Flow, palabra inglesa que significa flujo, caudal, y en este caso también un juego de inversión de las letras de wolf (literalmente lobo, y título de la obra que supuestamente representa en un teatro el protagonista), es una película nada convencional, a medias ficción y a medias falso documental, y sobre todo una reflexión sobre el actor, su trabajo y su posibilidad de vivir tantas vidas como personajes recree.
Flow, que ha pasado por distintos festivales, donde ha conseguido premios a la interpretación del actor Juan del Santo (49 años, muchos y variados papeles en el teatro, el cine y la televisión) y a la dirección de David Martínez (48 años, exactor, ayudante de dirección con todos los grandes nombres del cine español y algunos de fuera, como Kean Loach), es un monólogo de hora y media en la que el protagonista interpreta tres papeles en escena –el del Marlon Brando del padrino, el del hombre-elefante y del actor por antonomasia que encarna a todos los actores y nos recuerda la importancia de su cuerpo, su voz, sus gestos-, y un cuarto papel en el exterior, en la calle, en la vida “real”, donde es un actor que ensaya, comparte algunos momentos con su hija, estudiante de ballet, muy pocos y casi todos telefónicas con una esposa, con toda probabilidad brillante profesional que viaja mucho, y prácticamente ninguno con unos padres divorciados y un hermano que le traicionará a la primera de cambio. A estos personajes no les veremos, pero sí escucharemos sus voces (que son las de Emilio Gutiérrez Caba, Concha Velasco, Lluis Homar, entre otros) y a algunos incluso les conoceremos físicamente en unas animaciones que salpican la narración.
David Martínez y Juan del Santo han colaborado estrechamente para sacar adelante este proyecto. Juntos han elaborado el guión y juntos lo han producido. Ninguna duda acerca de la pasión de ambos por el teatro y el cine. Todo lo que vemos nos habla de la pasión de ambos por el teatro y el cine, y del respeto por el trabajo del actor.
Flow cuenta la historia de Walter Mann (Mann casi como “man”, como hombre), un actor alcohólico a punto de estrenar, que libra una ardua batalla interior al tiempo que asiste al desmoronamiento de su vida familiar.
“Flow habla de la amargura del ser humano y del difícil tema del perdón y la reconciliación con uno mismo y con la vida. También de las relaciones familiares, la soledad, la relación entre la vida y el arte, la espiritualidad y el arte…”.
Yo creo que es precisamente en este punto donde la película se escapa, tuerce la trayectoria y emprende un camino equivocado al identificar espiritualidad con religión, con una religión específica y más concretamente con manifestaciones de religiosidad (cosa que, por otra parte, podíamos esperar desde los primeros minutos de proyección, cuando el actor besa un rosario antes de salir a escena), de forma que ya nada va a sorprendernos, ni siquiera que el final del camino se encuentre en una aislada cabaña perdida entre enormes montañas, iluminadas por el resol de las cumbres nevadas.