En Grecia. En Cataluña. En España. En tres meses, son las más cercanas a nosotros, aunque algunos no creamos en la esencia de la actual democracia. Pero es la actualidad. Las palabras, imágenes, escenarios virtuales, profesionales de los actos de masas, vendiendo no ideas, sino espectáculo. El Gobierno y las leyes. El Clero y Dios. Los Bancos y el auténtico poder.
Con palabras sencillas, Varoufakis, el que denunció el terrorismo impuesto a los griegos por los verdaderos dirigentes políticos europeos y mundiales, publicó un libro de economía no dogmática ni académica, dedicado a su hija. El libro se llama «Economía sin corbata». Contesta, con rigor, a dos «verdades» más incorruptas que el brazo de Santa Teresa, el paño de la Verónica, la peregrinación del camino de Santiago o de la Meca, dirigidas a quienes aceptan la esclavitud provocada por las doctrinas religiosas.
Escribe el exministro de Finanzas griego, y aplicamos sus palabras a los actores que van a masacrarnos con sus reiterativas y estúlticas palabras, y luces y músicas tan cursis como folklóricas en el tiempo electoral:
¿Cómo consiguieron los gobernantes mantener su poder y seguir distribuyendo el superávit como les convenía sin enfurecer a la mayoría de la población? A través del desarrollo de una ideología legitimadora que convence a la mayoría de que los gobernantes eran gobernantes por Derecho. De que así debían estar las cosas. Además el clero gestionaba la ideología dominante que legalizaba al Señor, establecía su autoridad, convencía a las víctimas de la explotación de que no había explotación, de que el sufrimiento les llevaría al paraíso»
Cuando se informa en España del crecimiento de las fortunas millonarias, del aumento de los beneficios ya de por si cuantiosos que cobran los ejecutivos económicos, de la corrupción de los políticos, y al tiempo los «nuevos» regidores que ni se atreven a llamarse de izquierdas se «bajan» sus sueldos «como ejemplo» o deciden viajar en clase turística como respuesta a la explotación terrorista impuesta sobre la mayoría de los ciudadanos, las carcajadas que deben soltar banqueros, oligarcas, arzobispos o políticos de la nunca extinguida caverna, deben escucharse en las Islas Seychelles, que de seguro ellos conocen.
Porque, eso sí, no se critiquen, toquen o rescaten, los esquilmados durante siglos por la Santa Iglesia, la nobleza y la oligarquía, y menos se propongan limitaciones, a los sueldos de las grandes fortunas, ni se les impongan unos impuestos leoninos o al menos similares a los que existen en Escandinavia: no se puede asustarles, porque ellos sí, y no Rajoy, Cospedal, Guindos, Montoro y demás personas a su servicio, son el poder. Una vez más Karl Kraus: «Por un lenguaje radical, necesario, si no queremos aceptar la moral del esclavo».
Al menos, ya que nos explotan, que no se rían.
Elecciones. Partidos políticos. Intelectuales. Norberto Bobbio. Sobre pueblo y pesimismo.
Nos preguntamos, ante la facilidad con la que los medios de comunicación y los dirigentes políticos hablan de los intelectuales, muchas veces por su mera profesión, título académico, imagen pública, ofrecida incluso por ellos mismos, quiénes son intelectuales realmente. ¿No debiéramos subrayar que tal vez solamente los que piensan y dudan, trabajen donde trabajen, tengan o no títulos universitarios y ocupen la posición social que ocupen, merecen ser denominados así?
El pueblo, o «la gente» como dicen otros, engañado y manipulado en todas las definiciones y conceptos que usa el poder o quienes a él aspiran, se ha acostumbrado a respetarlos, aceptar sus palabras y razonamientos (?) y no criticar la posición social que ocupan, los beneficios que obtienen, aunque a veces -pese a los premios y galardones que esgrimen- muchos de ellos sean estúpidos o auténticos depredadores de la cultura y el pensamiento.
