de compartirlo con el mayor porcentaje de orgullo posible. Nos deberíamos asegurar, en consecuencia, los pronósticos haciendo realidad los que son fruto de la honestidad y de la prosperidad mancomunada.
Percibamos los consejos de los años, y vivamos las excepciones loables como las posturas más hermosas que debemos extender hacia las amistades más libres. Seamos equilibrados y justos en los quehaceres que nos reparte el porvenir, que hemos de preñar de decisiones y de alternativas por y para el colectivo. Divisemos que la prioridad es la jovialidad respetuosa.
La vida se conforma de un puñado de elecciones y de ocasiones que hemos de exprimir con voluntad y con el empeño de conquistarnos, en primer lugar, a nosotros mismos, desde el amor, claro, para a continuación realizar esa misma propuesta respecto de y para los demás.
La Naturaleza nos circunda con sus sorpresas y suavidades. Hemos de verla como la gran aliada que es en los asuntos primordiales. No malgastemos los tiempos, que se van rápidos y no vuelven con las circunstancias pasadas. Pueden ser similares, pero nunca idénticas. No perdamos los numerosos segundos, minutos y horas sin sacar beneficio lícito de cuanto se desarrolla.
Encendamos cada día
Viene, en definitiva, la mañana con el frescor de lo renovado. Recordamos lo que nos complace, esté o no esté, y nos ponemos en marcha con el afán de un contento que se multiplica como el agua en la naturaleza. Procuremos saciarnos y que no falte nada a lo global y a lo minoritario. Hemos de proteger, igualmente, a lo débil, que podría ser garantía de la fortaleza de un mañana como el contemporáneo, que tanta paz nos brinda.
Apostemos por los convecinos, por los que viven en la proximidad, que se ha de entender sin obsesiones. Los trechos han de amoldarse a lo razonable. No es conveniente ni mucho ni poco.
Encendamos las rutinas con el brillo de la sensatez y la improvisación que nos permite volar hacia las conquistas más valiosas, que seguramente no tendrán un precio y serán intangibles. Repasemos nuestros años: seguro que convenimos que recordamos más y mejor lo que no podemos aprehender. Las manos, antes o después, quedan vacías, pero las almas y las mentes funcionan de otra guisa.
Vayamos, pues, hacia la cima. Estructuremos una serie de mecanismos y de actividades que nos añadan alegría y disposición para estimar y comprender el sentido de la historia que experimentamos y que nos espera de algún modo.
Hemos de laborar por y para incrementar la movilidad y las contestaciones a los interrogantes históricos. Todo aguarda a nuestras respuestas, y, antes que eso, a las preguntas, que son orígenes y destinos. No nos olvidemos de hacerlas. Eso nos dice la mañana. ¡Feliz día!