El camino en Guatemala hacia una nueva administración supuestamente ya está en marcha. Hay un gobierno, efímero, que se encuentra, si logra razonarlo bien, con un mandato muy definido: estabilizar el Estado para que se dé una transición de un gobierno defenestrado a otro electo de manera inesperada.
Pero lo que debe comprenderse es que lo que se va a transferir es lo bueno que se haya hecho durante el gobierno que ya no existe, el de Otto Pérez Molina y la estabilidad que logre construir el de Maldonado Aguirre.
Eso requiere mucha sabiduría y madurez, porque ante la debacle que significó la administración Pérez Molina, resulta difícil, en términos subjetivos, valorar lo que debe tener continuidad. Más fácil es estimar lo que se alcance en estos escasos meses de búsqueda de estabilidad.
A lo dicho hay que agregar, aunque no sea nada novedoso, que llegará al poder político del Estado un liderazgo que sorprendentemente alcanzó tal peldaño, sin una propuesta política, ideológica y programática certera, agregando que los equipos que se requieren para gobernar son difíciles de poder improvisar.
Afortunadamente, Jimmy Morales ha manifestado su identificación con el K’atún, lo cual le da una direccionalidad estratégica a lo que vaya a hacer, si es coherente con esa afirmación. Sin embargo, ese Plan Nacional de Desarrollo, que por naturaleza es de largo plazo, tampoco puede sustituir un Plan de Gobierno, que es mucho más acotado en términos temporales y de contenido.
“Preocupados” o “ilusionados” ante la señalada falta de un programa de gobierno de Jimmy Morales, hay muchos actores sociales que quieren poner la mesa, imponer el menú, definir los comensales y determinar los cocineros y meseros del próximo ejercicio gubernamental.
Muchos le dicen a Jimmy Morales qué es lo que tiene que hacer. El presidente electo deberá andar con su cuaderno bajo el brazo, apuntando todas las exigencias, disfrazadas de sugerencias, que le hacen unos y otros. Todos y todas queremos exponer qué hacer. Los empresarios, principalmente los tradicionales acostumbrados como están a dictar la agenda de políticas públicas a cada nuevo inquilino de la Casa Presidencial, los “Centros de Pensamiento” (¿sólo allí se piensa?), las organizaciones sociales de diverso tipo y hasta nosotros los privilegiados “analistas” y “formadores de opinión”.
Pero por si estas atrevidas pretensiones fueran poco, también varios desde ya amenazan al presidente electo, recordándole que lo pueden botar, no votar, porque eso recién lo hicieron, si no satisface sus expectativas. Otros doctamente le presagian fracasos por diversas razones, incluso descalificándolo desde antes de asumir la banda presidencial.
Y no es que la sociedad carezca del derecho de emplazar a sus gobernantes. Por supuesto que lo tiene y es deseable para la salud de la democracia que se acompañe, se audite, se proponga y, cuando sea pertinente, se apoye al gobierno.
Pero hay que asumir todo en su justa dimensión, con la lucidez necesaria, con el interés nacional y de la búsqueda del bien común como horizonte. No se puede pecar de indiferencia, ni de acomodamiento, más ahora que pudimos percibir la fuerza de la movilización social, eso sí, acompañada por la comunidad internacional.
Jimmy Morales tiene grandes desafíos, pero no puede dejarse dormir por los cantos de sirenas, menos aún si estos son los de siempre, que suelen avasallar a los marineros de turno. Debe escuchar, pero tomar sus propias decisiones, con mesura, pero atreviéndose a dejar un legado al país.