También los partidos políticos se precian de contar con intelectuales, casi siempre dogmáticos o serviles, y más interesados en proyectar una imagen eclesial respecto a la organización y la manera de presentarla e imponerla, que de abrirse a discutir todas las cuestiones que puedan intentar mejorar los niveles sociales, de vida, de los ciudadanos más explotados, expandir la cultura y los razonamientos y diálogos entre ellos, y luchar más que por la victoria del «grupo» en las elecciones, por transformar, sin fecha fija, y con los medios y planteamientos necesarios, la propia sociedad.
En cuanto a la manera de encarar el presente histórico que vivimos, dentro del carnaval parlamentario que no cesa, es lógico que se sea pesimista a la hora de pensar en la posibilidad de cambiar los caminos de la historia, que sólo conoce -y estúdiense en profundidad los últimos cien años- explotaciones, genocidios, destrucción de pueblos y culturas, nacionalismos más o menos fascistas o al menos -véase Cataluña hoy- alienantes y encubridores de quienes los propugnan- imperialismos económicos y culturales que buscan imponer en todo el orbe la unidimensionalidad en el pensamiento y en la cultura del ocio.
Crímenes y retrocesos de la civilización y una técnica y ciencia empleadas en muchas ocasiones al servicio del mal y el crimen y el expolio organizado, contra la libertad y diferencia de los seres humanos, de los pueblos, y el agostamiento de la propia Naturaleza, la casa en que habitan.
Por eso, quienes dialogan con los intelectuales, en los que se dicen nuevos partidos, debieran abrirse a sus posibles ideas críticas y no utilizarlos, como es tradicional hagan, como meros «floreros».
Norberto BobbioRecogemos palabras de Norberto Bobbio -sus ideas no saldrán nunca en las farsas electorales- que datan nada menos que de 1954:
El deber de los hombres de cultura es hoy más que nunca sembrar dudas, no ya recoger certezas. Que los intelectuales formen o crean formar una clase por si misma, distinta de las clases sociales y económicas y se atribuyan por tanto una función singular y extraordinaria, es signo de mal funcionamiento del organismo social… más allá del deber de entrar en la lucha, el hombre de cultura tiene derecho a no aceptar los términos de la lucha tal como están planteados, a discutirlos, a someterlos a la crítica de la razón… por encima del deber de la colaboración está el derecho de la investigación… algo habríamos ganado si los hombres de cultura defendieran la autonomía de la cultura en el seno del propio partido o del propio grupo político, en el ámbito de la ideología política que libremente han abrazado y a favor del cual están dispuestos a entregar su obra de hombres de cultura… Soy un ilustrado pesimista… Me parece además que la postura pesimista se adecúa más al hombre ilustrado que la postura optimista… Sólo sé que la historia es un drama, pero no sé, porque no puedo saberlo, que es un drama con final feliz… No querría que esta declaración de pesimismo se entendiera como un gesto de renuncia. Es un acto de sana austeridad tras tantas orgías de optimismo, un prudente rechazo a participar en el banquete de los retóricos siempre festivos… Y además, el pesimismo no refrena la laboriosidad, sino que la encamina y dirige mejor a su objetivo… Solo el buen pesimista está en condiciones de actuar con la mente despejada, con la voluntad decidida, con sentimientos de humildad y plena entrega a su deber.»
Parece mentira que estas palabras se escribieran hace más de 60 años. ¿Dónde han caminado en este tiempo la mayor parte de los intelectuales, atraídos solamente por el mercado, la exhibición pública, el dinero y el encumbramiento social? No faltaron algunos Bobbios en el desarrollo de este tiempo histórico, pero son minoría, y a gran parte de ellos los medios públicos los estrangularon, y la civilización y la cultura los niegan, olvidan, e incluso abominan de ellos.
Para los que se dicen voz de la gente, cuenta más la exhibición pública, el triunfo en la imagen que buscan ofrecer, que los discursos profundos y necesarios para crear no el atajo hacia el poder, sino el cambio de la degeneración social, cultural y humana, de la sociedad actual.