El parlamentarismo es el acuartelamiento
de la prostitución política.
Karl Kraus.
Al fin se rompió la farsa del burocrático, mendaz y acomodaticio parlamentarismo que venimos años soportando, sobre todo en esta última legislatura impulsada por el partido más corrupto de la reciente Historia de España.
Pablo Iglesias vota desde su escaño en el debate de investidura del 2 de marzo de 2016
Como si se hubiera desbordado un torrente cuyas aguas parecían ocultas en la ciudad de Madrid, entrando a través de las puertas del Congreso para desmontar las anodinas representaciones habituales. Fueron las palabras, conceptos vertidos por Pablo Iglesias, quienes devolvieron a la política su tan ocultada como inocente y revolucionaria inocencia, que justifica su razón de ser: es decir, surgió la auténtica historia, y se desvistió a quienes la manipulan, al tiempo que hablaban de los temas que se tergiversan para ocultar a quienes los escuchan, la auténtica razón de la representación que en el Gran Teatro del Fraude que se viene, sesión tras sesión, imponiendo en el Templo de los funcionarios de lo que es y significa, para dar otra cita de las escritas hace 150 años por Karl Kraus:
La democracia significa poder ser esclavo de cualquiera.
El lugar donde se hablaba a veces de izquierda por quienes tenían actuaciones políticas, económicas y morales de pura derecha. (PSOE, hoy día bien acompañados, Ciudadanos).
Donde siempre se emplean términos como «nosotros» al referirse a los ciudadanos, pueblo, gentes, porque quién habla quiere desplazar los intereses del yo, del partido o grupo que representa, a quienes son precisamente víctimas de ellos.
Se emplean citas a ciegas, metáforas vulgares y prefabricadas, descalificaciones sin rigor alguno, del contrario (?) con frases de las malas comedias, populistas y chabacanas para provocar risas o aplausos que muestran el alcance de los nuevos analfabetos, fabricados sobre todo por las televisiones que utilizan como arma destructora el seudo lenguaje y alimentan a quienes en él se sumergen con sus programas más nocivos y alienantes.
Referirse a cambio, progreso, bien común, es intentar adecuar estas palabras a la imaginería corruptora, explotadora, que se pretende imponer, vendiéndola como producto publicitario para ocultar sus auténticas intenciones, al fin el capitalismo, en la línea de lo que escribiera Walter Benjamin, que no deja de ser un sistema basado en la destrucción de los conceptos, carente de «sueños y de piedad», que se ampara en los títeres políticos a sueldo de los bancos, empresarios y grandes fortunas, negreros de la mayor y más ventajosa explotación, para ellos, que ha conocido la humanidad. Por eso protestan y combaten a quienes los denuncian sin piedad, con auténticas palabras y conceptos que muestran, a quienes los escuchan, el espejo de la farsa que los Parlamentos representan.
Y las opiniones de quienes suelen ocupar los escaños de la Santa Casa de la Ignominia, no constituyen sino espanto de la razón y de la verdad.
Dominar las conciencias y las voluntades para encauzar los votos que les permitan llenar la farsa de la de la denominada democracia, recordemos a Saramago en dos de sus más políticas novelas, es expandir la ceguera a quienes precisan de la lucidez para cambiar «las reglas del juego» (Renoir)
El miércoles 2 de marzo de 2016, un tornado de aguas purificadoras batió la herrumbre de los escaños del Congreso con las palabras de Pablo Iglesias.
Otegui: la libertad y los medios de comunicación
No voy a relatar la larga conversación que mantuve con Arnaldo Otegui antes de que le encarcelaran, de la que doy cita en mis Antimemorias. Diré únicamente que siempre le consideré un preso político. Por eso intervine, en documentos o actuaciones públicas, acompañando a las voces internacionales y nacionales que pedían su libertad.
Cuando ésta, tras años injustos de cárcel, se ha producido, y esperamos que no le inhabilite para actividades públicas y políticas, una vez más gran parte de los medios de comunicación han vuelto a situarse «a la altura de las circunstancias», es decir, al servicio de esa prensa que heredamos del franquismo y que sirve los intereses de sus propietarios, aquellos que no dudan en condenar, marginar o excluir a quienes piensan de modo distinto al suyo.
Otegui, como su antecesor Pertur, asesinado sin que se esclarecieran nunca los hechos, lo hiciera quién lo hiciera, comprendieron que la violencia no llevaba a parte alguna y apostaron por una vía pacífica para alcanzar sus objetivos políticos.
Pero hay políticos, intelectuales que parecen echar de menos la violencia y carentes de memoria sobre el pasado, del que tal vez ellos son herederos, prefieren impedir que el diálogo se imponga a la sinrazón.