Pedimos a menudo milagros sin involucrarnos en ellos. Lo primero, no lo olvidemos, es creer, y a continuación hemos de contribuir a su expresión y fijación con actuaciones que permitan que lo que deseamos fragüe. La angustia o el deseo con manos caídas no ayudan a que suceda lo aguardado. La acción es básica.
Reclamamos constantemente que los acontecimientos sean de contento sin mirarnos al espejo para ver si esbozamos, nosotros también, unas sonrisas con las que acompañar a propios y extraños, y, ante todo, a los mismos espíritus en los que decimos confiar.
El amor que demandamos comienza por uno mismo: eso supone, sin rodeos, esfuerzo, aunque no lo digamos en todo momento. Los planteamientos son como son. Para no repetir las historias hemos de mudar las imposturas que entre todos nos regalamos. Transformemos el contexto.
Vivir aniversarios de derrota no es un hábito óptimo. Seamos razonables, fundamentalmente con las vidas más importantes, las nuestras y las de los seres queridos. La búsqueda de la felicidad es un anhelo objetivo-subjetivo que hemos de ponderar.
Los consuelos nos vienen más, y así hemos de resaltarlo, de la circunstancia constatable de, al menos, procurarnos ciertas metas, si bien no han de conseguirse, de manera exclusiva, para que estemos a gusto. Movernos sólo por fines implica una cierta zozobra, pues acabamos justificando lo cotidiano en función de triunfos, que no siempre son factibles. Lo relevante es intentarlo. No estamos obligados a más, si acaso a persistir.
Tratemos de vivir en lo palpable, en lo que nos roza y nos brinda oportunidades de distinguir lo que nos conviene y lo que no. Respetemos los valores y seamos consecuentes con los compromisos por los que hemos pugnar cotidianamente. Nos hemos de inspirar en los buenos ejemplos, que existen, que nos conmueven, que nos insisten con relaciones de amor.
No hay vida mejor que la sencilla, aquella que nos traslada por universos de sueños que, por útiles y cercanos, se pueden cumplir. La correspondencia para que se efectúen conlleva agrado e implementación en la búsqueda de la razón de nuestra dimensión. No expongamos al vacío cuanto somos.
El universo en el que creemos
Hemos de intentar avances que nos arreglen el cosmos en el que confiamos, que se desarrollará con nosotros, en la complacencia finita. Los progresos han de tener en cuenta, con firmeza, el bienestar común. No sirven esas carreras que no conducen a parte alguna, y que, cuando lo hacen, nos dejan más solos que nunca. Los éxitos, aunque sean anónimos, han de ser mancomunados.
La existencia, como sabemos, se explica y hasta se justifica en los hechos más sencillos. Por eso los hemos de percibir de una manera especial: debemos mimarnos con ansia, con delicadeza igualmente, sabiendo que son, esas costumbres, cimientos de porvenir. Es bueno, para que tengan valor, que los llevemos a cabo con otros eventos similares y con personas que nos quieran y a las que demostremos, constantemente, nuestra devoción. Eso, cuando se mantiene meses y años, sí que es un milagro, de los genuinos, claro.