En Argelia, los ciudadanos acaban de vivir un nuevo episodio de su historia, donde se cruzan las zonas oscuras y el surrealismo político. Por 499 votos contra 2 y 16 abstenciones, los diputados y senadores argelinos reunidos -la Asamblea y el Senado conforman así el llamado Congreso- han votado la limitación a un máximo de dos mandatos presidenciales.
En la presidencia desde 1999, y hace tiempo desaparecido de la vista pública por enfermedad, Abdelaziz Bouteflik podrá ser reelegido hasta 2019.
En un contexto de larga estagnación institucional, la reforma de la Constitución argelina, que amplía los poderes legislativos, no parece afectar profundamente al poder verdadero. Tampoco a las estructuras burocráticas -de clan, militar y de partido- que lo detentan. Se añade ahora, eso sí, un elemento que ha provocado el enfado y hasta la hostilidad de muchos argelinos emigrados y con doble nacionalidad.
El nuevo artículo 51 de la Constitución dice: “Será necesario tener la nacionalidad argelina en exclusiva para acceder a altas responsabilidades del Estado y a la función pública”. Hasta ahora, sólo se exigía ser argelino “de origen” para ser diputado (Le Monde, 7-8 de febrero de 2016). El alcance de ese artículo 51, que no precisa esas ‘altas responsabilidades’, es considerado ofensivo por centenares de miles -o quizá millones- de argelinos que disfrutan de doble nacionalidad en otros países. Esa “ofensa” es mayor en Francia, donde está la mayor parte de esos binacionales. En París también se discute una reforma constitucional sobre quienes tienen doble nacionalidad. Preconizada por Hollande y su primer ministro Valls, amenaza con desposeer de la nacionalidad francesa a ciudadanos acusados de delitos graves y que tengan –además- otro pasaporte distinto al francés. Los (numerosísimos) franco-argelinos se sienten así estigmatizados y señalados tanto en París como en Argel.
Otra novedad importante de la nueva etapa constitucional de Argelia consiste en el hecho de que -por fin- se convierte al tamazight (bereber) en lengua oficial; junto al árabe (el francés no lo es, aunque su uso popular, comercial y administrativo continúe).
Frente al nuevo texto constitucional de Argelia, en el que la separación de poderes y la limpieza de la administración pública tienen un aspecto impecable, los opositores afirman que no hay debajo sino formalismos. El discurso oficial es otro. “Esta revisión amplía las libertades ciudadanas y el pluralismo; consolida los fundamentos del Estado de derecho y la independencia de la justicia”, declara Abdelmalek Sellal, jefe del gobierno.
Balance Bouteflika
Hace 17 años, Bouteflika llegó a la presidencia. Puso fin a la guerra civil contra los islamistas, mediante una política de palo (la continuidad de la acción antiterrorista, mejorada con la colaboración exterior) y la zanahoria (leyes de concordia civil, clemencia y reinserción de los arrepentidos). Subsisten, eso sí, excrecencias como AQMI (Al Qaida del Magreb Islámico), que surgió de los restos del GSPC (Grupo Salafista por la Predicación y el Combate, Dawa wal Jihad, en árabe), a su vez grupo disidente del GIA (Grupo Islámico Argelino). En Argelia, al menos, todo está mejor que a finales del siglo XX, cuando el terrorismo masivo y una verdadera insurgencia islamista llegaron a cuestionar los fundamentos del país entero.
Los partidarios de Bouteflika resaltan lo anterior y en el balance positivo incluyen -como no podía ser de otro modo- ese aumento de la seguridad. Los más críticos recuerdan que la disminución de la violencia fue paralela a violaciones de los derechos humanos. La contrainsurgencia fue dura. En el crédito del presidente actual, hay que anotar también la mejora de determinadas infraestructuras del país.
En la etapa Bouteflika, China se ha convertido en socio mayor de Argelia, por delante de Francia, Italia y España. Las perspectivas de continuidad de esta implicación de Pekín continúan en la economía argelina, donde trabajan más de 35.000 ciudadanos chinos. A mediados de enero, China y Argelia han firmado un impactante acuerdo para la construcción del puerto de El Hamdania, a 70 kilómetros de Argel (El País, 31 de enero de 2016).
Pero la economía de Argelia sigue dependiendo de los hidrocarburos, casi por completo. Un 60% de los presupuestos dependen del petróleo y el gas. El desempleo es mayor que los porcentajes oficiales, sobre todo entre los jóvenes, y persiste una enraizada corrupción entre la clase político-administrativa. Si como se dice las exportaciones argelinos están constituidas en un 95% por la venta de hidrocarburos, la muy drástica caída de sus precios conduce -o puede conducir- pronto a Argelia a una situación muy complicada. Nabni, un think tank de Argel, ha advertido: “Si no hay cambios de dirección, en dos o tres años habrá problemas para pagar a los funcionarios, lo mismo que para mantener las importaciones y la actividad económica” (semanario francés La Tribune, 21 de julio de 2015).
