«Paulina», la segunda película de ficción del director argentino Santiago Mitre, es una adaptación a nuestros días de «La patota», una vieja película argentina de Daniel Tynaire (1960) que relata la violación de una maestra rural por una patota, es decir una pandilla, de la que resultan ser parte sus propios estudiantes.
Santiago Mitre, quien trabajó como coguionista con Pablo Trapero, se dió a conocer como director en 2011 con «El estudiante» ópera prima premiada en el festival de Locarno.
Con «Paulina» realiza ahora con mucho rigor una historia dramática inspirada en el melodrama de Tynaire, pero dándole a su guión un tono mas sobrio y actualizando la temática de la violación y la extraña reacción de esa mujer al quedarse embarazada y no querer perseguir a su violadores, planteándose incluso la posibilidad de guardar el hijo fruto de tal agresión.
El guión es sólido y se apoya en un texto bien elaborado, con varias secuencias muy logradas de diálogo entre padre e hija, en un mano a mano actoral que tiene una fuerte densidad realista y teatral.
Bien lograda está también la ambientación en esa localidad rural, fronteriza con Paraguay, con una importante población de inmigrantes y una juventud dejada de la mano de Dios. Sin embargo, el principal bemol que veo en este relato es que no llega a convencer o explicar al espectador cuáles son las motivaciones de su protagonista: una joven abogada idealista que ha renunciado a su carrera juridica para ayudar como maestra rural en un proyecto educativo.
En la vieja versión melodramática, esa maestra rural tenía sobre ella la presión social de su época y el peso de la educación religiosa, lo que daba una coherencia a ese relato bien fechado en su tiempo. Al remplazarlo aquí por una chica moderna hija de un juez progresista, que defiende los derechos humanos y no desea aumentar las injusticias que padecen los pobres, su comportamiento no resulta sin embargo muy convincente.
Dolores Fonzi interpreta con brío el papel de Paulina, que en aquel viejo melodrama en blanco y negro hacía la célebre diva argentina Mirtha Legrand. La prometedora actriz argentina que debutó en 1996 a los 17 años, tiene ya en su haber una nutrida filmografia en cine y televisión, y sale muy bien parada del difícil desafío que representa el llevar sobre sus espaldas el ochenta por ciento de la película. Eso si, con el apoyo en los mejores momentos del excelente actor argentino Oscar Martínez en el papel del padre, un juez que intenta hacer entrar en razón a una hija desestabilizada por la violación que ha sufrido.