Paulina (La patota) es una película argentina de 2015 de tema claramente social con la que Santiago Mitre ganó el Gran Premio de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes 2015.
Su protagonista, interpretada por Dolores Fonzi, es una mujer con fuerte personalidad y eso se ve desde el minuto cero en la discusión que mantiene con su padre en la cocina de la casa que ambos comparten. Una discusión tan enfrentada que, al principio, antes de saber que son padre e hija, se piensa que son pareja o rivales. Tal es el grado de obstinación de Paulina y el desafío que pone en sus respuestas.
Es una secuencia muda que vemos desde fuera de la casa a través de un cristal. Cuando por fin oímos las voces y lo que allí se discierne, resulta que el padre está animando a Paulina a consolidar su carrera de abogada con un futuro de película (el padre es juez con mando en plaza, ella acaba de terminar los estudios), para lo cual le ofrece todo su apoyo e influencias. Ella lo rechaza de plano.
Tiene novio Paulina, pero también en ese terreno, aunque se la ve realizada (también es una secuencia lejana, casi muda), la procesión va por dentro. Paulina tiene ganas de perderlos a los dos de vista con todo lo que comportan, algo que, unido a su vocación pedagógica, la llevará a apuntarse como maestra en una ONG que trabaja en una región interior en medio de la selva. Una región salvaje en el interior del país llena de minas al aire libre, canteras y escombreras. Una región de obreros que se matan a trabajar sin otra vía de escape que la brutalidad más elemental, donde las mujeres se buscan la vida pululando alrededor y los niños van a la escuela con desgana.
En este contexto, la reacción de Paulina, a poco que nos esforcemos en entenderla, no nos sorprenderá. Ella ha tomado partido por estas nuevas gentes en este mundo nuevo para ella y no se echará atrás ni siquiera ante el más grave de los ultrajes. Un ultraje que, por otra parte, no iba destinado a ella, es accidental, por lo que no es el leit motiv de la película ni de su conversión, pues de eso se trata al fin y al cabo. Paulina es una conversa de sí misma en una nueva Paulina y así actúa en relación con los que ha ido a redimir a esta zona de la selva. Por eso el verdadero protagonista de la película es Paulina, ella misma y su carácter misional.
Sabe por otra parte, lo ha visto en todas sus consecuencias, cómo actúan la policía y los jueces, cómo llevan sus investigaciones «de campo» cuando hay de por medio carne de cañón, y se niega a colaborar en la resolución de su caso. Seguirá adelante con lo que el sitio recién descubierto le ha proporcionado. Nadie en su antiguo entorno la comprende, ni siquiera en el nuevo, donde también lo que prima es el afán de venganza y de resarcimiento.
Paulina es en este sentido una joya de la conversión a una idea y a un credo personal y social, también político. Más misionera que muchos misioneros, Paulina resulta así la protagonista de una película rara, dura, polémica, pero sobre todo hipnótica, obstinada, sin escape ni postergación. Toda una lección de compromiso que deja sin aliento.
Paulila (La patota en la versión original) es así lo contrario de lo que solemos ver. Una joven universitaria criada en la ciudad que va a una escuela de campo y no al revés. Y que, lejos de estudiar distanciadamente lo que allí pasa, vive en carne propia las desigualdades sin rehusar una gota de ese cáliz. No tenemos que reconocer que Paulina está muy bien educada, que tiene personalidad y que no se deja influir por nadie. Formada está y capacidad de discernimiento no le falta, es libre para elegir lo que le conviene.
La patota está inspirada en la película de Daniel Tinayre de 1960, con Mirtha Legrand.