Los servicios de información y otros misterios
En realidad, las posibles consecuencias de los problemas económicos se unen a incógnitas y misterios no menores. No se sabe muy bien en qué estado se encuentra el presidente de Argelia, Abdelaziz Bouteflika. Tampoco está muy claro quien maneja los hilos del poder. Tras una serie de enfermedades y operaciones graves del presidente mantenidas casi en secreto, Bouteflika no aparece en público desde hace… no se sabe bien, uno o dos años. Apenas se le han hecho algunas fotos institucionales, muy escasas y atentamente orquestadas. Según diversas informaciones, está en una silla de ruedas, tiene grandes dificultades para hablar (o no puede hacerlo, según otros). Y sus órdenes se reciben siempre por escrito. No se sabe con claridad quienes tienen acceso a él, qué familiares, qué dignatarios.
“Si el presidente Abdelaziz Bouteflika no puede ejercer su poder, eso quiere decir que el poder lo asumen otros. Y esos otros son algo difuso. El poder se reparte entre su familia y su clientela política. Funciona con dinero sucio, pero los argelinos no saben quién toma las decisiones”. Eso declaraba a mediados del año pasado (Le Journal du Dimanche, 6 de junio de 2015) Alí Benflis, quien fuera sucesivamente ministro de Justicia (1988-1991), jefe de la primera campaña electoral presidencial de Bouteflika (1999), después Primer Ministro (2000-2003).
Hay que recordar que la limitación a dos mandatos presidenciales ya existía hasta que Abdelaziz Bouteflika lo modificó… para presentarse a un tercero en 2009. Después fue candidato, casi invisible, en 2014. Esa neblina sobre la presidencia se cruza con otro llamativo asunto: la remodelación de los poderosos servicios de información del país.
Según confirmó el portal digital Tout sur l’Algérie ( www.tsa-algerie.com ) Ahmed Ouyahia, ex primer ministro, actual Director del Gabinete del Presidente, el poderoso DRS (Département du renseignement et de la sécurité) ha sido disuelto por la presidencia. Su autonomía práctica habría sido anulada. El misterioso ente ha sido reconvertido en tres direcciones generales distintas: de Seguridad Interior y Documentación y Seguridad Exterior, de la Información Técnica (sic).
Esta disolución del DRS llega tras un período de amargas disputas internas entre antiguos responsables militares de los servicios secretos. Disputas que –para sorpresa general- se ventilaron en público en la prensa argelina con algunos detalles escabrosos. El punto central de esa controversia tuvo lugar en diciembre (El Watan, 5 de diciembre de 2015), cuando el todopoderoso Toufik (Mohamed Médiène), jefe del DRS durante un cuarto de siglo, preconizador principal e histórico de la anulación de las elecciones de 1991 y de la política militar más tajante contra terrorismo islamista, escribió una carta a los principales diarios de Argel para protestar por la condena a cinco años de cárcel de uno de sus colaboradores (el general Hassán). Algo profundo ha cambiado, desde luego, en el poder argelino. Porque el DRS era el poder intocable. Frecuentemente, ha sido identificado como ‘un Estado dentro del Estado’.
“Hay un cambio de nombres. Se han guardado algunos uniformes. Pero esas estructuras siguen siendo poderosas. Los servicios (secretos) son el núcleo del ejército. Y sin policía política el país no aguantaría”, declara el periodista Adlène Meddi, del diario El Watan (ver Le Monde, ya citado).
Tras estos episodios -cambios en el DRS, cambios constitucionales, etcétera- muchos se preguntan, ¿quién manda de verdad? En el semanario The Economist (‘Who is in charge?’, TE, 6 de febrero de 2016), el análisis es sombrío:
“La incertidumbre actual llega en mala hora para Argelia, que pudo evitar el tumulto de las primaveras árabes. El gobierno ha podido comprar la paz interior mediante subsidios, la construcción de viviendas sociales y salarios altos para los funcionarios. El colapso de los ingresos del crudo lo hace insostenible. Las protestas por los precios en alza y la congelación de los ingresos son ahora moneda corriente. La inestabilidad en Libia y Túnez y el espectro del yihadismo representan una inestabilidad a añadir”.
Es en ese contexto, en el que se ha puesto a cero el contador limitativo de los dos mandatos para Bouteflika (cuando ya lleva tres).
Antes del voto que da paso a la reforma constitucional, el presidente del Congreso argelino, Abdelkader Bensalah, leyó un discurso en nombre de Bouteflika. En esas palabras leídas por otro, el presidente Bouteflika afirma que su generación ha hecho lo que tenía que hacer. También que la democracia necesita tiempo para asentarse. Así es, desde luego. En teoría, por lo menos en teoría, Abdelaziz Bouteflika puede ser reelegido aún dos veces más. El tiempo dirá.