Es verdad que el concepto de globalización ha perjudicado la percepción que albergamos de la unión, de la mancomunidad, del entrelazado de quehaceres y de menesteres como apuesta de presente y de un porvenir fructífero.
El ser humano se ciñe en el conjunto para ser fuerte, para aprender, para aprovechar la experiencia, para conversar sobre lo que hacemos bien y/o mal, para tomar opciones que nos permitan la firmeza y la voluntad que demandamos para apartarnos de la oscuridad. La suma acaba multiplicando. Es una cuestión matemática, pero, indudablemente, es mucho más que una estadística.
Hay personas, opciones, comandas, hechos, conceptos, leyendas, realidades, consideraciones, re-currencias, acontecimientos normales o excepcionales, que nos invitan a lo contrario de lo que hemos subrayado, esto es, nos dirigen a vivir en soledad, a andar en pos de lo individual. Palpemos, ante esas imposturas, que las singladuras y los procedimientos que suponen la adicción llegan más lejos y aguantan más. La comprobación es estelar.
Reconociendo el valor de cada cual, hemos de pensar que la unidad nos da más posibilidades de éxito. Juntos podemos solventar mejor los errores e identificar de manera más óptima todo aquello que se complete con aciertos desde los buenos inicios, que también se producen. La existencia nos regala momentos que hemos de ponderar en relación a los otros.
Ver entre varios, como podemos destacar, gesta que las sombras se reproduzcan menos y que las luces sean más intensas y brillantes. Los “juntamentos” nos vehiculan a potenciaciones y mitigaciones señeras (un poco de todo). Además, lo relativo se percibe más convenientemente cuando nos regalan otros sus análisis y perspectivas. La ilusión es más descollante cuando se puede narrar entre un gran número de personas.
La sonrisa
En paralelo, nos hemos de tratar y de relacionar con una sonrisa, que abre el mundo. Este ademán, si no es la cima, es parte fundamental de esa superioridad que defendemos como fórmula mágica para estar contentos. Es la máxima, aunque a veces, esa alegría, se halle bajo mínimos. El coste, supuestamente económico, nos hace pensar que la sonrisa es accesible a la mayoría. Bueno, sobre eso habría que hacer muchas consideraciones, seguramente por los hábitos que hemos adquirido de manera equivocada. En todo caso, tengamos presente esta reflexión: necesitamos dedicarle tiempo, mimarla, hacerla sincera, sentida… Nada es absolutamente gratis.
Por eso precisa, para su existencia y permanencia (seguimos con la sonrisa), mucha actividad, y por eso decimos que es supuestamente económica. Su garantía es el tiempo, así como su experimentación, y eso implica dedicarle lo más valioso: nuestra propia vida. Aquí no valen máscaras.
Nada más importante
Por otro lado, cada vez que advirtamos el comienzo de un tramo hemos de comprender que se inicia la vida, que las oportunidades brotan, y que en el ambiente fluye el deseo con inteligencia. No es el destino ni la casualidad: somos nosotros. Nada más importante podemos hallar. Lo decimos y lo resaltamos con todo el respeto. No se trata de soberbia, sino de un estilo cotidiano leal para no paralizarnos. El silencio y la quietud no suelen ser rentables. ¡Adelante! Impongamos una forma de ser que nos produzca ocasiones de contento, de superación, de aprendizaje, de avance, no consintiendo las impiedades que nos rodean y nos rompen.
Y para que todo ello sea factible nos hemos de decir lo que sigue: “No me sueñes. Hazme realidad”. Este axioma lo hemos de aplicar a personas, a elucubraciones, a planeamientos, a iniciativas, a postulados, a ciclos, a procesos, a docencias… a todo. Funciona. La diferencia está a menudo en la perseverancia, en que lo intentemos una y otra vez. El miedo no nos puede invadir y dejarnos quietos. Toca averiguarlo.